Distinguir a un líder excepcional
¿Cómo saber que estamos ante un liderazgo excepcional, cuando aún el tiempo no nos ha revelado su verdadera estatura? ¿Cómo intuir que esa persona llegará muy lejos y hará grandes cosas, cuando se nos aparece como alguien más en la densa trama de la vida? ¿Cómo pueden sobrevivir tales intuiciones al molino de la opinión pública, cuando en esta predomina una corriente empecinadamente adversa? Nadie puede leer el futuro, ni nada en el presente garantiza un determinado porvenir. Pero todos (con ciertos matices) podemos percibir el nivel de coherencia e integridad que proyecta una figura pública, más allá de que compartamos o no sus opiniones y actos.
Por: Miguel Ángel Martínez – Letras Libres
En las siguientes líneas quiero explicar por qué la entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado no es un accidente. Es, por el contrario, un reconocimiento explícito a la trascendencia de una lucha como la de los demócratas venezolanos, la cual ha adquirido ya un carácter medular en el acontecido panorama internacional. Pero, sobre todo, es el más alto reconocimiento que se puede hacer a la trayectoria de una líder singular, cuya estatura no se puede entender cabalmente sin antes comprender los retos que ha asumido, los objetivos que se trazado, la correlación de medios a su alcance y los peligros que ha decidido enfrentar.
“Nobleza obliga”
María Corina Machado nació en el seno de una influyente familia caraqueña, donde su curiosidad y energía innatas encontraron condiciones ideales para prosperar. Su padre, Henrique Machado Zuloaga, fue un respetado empresario, vinculado al sector eléctrico y siderúrgico, y reconocido por su voluntad de hacer país. Su madre, la psicóloga Corina Parisca Pérez, fue también una consumada tenista que llegó a representar a Venezuela en los Juegos Panamericanos de 1959. La familia cuenta en su conjunto con destacadas personalidades, empresarios, escritores y líderes políticos, protagonistas de relevantes episodios de la historia nacional.
María Corina, la mayor de cuatro hermanas, sintió siempre que debía honrar ese legado y asumir las más altas responsabilidades. Aprendió a amar cada rincón del país de la mano de su padre —a quien públicamente ha señalado como el amor de su vida—, y a tratar a todas las personas con sencillez y naturalidad. Estudiante aplicada, trabajadora infatigable, impaciente, curiosa y perfeccionista, le gusta empeñarse hasta la extenuación. Goza de un metabolismo privilegiado. Puede trabajar 18 horas diarias sin parar durante meses y años, luciendo siempre impecable a pesar de ser la última en irse a dormir y la primera en levantarse.
Ingeniera industrial con una especialización en finanzas, María Corina es mamá de Ana Corina, Ricardo y Henrique, tres grandes profesionales que, como ella, son escrupulosos, conscientes y comprometidos. Criados bajo la estela de una entrega ejemplar, han estado siempre a la altura de las difíciles circunstancias. Y acompañan día y noche a una madre tremendamente autoexigente que —para angustia de sus seres queridos, orgullo de sus seguidores y preocupación de sus adversarios— demuestra siempre una valentía sin límites, reconocida por tirios y troyanos.
El coraje, ese coraje que Aristóteles definía como la más alta virtud política, es en María Corina ese principio vertebrador de todos los aspectos de su personalidad.
Titánica tarea
Para finales del siglo XX la democracia venezolana, referente regional durante décadas, presentaba ya síntomas de una cierta decadencia, nunca irreversible pero sí notoria. El sistema político, lastrado como estaba por los males del rentismo, el clientelismo y los vicios partidocráticos que suelen caracterizar a las democracias pactadas, no resistió ante la prédica incendiaria de Hugo Chávez, a caballo entre el populismo y la ruptura revolucionaria. Siguiendo el guión castrista, el chavismo desmanteló el orden constitucional y arruinó la economía del país más próspero de América Latina. Los resultados catastróficos están a la vista y no requieren aquí mayor descripción.
