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El primer Mozart célebre no fue Wolfgang sino su hermana: ¿por qué hoy nadie la recuerda?

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En la década de 1760, durante una gira musical por Munich, Viena, París, Londres y La Haya, el nombre de Mozart fue acompañado por las palabras “virtuosismo”, “prodigio”, “genio”. Ninguna sorpresa: la historia recuerda a Wolfgang Amadeus Mozart como un extraordinario intérprete y compositor de música.

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Sin embargo, esos comentarios no hablaban de él, sino de su hermana: María Anna Mozart, apodada Nannerl. Otra intérprete y compositora que, a diferencia de Wolfgang, nadie recuerda ya.

“El niñito de Salzburgo y su hermana tocaron el clavicordio”, escribió en su diario, en 1762, el conde Karl von Zinzendorf, que los escuchó en Munich. “El pobrecito toca maravillosamente. Es un niño de carácter, vivaz, encantador. La interpretación de su hermana es magistral, y él la aplaudió”.

“Mi pequeña niña toca las obras más difíciles que tenemos con increíble precisión y gran excelencia», escribió, dos años más tarde, Leopold Mozart, el severo padre de los músicos, el hacedor de la carrera de su hijo, y posiblemente el que deshizo la de su hija mujer al enviarla de regreso a la casa apenas tuvo edad de casarse. “Todo se resume así: mi pequeña niña, aunque sólo tiene 12 años, es una de las intérpretes más capaces de Europa”.

La historia de Nannerl Mozart se incluye en The Genius of Women (El genio de las mujeres), que a fin de febrero publicará Janice Kaplan, autora de best sellers como The Gratitude Diaries (Los diarios de la gratitud). “Pasé los dos últimos años investigando a mujeres geniales para mi nuevo libro. En ese proceso me encontré con algunas personas que no creían que tal categoría existiera. No me llevó mucho descubrir la respuesta: el genio necesita ser nutrido y reconocido. En cada generación han existido mujeres músicas extraordinarias, pero su potencial se desperdició porque la gente no quiso ver su talento”, escribió en The Lily“Literalmente, existió una Wolfang Mozart femenina: Maria Anna. Podría haber sido su par si no hubieran dejado que su talento se echara a perder”.

Con su mezcla narrativa de memoria, historia e inspiración, Kaplan presenta mujeres como Hipatia, la primera filósofa y matemática asesinada por una turba cristiana en el siglo V en Alejandría; la pintora holandesa Clara Peeters, del siglo XVII, cuyas obras sólo adquirieron valor luego de una muestra en 2016; la física Lise Meitner, quien jugó un papel central en el descubrimiento de la fisión nuclear, por el cual se otorgó el premio Nobel de 1944, pero no a ella sino a su colaborador masculino. Kaplan también habló con neurocientíficos, psicólogos y numerosas mujeres geniales del presente para probar que, para que el talento se desarrolle, hay que reconocerlo, nutrirlo y celebrarlo.

Ella fue un gran estímulo para su hermano, que se sentía más cómodo y comprendido con ella —habían inventado un idioma secreto para comunicarse y jugaban a que eran el rey y la reina de un lugar imaginario llamado Back— que con Leopold, el padre siempre exigente. Wolfgang nació en 1756, cuando Nannerl tenía cinco años, y comenzó a tocar música al lado de ella, hacia los tres años. A los cinco se presentaba ante la realeza, junto con ella. A los ocho escribió su primera sinfonía, seguida por 40 más y otras 600 piezas, sintetizó Kaplan.

“El talento precoz de Mozart fue cultivado de manera experta”, agregó. “Cuando Wolfgang era pequeño, su padre lo llevó de gira por Europa y lo presentó a compositores y músicos que lo aconsejaron y lo alentaron. Lo ayudaron a encontrar trabajos que permitieron que su creatividad floreciera”. Nannerl tocaba el clavicordio y compartió esas giras. “Algunas reseñas dicen que era mejor que su hermanito y que él la idolatraba y aprendía de ella. A los 12 años la calificaron como una de los mejores músicos de Europa. Pero eso no tuvo importancia. Una vez que llegó a la adolescencia, su padre consideró inadecuado que ella siguiera presentándose y la envió al hogar, para que se casara”.

