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Ronald Reagan, un presidente que cambió el mundo y hacía chistes anticomunistas

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Por Santiago Navajas

Reagan también fue grande eliminando la polarización del país con su elegancia, su cercanía, su campechanía y su humor. Los Estados Unidos volvieron a ser optimistas, luminosos y unidos.

Sin duda, Kennedy y Reagan fueron los presidentes más importantes junto a Roosevelt del siglo XX. Lo que constituye su importancia es que hicieron cambiar el modo en el que Estados Unidos se veían a sí mismos y su trayectoria en la historia. Si Roosevelt enfiló a su país en la senda del gobierno extenso y Kennedy llevó a una nueva dimensión la cuestión racial, apostado firmemente por la integración, Reagan fue capaz de parar la elefantiasis del Estado durante los años 60 y 70 volviendo que fuera a parecer respetable las bajadas de impuestos y la eliminación de las asfixiantes regulaciones que entorpecían el dinamismo del espíritu empresarial norteamericano. El lema de Trump Make America Great Again no hace sino vitalizar lo que puso en marcha Reagan y han estado enterrando Obama y Biden.

Reagan también fue grande eliminando la polarización del país con su elegancia, su cercanía, su campechanía y su humor. Los Estados Unidos volvieron a ser optimistas, luminosos y unidos. En esto no se le parece Trump, que ha llevado la polarización a una escala mayor, siendo vulgar donde Reagan era elegante, soberbio contra la cercanía reaganiana, narcisista en lugar de campechano y, sobre todo, muy soez en contraposición a los chistes blancos pero lúcidos del presidente californiano.

Actualmente, los enfoques dominantes en los EE. UU. estiran a los ciudadanos hacia el extremismo político, pero basándose en emociones primarias en lugar de ideas. Reagan, por el contrario, se caracterizaba por saber delegar en los mejores, ejerciendo un liderazgo firme pero flexible. Sin embargo, tras su carácter amable, Reagan tenía las ideas claras sobre lo que significaba el mundo libre, un espacio donde impera, aún, la economía de mercado, los derechos fundamentales y la separación de poderes.

La importancia de Reagan se centra si tenemos en consideración que Obama tenía como modelo más al político republicano que al mismísimo Kennedy. Ya antes Bill Clinton lo había reconocido ante el propio Reagan cuando por su 89 cumpleaños le había confesado: «Señor presidente, su figura ha servido de fuente de inspiración para los americanos, yo incluido».

La gran figura de Reagan, y que lo sitúa por encima incluso de Roosevelt, fue su desapego del poder, lo que le llevó a delegar en su vicepresidente cuando se sometió a anestesia por una intervención quirúrgica y, como dije anteriormente, a confiar mucho más en su equipo de lo que suelen hacer los megalómanos del poder (que es justamente lo que era Roosevelt). Su sentido de la prudencia por delante de la soberbia habitual del político, incluso del más mediocre, lo llevó a ser más amado que temido, aunque como es habitual en la izquierda fue recibido en la España de Felipe González y Enrique Tierno Galván con una ferocidad típica de los que idolatraban a Fidel Castro.

Sin complejo ante los mitos y dogmas progres

La revitalización económica a través de políticas favorables al crecimiento industrial y la creación de empleo son también un espejo en el que miran los socializas y conservadores de Estados Unidos, cuya economía está tan lanzada que aumenta la desigualdad pero reduciendo drásticamente la pobreza.

Fue el hombre apropiado en el momento clave de la historia del siglo XX. Si Truman terminó la Segunda Guerra Mundial, Reagan finiquitó su continuación en forma de Guerra Fría con la inestimable ayuda de otro político de fuste, no tan reconocido, Mikhail Gorbachov, aunque este no disfrutaba del tremendo carisma de Reagan

La izquierda nunca le perdonó que llevase al gobierno las recomendaciones liberales de reducción del tamaño del gobierno, impulsando políticas de desregulación y recortes fiscales, reduciendo así el tamaño del gobierno federal. Mucho menos le perdonó su falta de complejo ante los mitos y dogmas progres, una rara avis en el mundillo de la derecha, dominado por alfeñiques intelectuales cuando no directamente infiltrados del mundillo izquierdista. Cuanto más le escupían insultos y amenazaban de muerte, de la que se libró tras un atentado, mejor afinaba sus chistes contra los que le insultaban:

¿Cómo distingues a un comunista? Bueno, es alguien que lee a Marx y a Lenin ¿Y cómo distingues a un anticomunista? Es alguien que entiende a Marx y a Lenin.»

No necesitaba leer a Marx y Lenin

Pero lo que peor llevaban los de la superioridad moral y el supremacismo intelectual es que «solo» fuera un actor, en lugar de un licenciado por Harvard o Yale, el que les había vencido en las urnas y, sobre todo, en el campo de las ideas. Lo que nunca comprendieron es que Reagan no necesitaba leer a Marx y Lenin para entender lo absurdo y criminal de sus ideas. Le bastaba con reconocer la maldad y la miseria que habían producido sus ideales genocidas disfrazados de humanitarismo y bonhomía. Le bastaba, en suma, con mirar a los ojos a los ciudadanos de a pie en su país y a los que estaban en el gulag y la cheka en las dictaduras comunistas.

Cuando le concedió la Medalla de la Libertad a Friedrich Hayek en 1991 reconoció al pensador liberal austríaco que había hecho más que ningún otro pensador de nuestra época por explorar la promesa y los contornos de la libertad. Apliquemos esas palabras de Reagan al propio presidente: ningún político de nuestra época hizo más que él, con la excepción de su amiga Margaret Thatcher, para iluminar las tinieblas del comunismo y devolver la esperanza en las instituciones que preservan y amplían la libertad.

Terminaba Reagan su encomio de Hayek:

«Las generaciones futuras leerán sus obras con el mismo sentido de la historia y el mismo asombro que nos inspiran hoy».

Las generaciones futuras seguimos apoyándonos sobre los hombros de aquellos gigantes: Hayek, Thatcher y, por supuesto, Ronald Reagan.

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