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Gran revelación: el sexo no existe y la mujer tampoco

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El sofisma (la R.A.E. lo define como “falacia”, algo que, en apariencia, se presenta como válido, aunque en realidad es falso) ha hallado su enésima vuelta de tuerca en el pensamiento posmoderno que considera que la razón es un instrumento de control imperialista, colonial y normalizador de la injusticia. Es más, según su principal postulado, la razón ya no sirve para entender el mundo, por contra, lo que vale para ello es el subjetivismo psico-imaginario y el relativismo cultural. Hay, pues, que guiarse por las emociones, la subjetividad y los deseos individuales, un credo que va como anillo al dedo a los intereses neoliberales (léase individualismo, consumismo y lucro).

Por: Pilar Laura Mateo – Tribuna Feminista

En el caso concreto de la desigualdad por razón de sexo, este pensamiento ha dado en construir la llamada teoría “queer”, transgenerista o trans-feminista. En ella, se establece que ser mujer o varón es una ficción expresada en un modo de sentir, vestir y hablar, que se desarrolla a partir de una asignación extrínseca y arbitraria practicada a los sujetos al nacer. Por tanto, como el sexo no existe, salvo como construcción social o ficción discursiva, puede suceder fácilmente que algunos sujetos decidan auto-asignarse en base a sus deseos o necesidades de cada momento. ¿Que suena raro? Pues no, porque, aunque el sexo no existe, el género sí existe, la prueba es que todo se construye culturalmente. Entonces ¿la realidad biológica de mujeres y hombres..? Nada. Eso de la biología hay que superarlo ya y, gracias al transfeminismo es fácil de realizar, pues existe un completo catálogo de géneros donde elegir. La Web Gay, Cromosoma X, por ejemplo, afirma que en España hay 12 géneros reconocidos oficialmente: masculino, femenino, andrógino, no binario, intergénero, neutro, transexual, transexual femenino, transexual masculino, agénero, bigénero y trigénero. Pero eso no es nada, en otros países pueden ser hasta 16 e incluso 24. Así, el sujeto puede elegir y “ser quien es” (sea lo que sea lo que quiera decir esa tautología) y con ello ya tiene garantizado el “derecho a la felicidad” (que, por lo visto, eso sí que existe).

Lo anterior es parte de lo que se ha escuchado el pasado fin de Semana en Madrid en el Encuentro Internacional organizado por el Ministerio de Igualdad “Nosotras lo llamamos feminismo” (un nombre muy apropiado, ya que, salvo las organizadoras y los/as asistentes debe haber muy pocas personas que consideren feminismo lo que allí se ha expuesto). No obstante, el “Encuentro” ha resultado muy clarificador pues, además de elogiar la “Ley Trans” recientemente aprobada, también se han reivindicado la prostitución como una forma de empoderamiento para las mujeres, aunque no para los proxenetas y puteros (pobrecitos ellos), y la legalización de los vientres de alquiler, ya que se ve que hay numerosas mujeres ávidas por llevar a término un embarazo y luego entregar altruistamente al bebé a quien se lo solicite. Todo ello, más alguna que otra cosilla, nos llevará, sin duda, a una idílica igualdad, si obviamos, claro está, que esa situación ideal se construye obligatoriamente sobre dos puntales:

Uno. El relato patriarcal del consentimiento. Es decir, ¿realmente las mujeres prostituidas y las gestantes de alquiler consienten desde la libertad verdadera, o sea, no condicionadas?

Dos. La explotación sexual y mercantil de los cuerpos de las mujeres. ¿Será por eso que “acuerpemos” (signifique lo que signifique) ha sido la palabra más pronunciada en el evento?