Sylvia Milo, música y dramaturga, escribió una obra, La otra Mozart, que se estrenó en 2015 en los Estados Unidos, tras visitar la casa de los músicos en Viena, por el aniversario 250 de Wolfgang, y encontrar un retrato en el que se veía a Leopold y sus dos hijos, sentados como iguales, delante de la imagen de su madre muerta. Explicó a Classic FM que nunca antes había escuchado que Wolfgang hubiera tenido una hermana, y ahí los vio juntos ante un teclado por primera vez.

Comenzó una investigación que la condujo a dos biografías en alemán sobre Nannerl y, sobre todo, un tesoro de cartas de la familia, que le permitió reconstruir la influencia artística que la hermana mayor tuvo sobre el menor. En 1770 ella le envió una obra que había compuesto, y Wolfgang escribió: “¡Hermana querida! Estoy asombrado de que puedas componer tan bien; en una palabra, la canción que escribiste es tan hermosa». Pero, a diferencia de la obra de él, no sobrevivió.

Para indagar si realmente Nannerl había sido talentosa, dijo Milo a The Huffington Post, buscó reseñas de las giras. “Imaginemos una niña de 11 años que toca las sonatas y los conciertos más difíciles de los grandes compositores, en el clavicordio o el fortepiano, con precisión, con una levedad increíble, con un gusto impecable. Fue una fuente de maravilla para muchos”, encontró un texto específicamente sobre ella. Le resultó más difícil establecer si compuso más obras además de la canción que elogió su hermano. “Es muy probable. Sabemos que tuvo entrenamiento para componer, porque tenemos registros de sus ejercicios de composición”, dijo la autora de la pieza teatral. “Pero no era algo que se alentaba en una niña, porque no iba a ser una profesión para ella”.

En 1829, cuando la escritora Mary Novello le hizo una de las últimas visitas que Nannerl recibiría, encontró a una anciana ciega, frágil y cansada, que apenas podía hablar. El ámbito en el que vivía, sola, lucía tan frugal que pensó que era indigente. Poco tiempo después la hermana de Mozart murió, a los 78 años.

Había enviudado 28 años antes, y no se había vuelto a casar. Tenía un hijo y cuatro hijastros, y había enseñado música mientras había tenido fuerza.

La sombra que proyectaba la enorme figura de su hermano hacía que, cada tanto, alguien como Novello fuera a verla. Entonces les contaba sobre el tiempo feliz de la infancia, cuando habían tocado ante la emperatriz María Teresa y había pasado tres años de gira, algo inimaginable para una niña, que le había permitido conocer lugares y tener experiencias que otras personas no lograrían en sus vidas enteras.

Los hermanos Wolfgang y Nannerl Mozart en la infancia, obra de Eusebius Johann Alphen sobre marfil.

“Hubiera sido natural que Wolfgang, el pequeño de siete años con su peluca y sus piernas cortas que apenas llegaban a los pedales, concentrara la atención, pero los talentos de su hermana se destacaban”, explicó All About History. “Como escribió su padre: ‘Nannerl ya no sufre por la comparación con el niño, porque toca tan maravillosamente que todo el mundo habla de ella y admira su ejecución’”.

En 1764, cuando Leopold se enfermó, en Londres, los hijos debieron dejarlo descansar, y eso incluyó mucho silencio: no podían practicar con sus instrumentos. Wolfgang aprovechó la oportunidad para componer, y le pidió a su hermana que transcribiera lo que sería su primera sinfonía. “¡Recuérdame que ponga algo bueno para los vientos!”, lo citó ella años después en una carta.

