La tiranía de Nicolás Maduro y sus cómplices clavan otra puñalada en el corazón de cada madre que no puede alimentar a sus hijos, de cada padre que ve su esfuerzo reducido a migajas, de cada joven que sueña con un futuro que parece inalcanzable.
La constante devaluación del bolívar no es solo una tragedia económica; es una herida abierta en la dignidad de un pueblo que merece más que terrorismo de Estado y restricciones absurdas.
Los expertos lo advierten que sin la salida de Maduro del poder, sin una política monetaria coherente, sin libertad económica, sin confianza en las instituciones, el abismo solo se hará más profundo.
Hoy, el dólar a 111 bolívares -más 14 ceros que le han quitado- no es solo una cifra; es el símbolo de una Venezuela que se desangra lentamente.
Es el recordatorio de que, mientras el régimen se aferra al poder y juega a tapar el sol con un dedo, el pueblo carga con el peso de sus errores.
Pero los venezolanos no son números, no son estadísticas, no son tasas de cambio.
Son seres humanos que laten, familias que luchan, historias que resisten.
Y aunque el dólar suba, aunque el salario se desvanezca, la fuerza de un pueblo que no se rinde seguirá siendo su mayor riqueza.
Es hora de que el dictador y sus secuaces escuchen y comprendan que tarde o temprano rendirán cuentas.
Venezuela ya no puede esperar más. Es ahora o nunca.
El pueblo venezolano debe estar preparado para que, en cualquier momento, salgamos para decir basta y saquemos del poder que usurpan a esta banda de criminales desalmados.