El problema es que la experiencia de otros países nos dice que esta agenda transfeminista-generista no ha conseguido más derechos para las personas transexuales allí donde ha sido introducida, sino que, en algunos casos, está siendo un verdadero desastre. El libro de Hannah Barnes, periodista de la BBC, sobre el escándalo de la clausurada clínica Tavistock de Londres, dependiente del Sistema Público de Salud del RU, ha sacado a la luz tremendas miserias como la administración de medicamentos y hormonas a niños y niñas de 9 años, cientos de demandas para destransicionar imposibles de atender o datos que nos deberían hacer pensar mucho como que, de los adolescentes que pedían el cambio de sexo, más del 25% habían pasado por centros de acogida, el 38% provenía de familias con problemas de salud mental y el 42% de diversos malestares, acosos, anorexias y bulimias, etc… En fin, todo un registro de horrores que ha dejado impactados a los británicos. En cuanto a las mujeres que gestan hijos para otras personas (véase el caso de las ucranianas y rumanas), o la mayor parte de las mujeres prostituidas y víctimas de trata en países que legalizaron la prostitución, como Holanda y Alemania, tampoco parecen estar muy liberadas a tenor de las informaciones que nos llegan de estos países, verdaderos centros de tráfico sexual de niñas y mujeres.

Lo que sí parece que lleva camino de conseguir este transfeminismo es despojar a las mujeres de los derechos universales que han conseguido a base de lucha y esfuerzo. De hecho, la situación social y laboral que en estos momentos padecemos las féminas (si tienen tiempo, echen un vistazo a la última E.P.A) ha empeorado claramente en los últimos años. Sinceramente, ya no sé qué pensar de esta posmoderna teoría, salvo que muy feminista no es. ¿Qué por qué? Pues porque el feminismo siempre ha defendido que las mujeres son uno de los dos sexos que conforman la humanidad y que las mujeres no somos una ficción discursiva, sino sujetos que se realizan de modo singular e irrepetible en cada situación espacio-temporal.

Por otra parte, el feminismo es un movimiento internacionalista basado en los universales éticos de justicia e igualdad, lo cual garantiza la inclusión de todas las mujeres del mundo sin distinción de clase, raza, cultura, orientación sexual, religión o cualquier otra condición particular, en su agenda política. Una agenda que incluye, entre otras cuestiones, la erradicación de la trata de personas con fines de explotación sexual y reproductiva, la supresión del mercado de óvulos, la abolición de la prostitución y la denuncia de la pornografía, y que trabaje contra el matrimonio de niñas, las violaciones, acosos, feminicidios, la ablación de clítoris, las cirugías mutiladoras y contra otros modos de machismo, como son la exclusión del espacio público, la ciudadanía de segunda y tercera, la doble y triple jornada laboral, la brecha salarial y educativa, el techo y los laberintos de cristal, la feminización de la pobreza, la precarización laboral, etc. además de defender la libertad de orientación sexual y los derechos humanos de todas las personas, incluidos, por supuesto, los de las personas transexuales. Entonces ¿qué es lo que no defiende? Lo que no defiende son privilegios para los transgeneristas.

Parece que este 8 de marzo habrá dos manifestaciones separadas. Una pena, pero a tenor de lo que ocurre no podía ser de otra manera. El feminismo no puede defender unas identificaciones genéricas múltiples basadas en sentimientos y deseos individuales, porque eso supone vaciar la categoría “mujer” que es la base de su existencia. Tampoco puede apostar por la fragmentación de las mujeres, el sistema prostitucional, los vientres de alquiler o los cambios de sexo médicos y quirúrgicos sin garantías, ya que todo ello responde a intereses espurios contrarios a los de las mujeres.

Hoy el feminismo es uno de los escenarios en los que esta guerra de las identidades que nos invade se está manifestado con mayor crudeza. El confusionismo es tal que Leyes como “la Ley Trans” han sido votadas por el PP en casi todas las Comunidades Autónomas. Es más, en las CCAA en las que gobierna el PP, como Andalucía o Madrid, han decidido que quizá revisen alguno de sus artículos, pero que no es seguro. ¿Será esta una Ley de derechas? Y en todo caso, ahora que ni las mujeres ni el sexo existen ¿conseguirá muchos votos de las mujeres el transfeminismo generista que representa el Ministerio de Igualdad?

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