Mientras algunos esperan que el poder se derrumbe con estruendo, hay quienes saben que las grandes transiciones no comienzan con una explosión, sino con un leve temblor del suelo. Hoy, en Venezuela, ese temblor es cada vez más visible. Ya no se trata de un forcejeo entre gobierno y oposición. La batalla real ocurre en otro plano: el de la presión diplomática, el aislamiento financiero, la estigmatización legal. No es una guerra, es un cerco. Y el régimen de Nicolás Maduro está en el centro de esa niebla que se adensa.
Por: Antonio De La Cruz – El Nacional
La reciente inclusión de Venezuela en la lista de jurisdicciones de alto riesgo por parte del Parlamento Europeo ha sido el movimiento más elegante —y letal— de esta estrategia. No hay tanques ni sanciones nuevas. Solo una palabra: riesgo. Pero en el tablero financiero global, esa palabra es suficiente para que los bancos levanten muros, suspendan transacciones, congelen cuentas. Sin necesidad de un edicto, Europa ha señalado a Venezuela como lo que es: un Estado capturado por redes de lavado de dinero y financiamiento al terrorismo.
La reacción del régimen fue predecible: gritos desde la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, amenazas vacías de romper relaciones comerciales. El general vencido que patea el polvo para parecer fuerte. Pero la red ya está tendida. La telaraña no se ve, pero inmoviliza. Los grupos económicos, Fedecámaras, Cámara Petrolera, entre otros, que aún apostaban por la cohabitación comienzan a ver que hacer negocios con la revolución chavista-madurista implica un costo moral y financiero insostenible. Ya no es solo una dictadura; es un socio tóxico.
A esto se suma el paso silencioso, casi fantasmal, de la Corte Penal Internacional. Mientras en Caracas aún se burlan de la justicia internacional, en La Haya se acumulan testimonios, informes, pruebas. Las órdenes de arresto contra dos altos dirigentes talibanes —Haibatullah Akhundzada: líder supremo de los talibanes y máxima autoridad de facto en Afganistán y Abdul Hakim Haqqani: presidente del Tribunal Supremo de los talibanes y principal— el pasado 8 de julio por ordenar, inducir o solicitar políticas represivas contra mujeres y niñas —crímenes de lesa humanidad— no fue un acto aislado. Fue un mensaje. Cuando la represión sistemática se convierte en política de Estado, la justicia global toma nota. Y aunque la orden de captura aún no ha sido anunciada, la espada ya cuelga sobre la cúpula cabellomadurista.
El maestro estratega del Reino de Shu, Zhuge Liang, en el siglo III d.C., decía que la victoria no llega al que más fuerza aplica, sino al que mejor entiende el terreno. Hoy, ese terreno se mueve también en Asia. China, sin una palabra de reproche, ha dejado a Venezuela fuera de su política de visados. Es un gesto sutil pero contundente: Caracas ya no es fiable, ni útil, ni parte del nuevo orden asiático. Ni siquiera es necesaria como aliado táctico. La distancia no se decreta: se ejecuta sin ruido.
Así, el mapa se redefine sin necesidad de acuerdos ni invasiones. Estados Unidos ha retirado licencias clave a las empresas petroleras de occidente y la refinería de la India. Europa ha sellado sus compuertas bancarias. La CPI prepara su sello judicial. Y China, que solo premia la estabilidad y la utilidad, da la espalda. Cada actor avanza por su camino, pero todos terminan rodeando el mismo punto ciego: un régimen que se creyó invulnerable y que ahora descubre que su red de apoyo se está disolviendo como humo en la montaña.
Muchos preguntan: ¿cuándo caerá Maduro? La pregunta está mal formulada. El inteligente no pregunta por la caída, sino por la asfixia. Cuando un árbol se seca desde las raíces, no hace falta empujarlo: cae solo. La verdadera tarea hoy es acompañar, sostener y coordinar la resistencia cívica, el mandato de la soberanía popular expresado el 28 de julio de 2024, y el trabajo infatigable de las fuerzas democráticas.
Porque esta batalla no se ganará en un solo día. No habrá fuegos artificiales. Habrá, sí, un lento vaciamiento del poder, una creciente pérdida de control sobre los recursos, un abandono silencioso de los aliados. Y entonces, como en las leyendas de los antiguos estrategas, el enemigo se encontrará solo, sin salidas, sin movimientos, atrapado en un terreno que ya no le pertenece.
Hoy, Venezuela avanza hacia ese desenlace inevitable: el régimen que se creyó invulnerable se ve atrapado en un cerco silencioso, mientras la resistencia democrática, sostenida por la voluntad popular y la coordinación cívica, consolida el terreno para el cambio.