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La contaminación radiactiva de Hiroshima y Nagasaki: Un legado ambiental persistente

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Las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 no solo destruyeron ciudades, sino que dejaron un legado de contaminación radiactiva que marcó el medio ambiente y la salud de las poblaciones afectadas.

MFM

La explosión inicial: Un medio ambiente devastado

El 6 de agosto de 1945, la bomba «Little Boy» explotó a 600 metros sobre Hiroshima, liberando una energía equivalente a 15 kilotones de TNT (ICAN). Tres días después, «Fat Man» detonó sobre Nagasaki con una potencia de 21 kilotones. Ambas explosiones generaron una bola de fuego de 4,000 °C y una onda expansiva que destruyó el 70% de los edificios en Hiroshima y el 40% en Nagasaki (Hiroshima Peace Memorial Museum). La «lluvia negra», una precipitación cargada de partículas radiactivas, contaminó suelos, ríos y cultivos, extendiendo la radiación a áreas rurales (RERF).

La radiación ionizante liberada por las bombas causó daños inmediatos. Según la OMS, entre el 15% y el 20% de las muertes en Hiroshima y Nagasaki se debieron a envenenamiento por radiación, con síntomas como náuseas, pérdida de cabello y hemorragias. La RERF documentó que el 90% de los médicos y enfermeras en Hiroshima murieron o resultaron heridos, dificultando la atención a las víctimas. En términos ambientales, la radiación afectó la flora y fauna: un estudio de la Universidad de Hiroshima encontró que los árboles a menos de 2 km del epicentro mostraron daños genéticos, aunque algunos, como el alcanforero del templo Hosenji, sobrevivieron milagrosamente.

A largo plazo: La persistencia de la radiación

Inicialmente, se creyó que la radiación desaparecería en 20 años, pero estudios posteriores revelaron efectos más duraderos. La RERF reportó un aumento del 46% en casos de leucemia entre los hibakusha expuestos a altas dosis de radiación, con picos entre 1950 y 1960. Otros cánceres, como los de tiroides y pulmón, aumentaron en un 12% hasta los años 80 (The Lancet). Aunque la radiación de fondo en Hiroshima y Nagasaki es hoy similar a los niveles naturales (ClicKoala), la «lluvia negra» dejó residuos radiactivos en el suelo que afectaron cultivos y agua durante décadas, según la Universidad de Nagasaki.

A pesar de los rumores de que nada crecería en Hiroshima durante 75 años, la naturaleza mostró resiliencia. La adelfa, una planta venenosa pero resistente, fue la primera en florecer tras el bombardeo (ClicKoala). Hoy, el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima es un oasis verde, y la UNESCO lo reconoce como un símbolo de recuperación. Sin embargo, la ONU advierte que el riesgo de contaminación radiactiva persiste en otros contextos, como las pruebas nucleares en el Pacífico, que han dejado ecosistemas dañados.

La contaminación radiactiva de Hiroshima y Nagasaki nos enseña que las armas nucleares no solo destruyen en el momento, sino que alteran el equilibrio ambiental por generaciones. La ICAN estima que aún existen 13,000 armas nucleares en el mundo, un recordatorio de la urgencia de prevenir su uso. Antes de cerrar los ojos esta noche, pensemos en la adelfa que floreció entre las ruinas: un símbolo de que, incluso tras la devastación, la vida encuentra un camino, pero solo si protegemos nuestro planeta.

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