Por Charles H. Spencer
Mientras Venezuela insiste en exhibir sus reservas petroleras como trofeo geopolítico, la noticia más incómoda del mes pasó casi inadvertida para el gran público: Chevron, la última gran petrolera estadounidense que aún opera dentro del colapsado sistema energético venezolano, acaba de asegurar oficialmente su participación en el bloque Stabroek, la joya offshore de Guyana, tras imponerse a ExxonMobil en un arbitraje clave.
Para los despachos de Miraflores, esta jugada encierra una contradicción monumental: Chevron es, al mismo tiempo, tabla de salvación y puñal diplomático.
Una cuenca, dos modelos enfrentados
En el mismo corredor geológico —la Faja Guyana–Surinam y la Faja del Orinoco— conviven dos realidades irreconciliables.
Por un lado, Venezuela presume la mayor reserva certificada de crudo pesado del planeta, pero sin capital, sin infraestructura funcional y sin la confianza mínima para atraer inversión genuina. Su producción se sostiene apenas porque Chevron mantiene una operación contingente, respaldada por licencias parciales de EE. UU.
Por el otro lado, Guyana —casi invisible hace quince años en el mapa energético mundial— bombea hoy más de 600 mil barriles diarios de crudo ligero y dulce, con costos bajos, seguridad jurídica y respaldo diplomático de Washington y Londres. Para 2030, podría duplicar esa cifra.
Chevron: pragmatismo sin ideología
Para Chevron, la ecuación es clara: Venezuela es reserva estratégica y ficha de presión; Guyana es negocio rentable y estable.
Mantiene operaciones mínimas en la Faja del Orinoco para conservar activos y asegurar un flujo básico. Mientras tanto, inyecta capital y tecnología en aguas guyanesas, donde perfora, produce y exporta sin sanciones ni controles cambiarios.
Así, la misma empresa que Caracas vende como prueba de que “rompe el bloqueo” es hoy la protagonista de la expansión petrolera que erosiona la narrativa de la “insustituibilidad” venezolana.
La defensa desesperada de Chevron dentro de Venezuela
Para entender la magnitud de esta paradoja, hay que recordar que el chavismo defendió con uñas y dientes la permanencia de Chevron, incluso cuando la administración Trump —de vuelta en la Casa Blanca— decidió en mayo de este año (2025) no renovar la Licencia General 41 (LG41). Esa licencia permitía a Chevron exportar directamente su parte de la producción conjunta con PDVSA a refinerías en EE. UU., garantizando flujo de caja y cierta estabilidad operativa.
La reacción del alto gobierno fue inmediata: voceros como Delcy Rodríguez denunciaron la decisión como “un ataque brutal contra la soberanía y el pueblo venezolano”. Argumentaron que sin Chevron la producción en PetroPiar, PetroBoscan y otros campos clave declinaría. Para Caracas, la LG41 era más que un permiso: era el cordón umbilical que conectaba el Orinoco con su mercado natural en el Golfo de México (Según Trump, Golfo de América)
El resultado, sin embargo, fue un punto medio: Chevron sigue operando bajo licencias mínimas y mecanismos de compensación indirecta, pero su capacidad de exportación a los mercados premium se redujo a cero, mientras la misma Chevron aceleraba su apuesta en Guyana, asegurando un bloque offshore libre de sanciones y con crudo premium para EE. UU.
El factor Esequibo: narrativa de soberanía
El bloque Stabroek se encuentra dentro de la zona marítima que Caracas reclama como prolongación de su soberanía sobre el Esequibo. Desde que Exxon anunció sus primeros hallazgos en 2015, Venezuela ha denunciado sistemáticamente que Guyana “subasta lo que no le pertenece”.
Para sostener esa narrativa, combina declaraciones altisonantes, recursos ante la Corte Internacional de Justicia y maniobras militares simbólicas en la frontera. Pero en la práctica, su capacidad real para frenar la expansión de Exxon, Chevron y CNOOC en esas aguas es nula.
Paradójicamente, Caracas no puede confrontar directamente a Chevron porque necesita su presencia dentro del país para raspar lo que queda del fondo del barril venezolano.
La pieza menos visible: CNOOC y Pekín
Un socio clave suele pasar desapercibido: CNOOC, la gigante petrolera estatal china, completa el triángulo de Stabroek. No es una compañía privada: depende directamente de la Comisión de Supervisión y Administración de Activos Estatales del Consejo de Estado (SASAC), un órgano con rango ministerial en Pekín. En la práctica, sus movimientos reflejan intereses estratégicos del Partido Comunista Chino.
Para China, la participación de CNOOC garantiza acceso a crudo ligero estable, diversificación de rutas de suministro y un anclaje geopolítico a las puertas del Caribe. Para Guyana, significa músculo financiero y respaldo de una potencia global. Y para Exxon y Chevron, significa reparto de riesgo y blindaje frente a litigios.
Mientras tanto, para Caracas es otro motivo de incomodidad: China es su acreedor clave y socio político, pero participa activamente en el “expolio” que la narrativa oficial denuncia. Aun así, Miraflores evita confrontar a Pekín: necesita préstamos, inversión y votos en foros multilaterales. La crítica se concentra en Exxon y Guyana, mientras CNOOC pasa discretamente bajo la línea de fuego retórica.
La triple paradoja
- Chevron mantiene viva la producción venezolana con licencias mínimas, pero su expansión real está en Guyana.
- Guyana perfora crudo en aguas que Caracas reclama como propias, sin capacidad práctica de impedirlo.
- China, el supuesto socio estratégico, comparte dividendos en el mismo bloque en disputa
El resultado es un discurso inflamado para consumo interno y un pragmatismo inevitable puertas adentro. El régimen necesita a Chevron dentro, ataca a Exxon, calla sobre CNOOC y agita la bandera del Esequibo para cohesionar su base política.
Una lección incómoda
La geología no basta sin instituciones. Guyana —sin tradición petrolera, sin empresas estatales mastodónticas— hizo lo que Venezuela no supo sostener: atraer capital, asegurar contratos estables y compartir rentabilidad sin devorar la gallina de los huevos de oro.
Hoy, la cuenca Atlántica Norte es un laboratorio de convivencia pragmática: Exxon, Chevron y CNOOC perforan juntos, mientras Caracas protesta, importa diluentes y celebra licencias que apenas sostienen una producción moribunda.
El límite real
Ni la OFAC, ni la CIJ, ni un arbitraje en Nueva York detendrán esta dinámica. El verdadero límite es la incapacidad de convertir reservas en confianza.
Mientras Guyana perfora, Venezuela declama. Mientras Chevron bombea en Stabroek, PDVSA raspa tanques oxidados. Y mientras CNOOC expande su influencia, Caracas calla.
El petróleo no tiene ideología. Fluye donde la ley es más fuerte que las consignas.
Dr. Charles H. Spencer es consultor independiente en mercados energéticos. Ex investigador visitante en temas de transición energética. Actualmente reside en Londres y colabora como analista externo en reportes confidenciales sobre petróleo y geopolítica.