Un decreto del Distrito Capital que cambian la bandera y el escudo de Caracas, con aún menos consenso con que el gobierno de Chávez cambió la bandera y el escudo de la nación, tiene que ser ocasión para reivindicar el verdadero valor de los símbolos: representarnos a todos
Por: Guillermo Ramos Flamerich – Cinco8
Un león de lengua serpentina me observa desde lo lejos. Con sus patas sostiene un blasón en el que está impresa una cruz. Cuando intento mirarlo fijamente desaparece, se difumina. Pero luego regresa, con más fuerza, entonces empiezo a escribir y allí vuelvo a la realidad. Ese león que ha sido el estandarte de mi ciudad ya no existe, o al menos oficialmente, luego del decreto firmado por el chavismo. De la noche a la mañana ha aparecido un nuevo emblema para Caracas. Es partidista y no cumple con la labor originaria de todo símbolo, el cual es unir y formar comunidad. Sus trazos y figuras son vacíos ya que no nacen ni de la tradición o el debate, sino de la hipocresía de quienes se consideran los únicos dueños de la ciudad.
El caraqueño José Ignacio Cabrujas afirmaba que nuestra urbe pertenecía al «ámbito de la destrucción deliberada». Borran su memoria porque no la aceptan. Hoy se utilizan las reivindicaciones decoloniales como antes se barrían las viejas casonas a partir de la idea del progreso.
A mediados del siglo XX, a punta de asfalto y concreto, se ocultaba todo lo que parecía pueblerino. En el XXI, se desaparece todo rastro de la primera ciudad, pero también de la que construimos los caraqueños en el último siglo. Al principio fue la desidia la que destruyó plazas y esculturas. A eso se unió la mítica locura de quienes quieren cambiarlo todo porque saben que en la desmemoria radica el control social. Los que viven en un continuo presente no pueden reflexionar acerca de lo que hicieron en el pasado y mucho menos tener una idea del futuro que quieren construir.
El escudo de armas del león coronado, es decir de Santiago de León de Caracas, trae consigo dos orígenes. El primero es el que nos lleva a 1591 y a la petición de Simón Bolívar y Castro, antepasado del Libertador, que hiciera al rey Felipe II de una heráldica para la capital de la Provincia de Venezuela. Durante la dominación española este escudo apareció en los planos de la ciudad, en el real pendón de 1789 y el cuadro Nuestra Señora de Caracas, del pintor Juan Pedro López, abuelo de Andrés Bello. Durante la independencia, el león se utilizó en monedas y documentos oficiales hasta 1819. Luego de esta fecha fue completamente olvidado hasta 1883. Nos recuerda el historiador Carlos F. Duarte que fue el gremio de sastres quienes ofrecieron una pintura del escudo en papel de seda, en la celebración del primer centenario del Libertador, y en reminiscencia de que fue el primer Bolívar quien hizo la gestión para obtenerlo.
El segundo origen fue su recuperación, la cual ocurrió en gran medida gracias a la labor de dos grandes amantes de la historia caraqueña, Arístides Rojas y Enrique Bernardo Núñez. “¿Cómo es posible, nos hemos preguntado muchas veces, que una ciudad abandone el más bello recuerdo de sus primeros días?”, se preguntó Rojas a finales del siglo XIX en una crónica que tituló El escudo de armas de la antigua Caracas. Décadas después Enrique Bernardo Núñez, cronista de la ciudad, se empeña en concientizar sobre el patrimonio que representa el escudo leonino. Escribe sobre su historia y lo utiliza para ilustrar la cubierta de uno de sus libros más conocidos: La ciudad de los techos rojos (1947). Esta portada recrea el viejo escudo que se encontraba en la fuente de la Esquina de Muñoz. Era una alerta que enviaba el cronista para evitar su posible destrucción. A los pocos años fue destruida, pero un molde de aquella fuente y su escudo perdura hasta el día de hoy en la Quinta de Anauco.
Después de este trabajo por crear conciencia del patrimonio simbólico de la ciudad, es a partir de 1947 que podemos hablar del uso oficial y popular del escudo. Apareció de nuevo como sello, souvenir, en espacios públicos y uno que a mí me encanta, el relieve que se encuentra en la sede de la Biblioteca Nacional. El león continuó su camino afincándose en un equipo de béisbol nacional, en un canal de televisión, en colegios, centros de salud, locales nocturnos y en el imaginario de una ciudad que lo adoptó como mascota. En abril de 2022 un grupúsculo, prescindible y olvidable, decidió darle sentencia de muerte. Vaya que resulta más fácil destruir que construir.
Porque Caracas no necesita que reescriban su historia, sino que se construya una más incluyente y armónica. Los pasos hacia el futuro que debe dar la ciudad, es a reivindicar todas las facetas de su pasado y atender sus necesidades en el ahora. Esta es una ciudad que requiere más espacios verdes para la recreación y la cultura. Nuevas bibliotecas, canchas deportivas y caminerías. El saneamiento del río Guaire, la integración de la ciudad informal con la formal. Un transporte público de primera, servicios básicos al acceso de todos. Recuperar y reconstruir la ciudad no para que vuelva a un pasado que se revisita como bucólico, sino para no cometer los mismos errores y construir un entorno sustentable.
En estos nuevos lugares se pueden hacer los verdaderos homenajes a los grupos históricamente excluidos, nombrándolos, contando su historia. No con la burda fachada que utilizan desde el poder para ocultar los múltiples crímenes contra la ciudad. Mientras tanto, los caraqueños que la sentimos y la amamos, seguiremos soñándola, descubriéndola en su pasado y su presente. El león, si realmente nos simboliza, volverá con más fuerza en el tiempo. Así pasó en otros momentos y seguramente así ocurrirá. Sin embargo, y pensando en todo lo que se ha hecho, recuerdo también aquello que dijo el caraqueño Aquiles Nazoa en su Caracas física y espiritual: “Pero no hay en Venezuela una ley —ni por lo visto una autoridad—- que defienda el derecho de las ciudades a ser bellas”.