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Apología de la Hispanidad: la mayor gesta espiritual y civilizatoria del mundo contemporáneo

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«La Hispanidad creó la Historia Universal, y no hay obra en el mundo, fuera del Cristianismo, comparable a la suya».

Ramiro de Maeztu

Celebrar la hispanidad es, ante todo, celebrar una gesta cultural, espiritual y civilizatoria que hasta ahora no tiene parangón en la historia contemporánea del mundo, y esto resiste cualquier prueba o examen. Hablar de ella, sin más, es hablar del fenómeno que logró vertebrar a ambas orillas del Atlántico una cosmovisión anclada en la fe, la voluntad de crear instituciones y prácticas de vida y la consabida disciplina para hacerlas permanentes en el tiempo, incluso luego del divorcio que supuso la atormentada época de las independencias en América.

Por: Nehomar Hernández – La Gaceta de la Iberosfera

Las cosas no son casuales y las verdades, por más que traten de ocultarse o, directamente omitirse, siempre terminan saliendo a flote: esta misma semana Donald Trump reconocía en Washington la empresa que significó la llegada de Colón a América y el papel crucial que jugó la determinación personal de los Reyes Católicos en la construcción del Nuevo Mundo. En un comunicado de la Casa Blanca básicamente se exaltan las virtudes de un hecho que, con varios siglos de distancia, muchos hispanos aún nos resistimos a apreciar en su completa dimensión: la llegada de España con las carabelas a América supuso un «antes» y un «después» en el devenir de la humanidad.    

Trump, que ha demostrado tener especial debilidad por los grandes momentos y figuras de la historia, ha traslucido así su admiración por el arrojo de una España que fue capaz de lanzarse a poner en marcha un proceso de conformación cultural sobre unos territorios que eran, hasta ese momento, desconocidos para el resto del orbe; y lo hizo con una entrega y una pasión como quizá hasta entonces no se había visto en ningún proceso similar en el planeta. Y vaya que de ello pueden hablar británicos y franceses, pero no nos detendremos en ello, porque las comparaciones siempre son odiosas, y en este caso lo son más.

España, lejos de dedicarse simplemente a colonizar extractivamente y a organizar paredones de fusilamiento racial —como se ha señalado en los tomos que componen la bibliografía negrolegendaria y como sí que lo hicieron otros países de Europa—, se dedicó a entregarle a América un sentido del ser, una razón para estar en el mundo, así como a cimentar el edificio de su proceso evolutivo hacia las sociedades modernas; todo ello sin negar que el camino estuvo lleno de obstáculos y dificultades.

En los días que corren se han tejido en el ciberespacio muchísimos y amplísimos debates sobre lo que implica realmente defender la hispanidad. En el reino de las opiniones cada quien puede creer que tiene la razón, pero quizá lo más conveniente para aproximarse desde un punto de vista certero a esta compleja, pero a la vez fascinante idea, sea recordar una de las premisas de don Ramiro de Maeztu en su ya clásica «Defensa de la Hispanidad», publicada en 1934:

«La Hispanidad, desde luego, no es una raza. Tenía razón el Eco de España para decir que está mal puesto el nombre de Día de la Raza al del 12 de octubre. Sólo podría aceptarse en el sentido de evidenciar que los españoles no le damos importancia a la sangre, ni al color de piel, porque lo que llamamos raza no está constituido por aquellas características que puedan transmitirse a través de obscuridades protoplásmicas, sino por aquellas otras que son la luz del espíritu, como el habla y el credo».

El legado de la magna obra está allí. En este y en el otro lado del océano hay millones de hombres y mujeres que asumen a Dios como su creador, que juzgan importante la vida y la familia, que procuran la búsqueda la libertad, que son compasivos con el otro; hombres y mujeres que, en pocas palabras, aman su cultura y harían todo por defenderla. Esa cultura que, sólo con algunas diferencias, permite que en Madrid, Quito, Bogotá, Buenos Aires, Caracas o Lima, exista una forma de ser común; un sentir que nos hermana.    

Uno de los principales vehículos de esa empatía cultural es el lenguaje. Tal y como lo ha reiterado hasta la saciedad el profesor Carlos Leáñez Aristimuño, el español tiene intrínsecamente una perspectiva que quizá aún los propios hispanos no hemos dimensionado: en un mundo en el que existen cerca de unas 7.000 lenguas, se trata del tercer idioma más hablado en la tierra (existen unos 500 millones de hispanohablantes en todo el planeta). No es poco.

Esto es, por un lado, una muestra del peso histórico que cargamos sobre los hombros y, por el otro, una demostración inequívoca del gran potencial que tiene el mundo hispano de cara a los tiempos por venir si se asume como el gigante que definitivamente es. ¡Viva la Hispanidad!

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