Por Juan José Monsant Aristimuño
En realidad es de una nación, como dice el titulo original del artículo publicado el 9 de agosto de 1999 en el diario El País de España, por el laureado escritor Mario Vargas Llosa; solo que por pudor me abstengo de titular mi reflexión usando textualmente la frase de Vargas Llosa.
Para el caso es lo mismo, quizás con algunas diferencias conceptuales entre nación y pueblo. Pueblo es un concepto genérico como el pueblo salvadoreño asentado en el territorio de un estado determinado o específico. como el pueblo wayúu en la Guajira.
La nación es un todo, es pueblo, pero va más allá, comparte una historia y valores comunes transmitidos de generación en generación. El ejemplo más acertado de nación es la judía que desde hace miles de años se identifica en y con una religión que le ha dado unidad nacional al transformarse en una cultura compartida más allá de etnias, lenguas, fe religiosa o territorio.
Quizá por ello Vargas Llosa, con ese dolor profundo que conlleva el desarraigo, utilizó el término nación para referirse a Venezuela, cuando se preguntó si se había suicidado cuando votó por un militar felón e ignaro, para dirigir su destino común.
En nuestro caso ocurrió lo contrario, el encuentro nacional está más allá de sus fronteras territoriales; a lo menos desde hace 25 años, cuando el presidente Chávez inició el desmantelamiento de lo que se tenía por la historia de Venezuela, para sustituirla a su conveniencia y falaz narrativa.
Héroes echados al olvido en los textos, y narrativa manipulada o falseada, como la de José Antonio Páez, Antonio José de Sucre, Betancourt, Luis Herrera, Caldera o Carlos Andrés, y hasta el propio Andrés Eloy Blanco echado a un lado, siendo como es, uno de nuestros héroes civiles más señero de nuestra historia. Bolívar fue un caso aparte, ha sido la utilización de un héroe civil y militar de nuestra historia, y de la América hispana en general, transformado en mulato socialista y antiimperialista, siendo como fue, todo lo contrario, un aristócrata hacendado; por demás, heredero de una fortuna, casado con una española de la sociedad madrileña de aquél entonces, y un auténtico hijo de la Ilustración, admirador de Washington y de la Constitución americana de 1785 cuyo texto traducido al español por un venezolano, influyó en la redacción de la nuestra de 1811.
Alrededor de nueve millones de venezolanos han emigrado y se encuentran esparcidos por el mundo, al tiempo que han logrado mantenerse intercomunicados a través de múltiples organizaciones, donde crean lazos afectivos compartidos y mantienen viva la llama del retorno, aún presintiendo que no les será posible, las más de la veces. Emigración, diáspora que generado una soberanía comunicacional paralela a la territorial, donde las redes sociales existentes y diferentes organizaciones creadas, les cohesiona alrededor de un fin: rescatar a Venezuela de la tiranía que les ha sustraído su riqueza natural y sus instituciones republicanas. Sobre todo, su alegría y su libertad.
¿Se suicidó Venezuela, como presagió Vargas Llosa? Pareciera que sí. Si asumimos que el suicidio es una acción voluntaria individual o colectiva, como es nuestro caso, aunque no necesariamente consciente de la trascendencia del acto definitivo.
En medio de ese terrible escenario de autodestrucción, inédito en nuestra continente, y quizás en la historia de la humanidad, resonó una voz independiente clara, firme, lógica, sin titubeos. La voz y la acción de María Corina Machado, miembro de ese exclusivo club de mujeres señeras que corrigen rumbos, enderezan entuertos y transforman perspectivas que cambian historias para el bien de sus naciones.
Mujeres como Golda Meir, Indira Ghandi, Margaret Thatcher, Angela Merkel, Michelle Bachelet, Aung San Suu Kyi, Cayetana Alvarez de Toledo, Isabel Diaz Ayuso, Giorgia Meloni, Ursula von der Layen, Evika Silina, que han logrado con éxito dirigir países, organizaciones o movimientos civilizatorios que han detenido la decadencia o la desaparición de aquellos valores humanos dignos de darles continuidad en su evolución.
