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Adiós Socialismo del Siglo 21: Bolivia cierra una era marcada por la corrupción y la destrucción de las instituciones

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Bolivia vive este domingo una jornada decisiva. Más de siete millones de ciudadanos están llamados a votar en una segunda vuelta presidencial inédita que enfrenta al expresidente Jorge «Tuto» Quiroga y al líder del Partido Demócrata Cristiano (PDC)Rodrigo Paz Pereira, quien se impuso en la primera ronda celebrada en agosto. Es una elección que va mucho más allá de la disputa entre dos candidatos: marca el fin del ciclo del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido que dominó la vida política boliviana durante casi veinte años bajo el liderazgo de Evo Morales y, más tarde, de Luis Arce.

La Gaceta de la Iberosfera

El Tribunal Supremo Electoral (TSE) ha confirmado que los resultados preliminares se conocerán esta misma noche, y que el escrutinio final será anunciado el miércoles. Será la primera vez que Bolivia defina a su presidente en segunda vuelta desde que la Constitución de 2009 instauró el sistema de doble ronda. El simple hecho de que ninguno de los finalistas pertenezca al MAS ya representa una ruptura histórica.

El colapso del oficialismo no es producto de una coyuntura aislada, sino de un proceso de desgaste estructural que venía gestándose desde hace años. La crisis comenzó con la obsesión reeleccionista de Morales, que desconoció el referéndum de 2016 y debilitó las instituciones al someter al Tribunal Constitucional a su control. Continuó con una gestión económica que dilapidó el auge del gas y dejó al país sin dólares, con subsidios insostenibles y un déficit fiscal superior al 9% del PIB. Pero la implosión definitiva llegó con la guerra interna entre Morales y Arce, que partió al MAS en tres facciones —evistas, arcistas y renovadores— y dejó a sus bases dispersas y cansadas. En las elecciones de agosto, el partido que una vez concentró más del 60% de los votos apenas superó el 3%, el mínimo legal para no desaparecer.

La fractura del MAS abrió el espacio para una competencia inédita entre dos opciones no socialistas. Rodrigo Paz, que se presenta como un centrista pragmático y modernizador, y Jorge Quiroga, exmandatario de perfil liberal, encarnan diferentes estilos de oposición, pero comparten un diagnóstico: Bolivia necesita orden fiscal, justicia independiente y apertura económica. Ambos han señalado la urgencia de negociar con organismos multilaterales y estabilizar la macroeconomía antes de que el país caiga en una crisis de deuda. El Fondo Monetario Internacional ya ha iniciado contactos con ambos equipos, consciente de que sin un cambio de rumbo la economía boliviana no podrá sostenerse más de un año.

Esta elección importa no sólo por quién gane, sino porque cierra una etapa política e ideológica. El llamado «proceso de cambio» que en 2006 prometió transformar Bolivia en un modelo de justicia social terminó derivando en un régimen clientelar, autoritario y corrupto, sostenido durante años por los precios internacionales del gas y por un relato de épica indígena que el tiempo volvió anacrónico. Pero además la caída del MAS no se explica sólo por los errores de Evo o Arce, sino por el agotamiento de una lógica de poder que confundió Estado con partido y liderazgo con caudillismo, y control absoluto del poder.

La votación de este domingo será, en el fondo, un plebiscito sobre el socialismo del siglo XXI en su versión andina. La economía al borde del colapso, la judicialización de la política y la fractura del bloque masista han demostrado los límites del modelo. Bolivia llega hoy a las urnas con una sociedad polarizada, pero decidida a cerrar un ciclo. Los votantes no buscan ya héroes revolucionarios, sino instituciones que funcionen, estabilidad y empleo, sentido común.

La región observa con atención. En Iberoamérica, donde la marea rosa retrocede tras las derrotas del kirchnerismo en Argentina y el desgaste de Petro o Boric, el caso boliviano se interpreta como una victoria: los socialismo hegemónicos también pueden caer. Pero el desafío que viene no será menor. Quien gane tendrá que reconstruir un Estado quebrado, despolitizar la justicia y restaurar la confianza de un país acostumbrado a vivir entre la confrontación y el subsidio. Bolivia no sólo vota por un presidente: vota por su viabilidad como república. Después de dos décadas de socialismo, la ciudadanía tiene en sus manos la posibilidad de empezar de nuevo.

El resultado de esta jornada marcará el fin de un largo experimento político y el inicio de una nueva etapa. Sea quien sea el vencedor, lo que está en juego no es un nombre, sino el renacimiento institucional de Bolivia tras años de populismo, socialismo, división y deterioro moral. La historia dirá si esta elección, más que un punto final, logra convertirse en un punto de partida.

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