La Enfermedad de Kawasaki, una afección poco común pero potencialmente grave, afecta principalmente a niños menores de cinco años y ha desconcertado a médicos e investigadores desde que fue identificada por primera vez en Japón en 1967 por el pediatra Tomisaku Kawasaki.
Armando Esteban Quito
Este trastorno inflamatorio, que provoca la hinchazón de los vasos sanguíneos, especialmente las arterias coronarias que suministran sangre al corazón, sigue siendo una de las principales causas de enfermedad cardíaca adquirida en niños en países desarrollados. Aunque su origen exacto permanece desconocido, los expertos sospechan que podría estar relacionado con una respuesta inmunitaria desencadenada por una infección viral o bacteriana en individuos genéticamente predispuestos.
Los síntomas iniciales de la enfermedad suelen ser alarmantes para los padres: fiebre alta y persistente que dura al menos cinco días, acompañada de ojos rojos, labios agrietados, una lengua con apariencia de «fresa» por su color y textura, erupciones cutáneas y ganglios linfáticos inflamados en el cuello. Sin embargo, lo que hace que esta enfermedad sea particularmente preocupante es su capacidad para avanzar silenciosamente hacia complicaciones más serias si no se trata a tiempo. En aproximadamente un 25% de los casos no tratados, los niños pueden desarrollar aneurismas en las arterias coronarias, lo que aumenta el riesgo de coágulos sanguíneos, ataques cardíacos o incluso daños permanentes al corazón.
El tratamiento estándar, cuando se diagnostica a tiempo, es notablemente efectivo. Consiste en la administración de inmunoglobulina intravenosa (IVIG), un derivado de plasma sanguíneo que reduce la inflamación, junto con aspirina en dosis altas para controlar la fiebre y prevenir problemas de coagulación. Con esta intervención, la mayoría de los niños se recuperan por completo, aunque requieren seguimiento cardiológico para descartar secuelas a largo plazo.
A pesar de los avances en su manejo, la Enfermedad de Kawasaki plantea incógnitas que la ciencia aún no resuelve. ¿Por qué afecta predominantemente a niños pequeños? ¿Qué explica su mayor incidencia en poblaciones de ascendencia asiática? Y, sobre todo, ¿qué agente desencadenante la pone en marcha? Los brotes estacionales observados en algunos países, como Japón, donde los casos tienden a aumentar en invierno y primavera, sugieren un vínculo con factores ambientales o infecciosos, pero las pruebas concluyentes siguen siendo esquivas.
Para las familias, el impacto emocional puede ser significativo. El diagnóstico, que depende de criterios clínicos más que de una prueba definitiva, a menudo llega tras días de incertidumbre. Sin embargo, la concienciación creciente entre pediatras ha mejorado las tasas de detección temprana, ofreciendo esperanza a quienes enfrentan esta misteriosa enfermedad.
En un mundo donde las infecciones infantiles suelen ser pasajeras, la Enfermedad de Kawasaki sirve como recordatorio de que incluso las dolencias raras pueden dejar una huella duradera si no se abordan con rapidez. Mientras los científicos continúan buscando respuestas, la prioridad sigue siendo clara: identificarla pronto y actuar sin demora.