El primer salto en paracaídas documentado de la historia no solo marcó un hito científico y tecnológico en la Europa ilustrada, sino que tuvo un propósito pensado para la seguridad de las personas ante desastres. El 26 de diciembre de 1783, el inventor francés Louis-Sébastien Lenormand protagonizó el debut público de un dispositivo diseñado para que quienes quedasen atrapados en incendios pudieran escapar saltando de un edificio en llamas y descender ilesos, según información de las tres fuentes consultadas.
La vida de Lenormand sumó un giro inesperado en sus últimos años. De acuerdo a las fuentes, regresó a Castres en 1830 y decidió ingresar en un monasterio cartujo como monje laico, donde murió en 1837. Durante sus días como inventor, el joven nacido en Montpellier el 25 de mayo de 1757, trabajó desde muy pequeño en el negocio de relojería familiar y pronto orientó su curiosidad hacia la física y la química, abrazando la influencia de la comunidad intelectual de Montpellier y de destacados maestros en París, como Lavoisier y Berthollet.
Hacia 1775, sus estudios en matemáticas y química ya lo habían acercado a la mejora en la fabricación de pólvora. Este conocimiento científico pronto se volcó en experimentos prácticos: Lenormand, inspirado por un equilibrista tailandés que utilizaba un paraguas en sus acrobacias, diseñó los primeros bocetos de un paracaídas. Antes de atreverse él mismo, empleó animales para verificar la seguridad del invento; según destacan las fuentes, ninguna de sus pruebas falló.
El debut ante la multitud ocurrió desde la torre del observatorio de Montpellier, donde Lenormand saltó con una estructura formada por dos sombrillas de 4,3 m de diámetro (aproximadamente 170 pulgadas), montadas sobre un esqueleto de madera. La presencia de Joseph Montgolfier, futuro creador del globo aerostático, entre los asistentes subraya el ambiente de ebullición creativa de la época. Previamente, el 26 de noviembre de 1783, Lenormand había ensayado saltando desde un olmo, portando dos sombrillas de sesenta centímetros de radio (30 pulgadas), y en diciembre repitió la demostración lanzando pesas con forma de corazón y varios animales desde gran altura.
El propio Lenormand acuñó el término “parachute” —combinación del griego para (contra) y el francés chute (caída)— para definir esta innovación.
La popularización de su invento impulsó a numerosos aventureros: antes de terminar el siglo XVIII, proliferaron en Europa los intentos de reproducir y perfeccionar el paracaídas. Uno de los avances más significativos lo protagonizó André-Jacques Garnerin. Este piloto y aeronauta parisino, que había experimentado el cautiverio durante las guerras napoleónicas, logró el primer salto de gran altura con un paracaídas no rígido el 22 de octubre de 1797, saltando desde un globo de hidrógeno a trescientos cincuenta metros de altitud sobre París y ante miles de espectadores en el parque de Monceau. El paracaídas de seda y forma de paraguas reforzado que empleó no tenía orificios de ventilación, lo que provocaba oscilaciones violentas en el descenso ya que el aire debía escapar alternadamente por ambos lados.
Garnerin obtuvo reconocimiento como el primer paracaidista moderno gracias a sus numerosas exhibiciones, donde llegó a saltar desde dos mil cuatrocientos treinta metros (8.000 pies) sobre Londres. Su entorno familiar también llevó el paracaidismo a nuevas alturas: su esposa, Jeanne Geneviève Labrosse, fue la primera mujer en lanzarse en paracaídas en 1798, y su sobrina, Élisa Garnerin, completó cuarenta saltos entre 1815 y 1836.
Louis-Sébastien Lenormand, tras diversas ocupaciones en la oficina de impuestos especiales y en la redacción y publicación de revistas tecnológicas, falleció el 4 de abril de 1837 en Castres, a los setenta y nueve años. La herencia de aquel salto pionero y del término “paracaídas” resuena en la historia tecnológica como uno de los grandes ejemplos del ingenio y del afán por salvar vidas humanas a partir de la ciencia y la experimentación.


