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Claves de un colapso: ¿Llegó la temida “Opción Cero” a Cuba?

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Se veía venir. Cada día que pasaba el déficit de electricidad crecía en Cuba y las horas de apagones se hacían más largas. Este viernes 18 de octubre se ha tocado fondo y cerca de las once de la mañana llegó el colapso del sistema energético tras la salida de servicio de la principal termoeléctrica del país. Las escuelas no abrieron para recibir a los estudiantes, las actividades culturales fueron canceladas y se suspendieron todos los servicios que no se consideran vitales. La vida cotidiana se ha detenido y el país ha entrado en una pausa de la que nadie sabe cuándo saldremos.

Por: Yoani Sánchez – DW

Durante los años 90, en la crisis conocida con el eufemismo de Período Especial, el discurso oficial advertía de la posibilidad de que la nación tocara fondo. A aquel abismo se le llamó Opción Cero y traería consigo la instalación de ollas colectivas para alimentarse en cada barrio, el fin del suministro eléctrico y la total renuncia al transporte público. Por las calles dejarían de rodar los vehículos y los aviones ya no surcarían por nuestros cielos. Afortunadamente aquel terrible escenario no llegó a suceder porque el régimen cubano, contra las cuerdas económicas y temiendo un estallido social, dolarizó el país, abrió la nación a la inversión extranjera, utilizó el éxodo de los balseros para soltar algo de la presión social acumulada y permitió por primera vez en décadas los negocios privados.

Han pasado tres décadas desde aquel oscuro momento de nuestra historia y este octubre el fantasma de la Opción Cero ha tocado de nuevo a nuestras puertas. El jueves en la noche, el primer ministro Manuel Marrero reconoció lo que ya no se podía seguir negando: «Hemos tenido que paralizar la economía para poder garantizar un mínimo de servicio eléctrico». A esa misma hora, en la céntrica calle 23 de El Vedado habanero, el edificio más alto de la Isla mostraba muchas de sus ventanas iluminadas. La también conocida como Torre K está destinada a ser un hotel de lujo y, como tal, goza de un suministro eléctrico estable y sin interrupciones. Alrededor del feo bloque de concreto, la mayoría de las manzanas estaban a oscuras mientras la monótona voz del funcionario aseguraba en la televisión que íbamos a resistir y a vencer también las actuales penurias.

La falta de inversión en el sector energético ha sido una de las causas que ha llevado a Cuba hasta este viernes sin luz. Mientras el dinero sigue fluyendo para construir alojamientos de cuatro y cinco estrellas de cara al turismo internacional, la renqueante industria energética apenas ha recibido reparaciones puntuales y mantenimientos superficiales. El resultado de la falta de previsión y de la ineficiencia gubernamental ha sido que las principales termoeléctricas del país sean montañas de hierros oxidados incapaces de satisfacer la demanda del sector residencial y mucho menos del entramado productivo.

Llegados a este quiebre, las autoridades parecen no comprender la gravedad de la situación y tratan de activar los gastados resortes del nacionalismo, culpando del problema al embargo de Estados Unidos. También llaman a ajustarse el cinturón y a ahorrar electricidad al interior de los hogares. Usan para estas convocatorias el manido vocabulario bélico de luchar contra las adversidades y de apelar a las «trincheras de ideas” para superar el momento. Nada parece servirles hasta ahora. Las calles y las redes sociales van repitiendo un clamor de un cambio radical en lo político y en lo económico que antes solo se decía en voz baja. La ira popular va creciendo y no parece haber un proyecto oficial, a corto ni mediano plazo, para hacer más llevadera la vida de la gente. Se viene encima una época difícil y oscura.

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