El concepto de república, en términos sencillos, supone elecciones libres, separación de poderes, aplicación de la ley, la igualdad de los ciudadanos y el respeto y protección de sus más legítimos derechos.
Muchos son los países que se hacen llamar republicanos. No obstante, algunos en la práctica, se encuentran en las antípodas de esta “titularidad”.
Democracia y república -a fin de cuentas- son lo mismo. Apenas, una delgada línea, por no decir invisible, las diferencia o separa. Incluso, en el fondo esta distinción se refiere más a un asunto académico e histórico que pragmático. Cierto es que la democracia nació en Atenas y la república en Roma, pero luego de muchos siglos, de innumerables avatares, encarnizados enfrentamientos y extremadas contraposiciones, arribamos a la fusión de ambos conceptos y sistemas, sobre todo en el siglo XX. Conclusión: Hoy por hoy, república es sinónimo de democracia.
Ahora bien, república es lo contrario a autocracia, dictadura y teocracia. En consecuencia, sería inútil, un error garrafal y contradictorio, calificar de repúblicas-democráticas a aquellas naciones que están muy lejos serlo. Ejemplos sobran. Basta con recordar que la Alemania comunista, antes de su unión con la Alemania occidental, tenía el tupé de denominarse República Democrática Alemana.
Nuestro país desde 1811, ha transitado intensamente por la aspiración de establecer un genuino régimen republicano. Mucho nos ha costado y nos sigue costando. Claro que hubo en los inicios, breves experiencias, pero también tuvimos largos períodos e importantes logros que nos permitieron cimentar nuestros propósitos democráticos, cuyo ejercicio y aprendizaje, precisamente, no fueron – como ya se sabe – en tranquilas aulas, campus, salones y oficinas, y mucho menos, en hogares modelos de ciudadanía y civismo.
En el siglo pasado, tuvimos la ocasión de poner en práctica nuestros derechos políticos. En diciembre de 1947, todos los venezolanos, mayores de 18 años, supieran o no leer y escribir, tendrían la facultad o atribución de votar para elegir el presidente de la república. Democráticamente, fue seleccionado Rómulo Gallegos quien, para retroceso y fracaso de esta plausible circunstancia, fue derrocado por un golpe militar el 24 de noviembre de 1948. Desde hace exactamente 76 años, esta deplorable hora sigue marcando acompasadamente nuestros tiempos.
Se le atribuye al polemista, fundador, entre otros, del Partido Liberal en 1840, Antonio Leocadio Guzmán, la famosa frase “para que esto sea república y nosotros ciudadanos”. Sin duda, un objetivo que, a estas alturas, estamos obligados alcanzar con mucha inteligencia y arduo trabajo.
Para que esto sea república o – si se quiere – una verdadera democracia, nos hace falta mucho. Porque la cuestión no es solamente elegir, si no también aceptar, dar cumplimiento a las reglas de juego, respetar la soberanía popular, las potestades o competencias de los poderes públicos y proteger los derechos civiles y personales, entre otras cosas. Requerimos, entonces, no dispersarnos en función de fáciles soluciones, altercados momentáneos, lenguajes altisonantes y muchos menos dejarnos llevar por mágicas promesas.
En el fondo, se trata que si aspiramos a tener una república, a pesar de todas las contrariedades, no hay duda que necesitaremos mucho tesón y creatividad. Sí, la república, tan sublime y virtuosa aspiración, pero tan difícil de alcanzar…
Ricardo Ciliberto Bustillos