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El caso Uribe: la persecución del exguerrillero Gustavo Petro al expresidente conservador que derrotó al terrorismo y transformó Colombia

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Álvaro Uribe Vélez no fue un presidente más. Fue el líder que transformó a Colombia en una nación vivible. Entre 2002 y 2010, redujo los homicidios a la mitad, recuperó el control territorial que el Estado había perdido durante décadas, revitalizó la economía con crecimiento sostenido y estabilizó las instituciones tras años de desgobierno. Fue, sin ambigüedades, el artífice de la derrota militar de las FARC, el grupo narcoterrorista más sanguinario del continente.

Por: Santiago Carranza-Vélez – La Gaceta de la Iberosfera

No lo hizo con retórica hueca, sino con hechos: más de 30.000 combatientes desmovilizados, una caída del 46% en los secuestros, y una inversión extranjera que se triplicó. Colombia, por primera vez en medio siglo, dejó de ser un Estado fallido y se convirtió en un actor respetado en el concierto internacional. Y sin embargo, el 28 de julio de 2025, ese mismo hombre fue condenado a más de doce años de prisión domiciliaria por presunto fraude procesal y soborno a testigos. No por crímenes de guerra, ni por enriquecimiento ilícito. Por querer defender su reputación.

El juicio —extenso, opaco, con una sentencia de mil páginas entregada pocas horas antes de la audiencia final— fue un simulacro de legalidad. Para millones de colombianos, no fue justicia: fue revancha. Y desde Europa, la pregunta es ineludible: ¿cómo puede el mundo libre tolerar que se encarcele al hombre que salvó a su país del abismo?

El conservador que el socialismo del siglo XXI no perdona

Uribe no representa sólo una gestión exitosa: encarna un modelo de nación que se opone frontalmente a la agenda del socialismo continental. Frente al victimismo militante, respondió con autoridad. Frente a la complicidad con los violentos, exigió ley y orden. Su legado es intolerable para quienes han hecho del resentimiento y el revisionismo su motor de poder.

La senadora María Fernanda Cabal, referente del uribismo, fue contundente: «Condenar a Uribe es condenar su legado». Lo que está en juego no es un expediente judicial: es la posibilidad misma de que en Iberoamérica existan líderes capaces de defender la civilización occidental sin complejos.

Petro: el exguerrillero que persigue a su adversario

Nada de esto puede entenderse sin el contexto del gobierno actual. Gustavo Petro, presidente de Colombia y exintegrante del grupo armado M-19, gobierna con una agenda inspirada en el Foro de Sao Paulo. Su estilo no es el del estadista, sino el del agitador reciclado. Desde el poder, ha promovido la liberación de violentos, ha atacado sistemáticamente al aparato militar y ha alentado la persecución judicial contra la oposición.

A Uribe lo llama «genocida». A los terroristas los llama “compañeros de lucha”. La justicia colombiana, infiltrada por cuadros ideológicos del nuevo régimen, ha hecho lo propio: ensañarse con quien alguna vez los derrotó. Mientras se indulta a guerrilleros confesos, se encarcela al presidente que les impidió tomarse el país. Es, como ha dicho Cabal, “el mundo al revés”.

VOX da la batalla: España no será cómplice del atropello

Desde Madrid, la reacción fue inmediata. Foro Madrid, impulsado por la Fundación Disenso, denunció que «la condena a Álvaro Uribe no es producto de un proceso imparcial, sino de una vendetta política de la izquierda narco-guerrillera que hoy gobierna Colombia». El comunicado señala que el objetivo es «aniquilar moralmente al uribismo y borrar de la historia su victoria contra el terrorismo».

El eurodiputado Hermann Tertsch fue más allá. En un hilo publicado en la red X, afirmó: «Uribe ha sido condenado por devolver la paz a Colombia. Hoy, los terroristas están en el poder y usan los tribunales para vengarse”. Para Tertsch, esto es «revancha revolucionaria» y una muestra de cómo «el modelo del Foro de Sao Paulo se impone a costa de la verdad y la democracia». Tertsch añadió: «Desde VOX y desde el Parlamento Europeo no nos callaremos. Defender a Uribe es defender a todos los que creen en la ley, en la nación y en la libertad».

Uribe no está solo

Hoy, desde Europa, no basta con lamentos. Uribe debe saber que no está solo. Que miles de patriotas, desde Hungría hasta Chile, desde Portugal hasta Perú, saben que su condena no es más que un ensayo de la izquierda para criminalizar toda disidencia. Que su figura, lejos de debilitarse, se fortalece como uno de los grandes referentes morales de una Iberoamérica libre, cristiana y soberana.

Europa debe mirar a Colombia no como un caso ajeno, sino como el espejo de su futuro. Si a Uribe se le destruye por haber defendido a su patria, nadie estará a salvo. La justicia convertida en arma ideológica es el fin del Estado de Derecho.

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