En ese contexto, María Corina entró en política como suelen hacerlo los liberales más genuinos: en tiempos revueltos, compelida por las circunstancias, desde la sociedad civil y para intentar salvar el buen orden de las cosas más queridas. Tras sus primeras experiencias profesionales —en la empresa privada y fundando organizaciones de ayuda a niños abandonados—, decidió crear Súmate, una asociación civil dedicada a salvaguardar la transparencia electoral. Pero ante el ímpetu chavista, que destruía todo a su paso, entró de lleno a la política pura y dura.
No solo asumió el reto de combatir frontalmente a un régimen criminal que se asocia con las peores autocracias del planeta. También tuvo que lidiar con la cultura política que predominaba en el seno de la oposición democrática, orientada siempre al reacomodo y la componenda, alérgica al rigor conceptual, la claridad discursiva y la innovación organizacional, y totalmente dominada por hombres. Asimismo, las élites sociales, económicas e intelectuales la miraban con desconfianza. No solo era joven y atrevida; tampoco estaba dispuesta a transar con cualquier cosa.
La fragua de un proyecto político y nacional
Durante años, las iniciativas de María Corina generaron más escepticismo que seguidores. Pero jamás se arredró. Se integró en equipos y coaliciones que a menudo la relegaban a tareas menores, procurando siempre asumir mayores responsabilidades. Como ingeniera y persona de mundo, sus iniciativas siempre aportaron una mirada distinta, una habilidad para comprender los problemas de forma más integral y una capacidad para resolver problemas concretos. Hizo cuanto pudo para impulsar lo que consideró urgente y correcto. Jamás perdió el empeño por seguir aprendiendo.
En este periplo, María Corina llegó a ser la diputada más votada del país; condujo en ocasiones las relaciones de la coalición opositora con asociaciones civiles y actores foráneos; asesoró a los partidos en los asuntos técnicos de índole electoral; lideró protestas callejeras y compitió en las primarias de 2012 para ser la candidata presidencial ante el chavismo. Su perfil político quedó claramente reflejado cuando le dijo a Chávez en el Congreso que “expropiar es robar”. Tras diez años de intenso recorrido, las dificultades enfrentadas para defender sus posiciones en el seno de la unidad opositora la persuadieron de la necesidad de crear y liderar un partido nuevo e innovador.
Con la fundación de Vente Venezuela, María Corina aprovechó las experiencias acumuladas durante su primera década en política y preparó el terreno para lanzar una iniciativa política integral y rompedora. Era necesario vencer al sistema político imperante, ideado por Chávez y perpetuado por Maduro, donde a la oposición no se la barría por completo, sino que se le ofrecía un espacio menor de coexistencia para usufructuar algunas gobernaciones y alcaldías en el seno de un proyecto nacional autocrático, a cambio de no representar jamás una opción de cambio estructural.
En Vente, María Corina pudo desplegar al máximo las virtudes que conforman su estilo de liderazgo político. Identificó a una multitud de ciudadanos que, por lo general, no provenían de la política, y los puso a trabajar en equipo. Con pocos recursos levantó una estructura nacional, sin depender de personas que ocupaban cargos de elección popular, y garantizando de este modo la ausencia de tramas clientelares tan comunes en otras organizaciones. Apostó por los jóvenes, haciendo de la formación e innovación constante un pilar para todas las iniciativas del partido. Y puso todos los adelantos técnicos del momento al servicio de la recuperación de la libertad.
Casi todas las organizaciones políticas venezolanas revisten algún carácter socialista. Vente, por el contrario, abrazó sin ambages la doctrina del liberalismo político, en el sentido más clásico y amplio del término. Ese liberalismo no fue impostado a partir de postulados teóricos, sino que fue reinterpretado, derivado y puesto en práctica desde la realidad concreta del pueblo venezolano. Un liberalismo nacido del respeto a la dignidad del ser humano, base de la autonomía del individuo que abre las posibilidades para su libre desarrollo. Y un nuevo proyecto de país, fundado en la libertad, y proyectado hacia el futuro mediante la recuperación de sus raíces más profundas.
La verdad os hará libres
En un país devastado por los estragos del socialismo autoritario, la propuesta de María Corina conectó de inmediato con la gente y su liderazgo cobró un vuelo inusitado. Confluyeron varios factores para ello. La oposición debía, por aquel entonces, elegir a un candidato unitario para competir en las presidenciales, y tras años de aprendizajes y labor incansable, la líder liberal (una de las pocas que resistían dentro de Venezuela) se presentaba una con una organización y un proyecto político bien definidos.
