La imagen puede resultar incómoda, pero pocas metáforas explican mejor la política exterior de Estados Unidos alrededor de Venezuela que la de la cuerda: un lazo invisible que une a esta como al resto de naciones de la región con Washington que se tensa o se afloja, según convenga a los intereses de la Casa Blanca.
Por: Germán Ortiz Leiva – El Tiempo
Washington, actuando como un titiritero veterano que mueve los hilos a su conveniencia, sostiene un extremo y lo tensa poco a poco, mientras Caracas en esta coyuntura, atada al otro, se resiste con movimientos cada vez más limitados.
No se trata todavía de una invasión clásica – las del siglo XX – como algunos apresuran a vaticinar, sino de un cerco multidimensional más complejo entre lo militar, lo económico, lo diplomático y lo simbólico que apunta a generar un punto de quiebre.
Por supuesto, Venezuela no encaja del todo en el libreto que ha marcado la política hemisférica durante el último siglo y medio. La irrupción del chavismo alteró el guion 25 años atrás y hoy en pleno siglo XXI, este país vuelve a situarse en un punto de inflexión con el gobierno de Donald Trump endureciendo su postura y el fantasma de una eventual intervención militar flotando en el aire.
A simple vista, la cercanía geográfica y la ubicación en el corazón del hemisferio occidental, sumadas al poderío tecnológico de Washington, podrían sugerir que una acción decisiva está al alcance de la mano y podrá darse en días o quizás semanas aunque la realidad sea más compleja.
El mensaje es claro a diferencia de otras ocasiones: Washington despliega la información de sus acciones sin mayores impedimentos en un escenario mediático que informa con cierto detalle el recurso militar que se está desplegando y los lugares geográficos en donde se ubicará. A la par, la élite chavista parece moverse dentro de un espacio auto promovido cada vez más reducido en el cual el margen de maniobra se achica día a día.
La mecánica de esta cuerda no busca estrangular de inmediato, sino apretar con paciencia hasta que el régimen perciba un costo cada vez más alto por mantenerse en pie.
El cerco militar no solo limita los recursos de la élite, también refuerza su aislamiento internacional y, con el paso de las semanas, incrementará seguramente las tensiones internas. El objetivo no es una ruptura caótica que podría desestabilizar a la región —con Colombia y Brasil como principales afectados—, sino empujar a la cúpula chavista hacia una rendición o una negociación forzada, pese a la imagen de fuerza que por ahora exhibe en los medios locales.
Toda esta puesta en escena recuerda un poco lo acontecido en el 2020, cuando el entonces presidente Trump en su primer mandato anunció una operación antidrogas en el Caribe, con destructores y aviones de patrulla marítima para interceptar cargamentos vinculados al narcotráfico.
Aquella misión fue presentada entonces, como un esfuerzo para contener al “cartel de Maduro”, pero su escalada era menor y se agotó en el tiempo.
La diferencia hoy es la magnitud del despliegue, la persistencia de las unidades en un teatro de operaciones militares más formales y el clima político internacional más adverso para Caracas.
Todo indica que algo distinto puede acontecer ya que el despliegue es contundente: buques anfibios como el USS Iwo Jima y el USS San Antonio, destructores de la clase Arleigh Burke con capacidad de lanzar misiles de crucero, el crucero USS Lake Erie, un buque litoral de alta velocidad como el USS Minneapolis–Saint Paul y un submarino nuclear de ataque que opera en silencio.
A bordo, unos casi 8.000 marines completan una fuerza expedicionaria preparada para operaciones rápidas. No es un arsenal suficiente para una ocupación prolongada, pero sí demasiado grande para pensar que se limitará a perseguir lanchas y pequeños aviones cargados de droga.
Los 3 escenarios clave en el juego de presiones entre Estados Unidos y Venezuela
De ahí que para entenderla sea conveniente mirarla bajo el prisma de la ‘Tesis de la Cuerda’ propuesta atrás que permita identificar tres escenarios clave en el juego de presiones y resistencias que marcan el pulso entre Caracas y Washington.
En Venezuela se limita el margen de acción por supuesto. Una intervención desproporcionada – descartable por ahora – podría tener el efecto contrario, dividir a la opinión pública estadounidense, debilitar la cohesión hemisférica y otorgar a Maduro la narrativa de víctima del imperialismo, algo que podría oxigenar políticamente a su régimen en vez de implosionarlo.
Se trata en últimas, de evitar una ruptura caótica que sería improcedente para toda la región, y, por el contrario, con la idea de conducir hacia una rendición o negociación forzada de la cúpula chavista, con la participación de la oposición y la sociedad venezolana en pleno.
- El primero, obedecería a uno de tipo estratégico que busque una salida pactada ante la imposibilidad de sostener el negocio ilícito y el control interno que les exige recursos adicionales para al régimen y su entorno cercano, a la vez que una negociación que garantice condiciones mínimas de seguridad bajo una salida con sentido de transición.
- También puede darse un escenario de una ruptura parcial, entre unas y otras facciones del régimen a favor de mantener el legado político – militar del chavismo o de aquellas que aspiran a un cambio de fondo. En esto, la cautela es imprescindible para evitar los falsos triunfalismos de quienes se queden con dicho legado y el control incluso de zonas geográficas de Venezuela y las eventuales retaliaciones que no harán más que ahondar las diferencias entre población, oposición y élites remanentes.
- Por último y el menos propicio, el de un colapso desordenado. De ahí que la “cuerda” no pueda tensarse demasiado ante el riesgo latente y creíble de una confrontación civil generalizada presente en una sociedad militarizada por años dentro de un ideario “cívico – militar”, que no solo adoctrinó sino que distribuyó de forma irresponsable armas entre la población que atemorizada por un eventual colapso violento, reaccione arrastrándose a un estado de violencia que resultaría nefasto en toda la región perdiéndose, por supuesto, la posibilidad de una apremiante transición para recuperar y fortalecer la democracia en Venezuela por cuya falta tanto han padecido millones de personas en toda la región.
(*)Germán Ortiz Leiva es analista de medios y catedrático en la Escuela de Ciencias Humanas en la Universidad del Rosario