“Es imposible saber si Nannerl simplemente escribió lo que su hermano le dijo o si colaboró y ofreció algunas ideas”, señaló All About History. “La pieza, en definitiva, se ha atribuido a Wolfgang, y tiene importancia a la hora de reconocer sus dones y sus talentos a una edad tan temprana”.

En 1769, cuando Nannerl cumplió 18 años, su vida musical terminó por decisión de su padre: que una niña tocara en giras estaba bien, pero que lo hiciera una mujer sería un escándalo capaz de arruinar la reputación de Wolfgang. No obstante, ella no se casó hasta los 33 años, una edad que entonces se consideraba excesiva para estar soltera. Se cree que la demora se debió a que su padre no aceptó al hombre del que ella estaba enamorada, Franz Armand d’Ippold. Por fin en 1784 celebró su matrimonio con Johann Baptist von Berchtold zu Sonnenburg.

Los hermanos se habían distanciado por entonces: tres años antes Wolfgang se había mudado a Viena, dejándola sola a cargo de la casa familiar, una situación que se consolidó cuando en 1782 él se casó con Constanze, lo cual molestó a Leopold, que la desaprobaba. La presencia de Nannerl en la vida de su hermano se redujo a las cartas en las que le pedía que le enviara sus obras, que sobrevivieron en gran medida gracias a ella.

El matrimonio no liberó del todo a Nannerl de su padre. Aunque se había mudado a Sankt Gilgen con Johann, viajó a Salzburgo para el nacimiento de su hijo, en 1785, y Leopold se quedó con el niño. Primero argumentó que parecía enfermo y el viaje podría ponerlo en peligro; no se entiende por qué, una vez que mejoró, siguió criándolo. Ella no discutía la voluntad del padre; acaso Leopold vio en en bebé, que había sido bautizado con su nombre, la oportunidad de volver a nutrir a un genio musical.

En 1787 Leopold murió y Nannerl recuperó a su hijo; sin embargo, la relación con su hermano no se reavivó, al contrario: su correspondencia, que comenzó a limitarse a los arreglos de la herencia, se terminó en 1788. Tres años más tarde, cuando Wolfgang murió por una enfermedad extraña, la hermana sintió remordimientos por esa distancia. Escribió apuntes sobre la vida de él y olvidó sus diferencias con su cuñada, Constanze, para trabajar con ella en una biografía y ordenar la obra de Mozart.

En su libro, Kaplan asoció a Nannerl con Fanny Mendelssohn, la hermana compositora de Félix Mendelssohn. Las obras de ella se publicaron, en el siglo XIX, bajo el nombre de él: “Félix explicó que él simplemente la protegía”, escribió la autora de The Genius of Women. “Como sucede con frecuencia cuando los hombres ‘protegen’ a las mujeres, a él le resultó bastante beneficioso, también. Él se quedó con todo el crédito por la música de Fanny, y alguna era notablemente mejor que la de él”.

Fanny y Félix compartieron los tutores y los profesores de música, pero cuando ella cumplió 14 años sus caminos se separaron: el padre, Abraham Mendelssohn, le explicó en una carta que si bien su hermano podía continuar con la esperanza de desarrollar una carrera en la música, ella debía realizar “la única vocación de una joven, ser ama de casa”.

Cerró Kaplan: “Nannerl Mozart y Fanny Mendelssohn debieron dar un paso al costado para que Wolfgang y Félix pudieran convertirse en los nombres que recordamos”. Hubo, al menos, una diferencia a favor de Fanny: ella solía invitar gente a que la escuchara interpretar sus lieder en su casa, y así, de a poco, fue forjando una rebeldía que la animó a publicar algunas de sus obras bajo su nombre. Tuvo un reconocimiento enorme, aunque lo disfrutó brevemente: murió poco después. En cambio, “nunca sabremos cómo sonaban las composiciones de Nannerl, porque se han perdido”, lamentó Elizabeth Rusch, autora de For the Love of Music: The Remarkable Story of Maria Anna Mozart (Por amor a la música: la notable historia de María Anna Mozart), en la publicación Smithsonian.

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