Tras casi dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS), Bolivia inicia una transición histórica con la victoria de Rodrigo Paz, que pone fin al ciclo inaugurado por Evo Morales en 2006. El país enfrenta una economía exhausta, once años de déficit fiscal y una profunda crisis institucional heredada del control político autoritario del MAS. En este contexto, el politólogo Juan Pablo Chamón, director ejecutivo del think tank Libera, analiza en conversación con La Gaceta de la Iberosfera el sentido del cambio, los retos del nuevo Gobierno. Chamón advierte que Bolivia vive «el último gobierno del ciclo del MAS» y que su desenlace marcará el rumbo político de toda una generación.
Después de casi dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo, ¿qué simboliza realmente el triunfo de Rodrigo Paz? ¿Estamos ante una ruptura estructural o un simple relevo dentro del mismo sistema?
Sí, hay una transición sustancial. Después de dos décadas del Movimiento al Socialismo bajo la influencia de Evo Morales, Bolivia termina optando por una alternativa con un lema muy claro: capitalismo para todos. Salimos de una esfera donde Evo Morales controlaba la justicia, el poder legislativo y, además, la educación. Se ha intentado revertir ese dominio: hoy tenemos, por ejemplo, una ley educativa horrorosa que adoctrina a los niños. Veinte años después, gana una opción con ese lema. Hay un cambio, sin duda. Habrá similitudes en cuestiones pragmáticas o ciertas vertientes populistas, pero al final de cuentas se abre un nuevo paradigma. Una muestra de ello es el primer viaje que ha realizado el presidente electo. Rodrigo Paz ha estado en Washington, D.C., conversando con organismos multilaterales y con el gobierno de Estados Unidos para resolver dos asuntos urgentes: la provisión de hidrocarburos —porque los bolivianos están haciendo entre tres y cuatro horas de fila para llenar el tanque de gasolina— y la falta de dólares, tras once años de déficit fiscal y la desaparición de reservas. El gobierno incluso se gastó los dólares de los ahorristas bolivianos. Veo señales de cambio, diferencias sustanciales y unas buenas primeras semanas, aunque hay que permanecer atentos.
¿Cuáles fueron los principales factores detrás de la caída del MAS? ¿Pesó más la fractura entre Evo Morales y Luis Arce, la economía o el desgaste político?
No se puede entender la caída de Evo Morales y del MAS sin mirar el referéndum del 21 de febrero de 2016. Ese año, Morales convocó una consulta para cambiar la Constitución y poder reelegirse, pese a que él mismo la había redactado. Contra todo pronóstico, Bolivia le dijo que no. Fue una lucha monumental contra toda la estructura estatal y su enorme popularidad. Aun así, Morales volvió a postularse gracias a un fallo del Tribunal Constitucional —que él mismo controlaba—, según el cual la reelección era un «derecho humano». Aquello provocó una ruptura profunda con los bolivianos. El distanciamiento con su proyecto no tiene sólo una raíz económica: fue también una reacción ética y política ante el abuso de poder. Incluso dirigentes del MAS más próximos a Arce han reconocido que se equivocaron al apoyar la reelección indefinida. Luego, mientras Morales y Arce se enzarzaban en luchas internas, la gente sufría: largas colas para conseguir combustible o pan, restricciones para retirar sus propios dólares o usar tarjetas de crédito. Todo eso erosionó al MAS. Creo que estamos ante el último gobierno del ciclo iniciado hace veinte años, no aún ante el primero de un nuevo ciclo. Pero hay esperanza: si las cosas se hacen bien, es muy difícil que un proyecto como el de Evo Morales pueda volver.
Durante dos décadas, Morales mantuvo una política exterior alineada con Cuba, Venezuela y el Foro de Sao Paulo. Rodrigo Paz ha anunciado que cambiará ese rumbo. ¿Qué tipo de viraje espera?