Pero lo más importante, probablemente, es que la propia María Corina sufrió una transformación profunda con la partida de su padre, justo cuando se iniciaba la campaña electoral por las primarias de la oposición. Firme, incansable, perfeccionista, siempre tuvo la fuerza necesaria para contener sus emociones en público, impidiéndole a la gente conocer su cara más humana. Pero la tristeza profunda derrumbó esas barreras, y los venezolanos, agotados como estaban por la miseria y el exilio, pudieron comprobar que detrás de toda esa firmeza insobornable había también una mujer normal, una madre que sufre, una venezolana que extraña a sus hijos.
La campaña se convirtió en algo mucho más grande. En un país arruinado, sometido durante décadas a la prédica del odio y la división, surgió la oportunidad para el abrazo y la reconciliación. Allí donde el espacio público se había convertido en sinónimo de peligro y persecución, las calles y plazas dieron lugar al reencuentro. Hombres, mujeres, niños, de toda condición social y orientación política, lloraban y se abrazaban en cada pueblo de Venezuela en una campaña que parecía obrar como terapia de un trauma colectivo. María Corina no ofrecía ayuda, sino que la pedía; no prometía beneficios, sino reconstruir al país con el esfuerzo de todos; no pedía votos, sino la confianza de la gente para unir al país. Y logró, porque se acercó a las personas como tales, y no como estómagos vacíos que pueden votar. Su lucha, decía, no solo era electoral, sino espiritual y existencial.
Su insistencia en llamar las cosas por su nombre confrontó al sistema político con la verdad de los hechos, abriendo las posibilidades para la victoria en medio de la represión generalizada y organizando a cada vez más ciudadanos de cara a una elección inicialmente imposible. Ni siquiera su fraudulenta inhabilitación política le impidió impulsar la victoria popular mediante la figura de Edmundo González. La historia de esa victoria es apasionante, pero no corresponde contarla aquí; baste con decir que no hay casos similares de organización popular para vencer en las urnas a una autocracia y para, además, comprobar inequívocamente la victoria popular.
Significado y trascendencia de este Nobel de la Paz
Tras 15 meses de violenta represión postelectoral, María Corina sigue viviendo y trabajando en la clandestinidad. No se ha detenido en su labor de organizar a la gente, conseguir aliados y fracturar al régimen. Ha demostrado la fortaleza de la tesis de Havel de la “vida-en-la-verdad” para derrotar al grupo criminal que usurpa las instituciones del Estado venezolano. Y en medio de tales circunstancias ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz.
El gobierno noruego insistió durante los últimos años en mediar en Venezuela. Asumía, quizás, que había allí dos bandos equivalentes en conflicto. Pero este año reconocieron que la profunda asimetría existente entre las partes negociadoras determinó la inutilidad de tales esfuerzos. Y aunque el Instituto Nobel Noruego es independiente del gobierno, la elección de María Corina implica aceptar que las propuestas de la líder venezolana, tildadas durante años de radicales y belicistas, en realidad eran las que mejor se correspondían con la realidad, y las que perfilaban la vía más sólida y realista hacia la paz; una paz que no puede ser tal sin democracia, ni libertad, ni la fuerza para conquistarlas.
En este sentido, y más allá del Nobel, el logro fundamental de María Corina va mucho más allá de haber sido la estratega de una memorable y definitiva victoria electoral contra una autocracia (que ya es mucho decir). Supera incluso el hecho de que la tarea que lidera excede un cambio de gobierno o una transición a la democracia, apuntando más bien hacia la consolidación de un nuevo proyecto nacional y su contribución a la estabilidad regional.
La trascendencia de su labor estriba, sobre todo, en recordarnos, con hechos y al precio de un enorme sacrificio, que al mal no se lo combate desde la debilidad o el equívoco, sino desde el coraje necesario para decir la verdad y actuar en consecuencia. Porque no hay paz sin libertad, ni existe libertad allí donde no se atiende a la verdad.


