A pesar de los estrechos vínculos retóricos con Rusia, el mandatario venezolano fue ubicado en uno de los extremos de la foto oficial, lejos de Putin y Xi Jinping.
La simbología política de los actos oficiales rara vez es casual. El pasado 9 de mayo, en el marco del 80.º aniversario del Día de la Victoria sobre la Alemania nazi, Moscú fue escenario de una fastuosa ceremonia que reunió a 29 líderes internacionales. Sin embargo, una imagen captada durante el acto revela una jerarquía no declarada pero evidente: Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, aparece ubicado en uno de los extremos del retrato oficial, a varios metros de Vladímir Putin y de su invitado de honor, Xi Jinping.

Mientras Putin se encontraba en el centro de la escena, flanqueado por el líder chino y otras figuras clave del círculo euroasiático, Maduro compartía espacio con mandatarios africanos y delegaciones de menor peso geopolítico. Más llamativo aún fue que Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, también fue situado lejos del núcleo central, confirmando una tendencia que reduce el rol de los aliados latinoamericanos a meros actores de reparto en la narrativa rusa.
Este tipo de ubicación es cuidadosamente coreografiada y suele interpretarse como una señal del grado de cercanía o importancia que el Kremlin otorga a cada líder. La lejanía de Maduro y Díaz-Canel indica que, aunque son aliados, no están en el círculo más estrecho de prioridades de Moscú en este momento.
Esta disposición no sólo refleja distancias físicas, sino también simbólicas. Aunque el régimen venezolano ha mostrado lealtad discursiva hacia Moscú, su capacidad de incidencia real en la agenda del Kremlin parece limitada. La fotografía se convierte así en un retrato diplomático: Maduro, presente pero periférico.
La escena deja entrever que, para Rusia, las alianzas estratégicas reales se concentran en Asia y en Europa del Este, mientras América Latina continúa siendo una pieza secundaria en el tablero global. Incluso en los desfiles, la geopolítica se escribe en centímetros.