Viene una etapa mucho más pragmática. La prioridad será restablecer relaciones comerciales con el mundo para atraer dólares y reactivar la economía. Durante años, la mayoría de los productos bolivianos de exportación estaban restringidos; eso va a cambiar. También habrá un giro geopolítico importante hacia Occidente: Bolivia saldrá del eje autoritario de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y también de las influencias de Rusia, China e Irán. Estas diferencias se verán desde el primer momento. Cuando Paz asuma el poder, varios mandatarios extranjeros acudirán a La Paz, algo que no ocurrió ni siquiera en el bicentenario del país, lo que demuestra el aislamiento diplomático en que nos dejó el MAS. Restablecer relaciones normales —sobre todo con Estados Unidos— dará impulso al nuevo gobierno y fortalecerá la imagen de Bolivia.
La prensa internacional lo describe como «centrista», «derechista” o «centro-izquierdista». Hay mucha confusión sobre su ideología. ¿Cómo definirías tú el perfil político de Rodrigo Paz?
La política boliviana ha estado tan a la izquierda que cualquier alternativa frente al MAS parece de derecha. Paz se define como un político de centro, pero yo lo ubicaría más bien en una centro-derecha moderna: cree en movilizar a la gente a partir del capitalismo para todos. Lleva años criticando lo que él llama el Estado tranca, ese Estado que entorpece, no deja funcionar ni abrir negocios. Su discurso entiende muy bien la realidad boliviana: una economía donde el 85 % es informal. En ese contexto, el «capitalismo popular» busca integrar a esos sectores en la productividad. Es cierto que para algunos sectores conservadores puede parecer más de centro, y que usa símbolos heredados de su padre —uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria—, como la frase Hasta la victoria siempre. Pero eso muestra su pragmatismo, no una continuidad ideológica con la izquierda.
Bolivia ha estado marcada por una ideología de izquierda y por la narrativa plurinacional. ¿Esa matriz ideológica se ha roto o sólo se ha atenuado por la crisis del MAS?
Uno de los grandes desafíos es decir la verdad sobre la cuestión indígena. El proyecto de Evo Morales utilizó la plurinacionalidad como símbolo de diversidad, pero en realidad dejó a los pueblos indígenas en el desamparo. Después de veinte años de supuesto indigenismo, el 83 % de las lenguas originarias está en peligro de extinción, y muchas comunidades están envenenadas por la explotación ilegal de oro promovida por acuerdos con China. No hemos tenido un gobierno más antiindígena que el de Morales. Esa herencia requerirá una lucha cultural y narrativa, pero dudo que sea la prioridad inmediata de Paz: el foco estará en resolver la crisis económica y restaurar la gobernabilidad.
Rodrigo Paz no tiene mayoría en el Congreso, y Evo Morales conserva capacidad de movilización. ¿Hasta qué punto podrá el nuevo presidente garantizar estabilidad política?
Será un error tratar a Evo Morales —un prófugo de la justicia— como rival político en lugar de asumirlo como un factor de inestabilidad. Morales quiere volver al poder y ha demostrado estar dispuesto a todo. Este año sus protestas dejaron más de cinco policías muertos y pusieron al país al borde de una guerra civil. El desafío de Paz será consolidar mayorías en la Asamblea Legislativa para aprobar reformas urgentes. No debería tener grandes obstáculos: el MAS no tiene senadores y cuenta con sólo ocho diputados de 130. Eso le da margen de maniobra. Tras veinte años de hegemonía aplastante del MAS, el hecho de que las fuerzas políticas deban ahora llegar a acuerdos es una oportunidad para reconstruir la cultura democrática boliviana. Bolivia llega a este punto con instituciones destruidas: el World Justice Project la ubica en el puesto 131 de 142 en Estado de Derecho, y en el 141 en justicia penal. Si el nuevo gobierno logra combinar acuerdos amplios con soluciones económicas efectivas, podrá devolver al país gobernabilidad y normalidad democrática.
Le devuelve músculo democrático al sistema, después de años de hegemonía del Movimiento al Socialismo.
Exactamente. Eso puede cambiar la relación entre ciudadanía y política. Competencia, contrapesos y responsabilidad son claves. Cuando un gobierno puede hacer todo lo que se le antoja, las cosas terminan como están terminando ahora.


