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La historia secreta de las ‘narcolanchas’ bombardeadas por Donald Trump en el Caribe

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Vía Semana

El Caribe se ha convertido en el epicentro de una escalada sin precedentes que podría redefinir el equilibrio geopolítico en América Latina. Bajo la orden directa del presidente Donald Trump, Estados Unidos ha desplegado bombardeos selectivos contra embarcaciones vinculadas al narcotráfico —las llamadas narcolanchas—, en el marco de una ofensiva que combina operaciones encubiertas de la CIA, inteligencia satelital y patrullajes aéreos intimidantes frente a las costas venezolanas.

Lo que oficialmente se presenta como una campaña contra el crimen organizado se interpreta, en los pasillos diplomáticos, como una confrontación estratégica contra la dictadura de Nicolás Maduro, con un riesgo real de escalar hacia un conflicto armado abierto de consecuencias históricas.


Los orígenes de las narcolanchas

SEMANA obtuvo en exclusiva documentos de inteligencia y testimonios de fuentes militares que revelan el punto de partida de muchas de las embarcaciones destruidas. Los informes confirman que gran parte de las narcolanchas zarpan desde el norte y sur de Colombia, especialmente desde el golfo de Urabá y el norte del Chocó, zonas controladas por el Clan del Golfo, actualmente en diálogos de paz con el gobierno de Gustavo Petro.

Las rutas son coordinadas con respaldo logístico desde costas venezolanas, donde el Cartel de los Soles —según los reportes estadounidenses— ofrece protección y cobertura operativa. “Hay sobornos, rutas autorizadas y coordinación directa entre redes criminales bajo control de ambos gobiernos”, confirmó a SEMANA un alto oficial de inteligencia colombiano.

La ofensiva aérea de Estados Unidos

Desde septiembre, al menos seis bombardeos confirmados por el Pentágono han destruido embarcaciones cargadas de cocaína, dejando 27 muertos. El ataque más reciente, el 16 de octubre, marcó un precedente al dejar sobrevivientes capturados y bajo custodia naval estadounidense. Aunque Trump lo describió como la neutralización de un “submarino” cargado de droga, en realidad se trató de un semisumergible sofisticado.

Washington justifica la operación bajo el principio de legítima defensa consagrado en la Carta de la ONU, argumentando que se enfrenta a “organizaciones narcoterroristas” que amenazan la seguridad hemisférica. Estados Unidos también ha desplegado bombarderos B-52, cazas F-35, submarinos y buques de guerra en lo que analistas describen como un regreso de la diplomacia de cañoneras al Caribe.

Colombia: inteligencia y fracturas internas

Las autoridades colombianas han contribuido con georreferenciación de envíos y monitoreo de capitanes reincidentes, aunque enfrentan riesgos de filtraciones que podrían comprometer la operación. A pesar de los golpes, la cocaína sigue fluyendo. El aumento del riesgo ha elevado los costos logísticos, pero no ha debilitado la estructura criminal.

El Clan del Golfo, las disidencias de las FARC y el ELN disputan rutas marítimas, mientras que el Tren de Aragua, organización criminal venezolana, ha irrumpido en la subcontratación de envíos. Según fuentes antinarcóticos, los tripulantes aceptan el riesgo de muerte a cambio de pagos millonarios o anticipos a sus familias. “Cada gramo de cocaína cuesta más porque el transporte se ha vuelto una misión suicida”, relató un agente.

El negocio más rentable del mundo

Un informe de inteligencia al que tuvo acceso SEMANA revela los márgenes de ganancia que mantienen vivo el negocio: un kilo de cocaína puede venderse en 156.000 dólares en Australia, 66.000 en Holanda y 14.000 en México. A menudo, las embarcaciones no regresan vacías: traen dólares para lavado o armas automáticas para grupos armados en Colombia.

El cierre parcial del corredor caribeño ha reactivado las rutas del Pacífico, dominadas por el ELN y las disidencias, que utilizan semisumergibles artesanales capaces de transportar hasta tres toneladas de cocaína desde Nariño y el Cauca.

Reacciones y tensiones diplomáticas

Desde Caracas, el régimen de Nicolás Maduro ha denunciado los bombardeos ante la ONU como “violaciones a la soberanía y ejecuciones extrajudiciales”, y ha ordenado ejercicios militares como gesto de disuasión. La Cancillería venezolana sostiene que algunas embarcaciones atacadas eran civiles, y cuestiona la veracidad de las pruebas presentadas por Washington.

La relación entre Trump y Petro, ya deteriorada, se ha tensado aún más. Bogotá evita confrontar abiertamente a la Casa Blanca, pero las operaciones estadounidenses han puesto en entredicho la cooperación bilateral y la seguridad de las costas colombianas.

Escalada regional y mensaje de poder

Para analistas militares, la ofensiva de Trump busca golpear las finanzas ilícitas del chavismo y enviar un mensaje inequívoco: Estados Unidos ha decidido recuperar el control estratégico del Caribe. La doctrina es clara: cada lancha destruida es un recordatorio del dominio naval y tecnológico estadounidense.

En Washington, legisladores de ambos partidos han pedido mayor transparencia sobre la operación, advirtiendo que el presidente actuó sin autorización explícita del Congreso. Sin embargo, la narrativa oficial se mantiene firme: los bombardeos forman parte de una guerra contra el narcoterrorismo que trasciende las fronteras.

Conclusión

El Caribe ya no es un corredor discreto de narcotráfico, sino un frente geopolítico donde confluyen intereses militares, políticos y criminales. Las explosiones en el horizonte, los sobrevuelos de cazas y las operaciones encubiertas no son simples acciones antidrogas, sino señales de una nueva era de confrontación hemisférica.
Un conflicto que, como admiten algunos en voz baja, ya comenzó.

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