Esa singularidad de María Corina Machado rescató la esperanza y la certitud del pueblo venezolano entregado ya a la fatalidad de la agonía, de aquellos impedidos de emigrar.
Enfrentó sola un proceso electoral que se sabía amañado, y apuntalado por la cobarde traición encubierta de una buena parte de la llamada oposición funcional.
Y esta mujer fracturó la fatal continuidad, logró convencer, crear una acción de unidad y certeza a fin de elegir un candidato único para enfrentar y derrotar al fatídico Nicolás Maduro Moros y a su banda de malhechores; a quién el ex presidente colombiano Andrés Pastrana Arango llama en confianza “mi compatriota”; el mismo personaje que dirige el peligroso cartel del crimen que ha traspasado nuestras fronteras.
Con paciencia y persistente tolerancia logró con mucho esfuerzo la inconcebible unidad electoral, de una buena parte de los partidos políticos en lo que se conoció como la Plataforma de Unidad Democrática. Y se realizó la esperada elección primaria con el fin de elegir un único candidato opositor, acto que se realizó en forma impecable un memorable día para la historia de la democracia en Venezuela: el 22 de octubre del 2022.
Y el soberano, el elector, eligió a María Corina Machado como su candidata presidencial, quien recibió el 93% de los votos del electorado opositor inscrito, entre una decena de candidatos de diferentes partidos.
Son muy recientes los acontecimientos vergonzosos que acompañan esta gesta liberadora truncada, que incluye el proceso electoral nacional del pasado 28 de julio, cuando se concretó el golpe de Estado del Ejecutivo respaldado por el estamento militar y refrendado por el Poder Judicial. Golpe de Estado continuado que se inició cuando la tiranía impidió la candidatura presidencial de María Corina Machado, bajo la patraña jurídica de una inhabilitación administrativa, mal redactada y peor fundamentada.
Los hechos que sobrevinieron son recientes y hartamente conocidos. Hoy, Edmundo Gonzáles Urrutia, quien fue el candidato sustituto de MCM se encuentra en el exilio, y la señora dama de nuestra historia en la obligada clandestinidad. Su comando de campaña está asilado en la Embajada de Brasil por subrogación. Su abogado detenido e incomunicado; sus asesores, voluntarios y activistas electorales presos, maltratados, intimidados o asesinados por organismos de seguridad comandados por un desquiciado teniente en situación de retiro, que dirige el Ministerio de Interior y Justicia. En realidad, es el presidente de facto, y así lo hace sentir.
Y sumergidos en este inframundo existencial, ahora se producen movimientos cautelosos pero continuos de conocidas figuras políticas venezolanas, incluso de algunas voces del clero y de los medios comunicacionales, dirigidos subliminalmente en eso de ir “aceptando la realidad”, para encontrar dentro de los hechos una solución conveniente para todos.
Muy peligrosos son estos pasos callados y melifluos, que sí conducen al suicidio definitivo de una nación. No es una traición a María Corina Machado, ni a Edmundo Gonzales, ni a los fallecidos en el combate por la democracia, ni a los menores de edad sometidos al escarmiento carcelario, ni a los torturados, violados, chantajeados, prisioneros incomunicados o emigrados, sin contemplación de sexo, edad o condición.
Es traición a la soberanía nacional, si persisten en su retorcida acción actuando en la sombra. Traición a esa nación, a ese pueblo que se expresó el pasado 28 de julio del 2024 en una proporción de 3 a 1, donde hasta en los cuarteles perdió vergonzosamente Nicolás Maduro, cuando el electorado, el soberano, votó por echarlos del gobierno, de borrar de la historia de Venezuela a los responsables de la destrucción de una nación, un proceso que se inició con el ignaro y felón teniente coronel Hugo Chávez Frías, un fatídico 6 de diciembre de 1998.