La migración venezolana no se ha detenido. El movimiento, constante como la vida misma, se observa a cuentagotas, pero todavía está ahí. Ya no se ven las imágenes de miles de personas atascadas en el puente fronterizo Simón Bolívar del lado venezolano, esperando su ingreso a Colombia. Tampoco se ve a cientos de caminantes, como ocurrió hace varios años. Pero los que todavía cruzan por esta zona se encuentran en una indefensión casi absoluta. De los 20 refugios que podían ayudar a los migrantes venezolanos entre Cúcuta y Bucaramanga, solo quedan tres. Los lugares que daban guía y abrigo a cientos de migrantes y en los que las personas podían reposar, recobrar energía y seguir su camino ya no existen.
Los voluntarios que siguen trabajando en la zona aseguran que hay una “emergencia silenciosa”. Esta situación se hace cada vez más evidente, en especial durante los primeros meses de 2025 cuando se ha registrado un aumento de 41 % del flujo migratorio en la frontera colombovenezolana. Mientras tanto, el presidente de Colombia, Gustavo Petro alertó en abril que podría esperarse la llegada masiva de migrantes venezolanos, aunque en ese caso se trataría de quienes huyen de las políticas migratorias de Donald Trump.
El temor tampoco para. La previsión de los trabajadores humanitarios es que, si se llega a dar una situación de migración masiva, nadie está preparado para contenerla porque no hay dinero, recursos ni atención nacional o internacional. Un estudio publicado el martes 27 de mayo proyecta que cerca de 5 % de la población venezolana ya tomó la decisión de migrar en los próximos seis meses. Es decir, alrededor de un millón de venezolanos ya están cercanos a hacer las maletas, preparar las mochilas y buscar una mejor vida en otro lugar.
En la ruta que iba desde Cúcuta hasta Bucaramanga ya casi no hay cooperantes humanitarios. De 17 agencias internacionales que operaban en la zona solo quedan tres y la ayuda es insuficiente para las cientos de personas que siguen saliendo por el Puente Internacional Simón Bolívar. A esto se le suma el flujo de retorno, de quienes están regresando a Venezuela.
“De un momento a otro comenzaron a irse. Creo que sería como en 2022, cuando estalló la guerra en Ucrania. Los cooperantes nos avisaban que había cosas más importantes que atender y se fueron”, recordó Ronald Vergara, migrante venezolano que vive en la carretera Cúcuta-Pamplonita y dirige el espacio Hermanos Caminantes, dedicado a dar atención primaria a los criollos que transitan esa ruta rumbo al sur de Colombia y del continente. Su refugio, uno de los pocos que queda en pie en la zona, está a 49 kilómetros del Puente Internacional Simón Bolívar, lugar tradicional de salida de los migrantes venezolanos que viajan hacia el sur.
Antes, un migrante venezolano que saliera de la ciudad de Caracas podría ir en autobús hasta San Antonio del Táchira, un viaje de 842 kilómetros que le tomaría entre 12 y 16 horas. Luego, tras cruzar el puente fronterizo, los criollos que carecieran de recursos suficientes para seguir el trayecto en carro tendrían que caminar 12 horas atravesando calles, autopistas y una carretera empinada que se interna en la imponente cordillera oriental colombiana. Pasaría por la reconocida Y de Chinácota, donde la diferencia de la temperatura comenzaría a hacerse evidente. Atrás quedarían los 30 grados cucuteños y el frío se haría presente. Todo este recorrido los dejaría en el refugio Hermanos Caminantes, un lugar que tenía capacidad para atender a 200 personas por día y que hoy puede asistir a 20 migrantes en el mejor de los casos.
Ronald pasó de trabajar con 40 voluntarios en su refugio, casi todos traídos gracias a la cooperación internacional, a estar solo él y su esposa. Entre los dos cocinan arepas para dar a los migrantes que pasan. Las comidas que venían preparadas por algunas organizaciones ya no existen. El propio Ronald reconoce que hay caminantes que deciden no parar en su refugio al ver que el lugar está solo. Piensan que no hay atención y siguen su camino hacia Pamplona, tierra fría que contrasta notablemente con el calor de Cúcuta a pesar de estar a poco más de 70 kilómetros de distancia.
¿Por qué ya nadie está pendiente de lo que ocurre en Cúcuta con los migrantes venezolanos?
Hay varias razones para explicar el hecho de que decenas de cooperantes internacionales se hayan retirado de la ruta migrante del lado colombiano. El recorrido de los venezolanos en suelo colombiano, se inicia en Cúcuta, pero tiene distintos puntos de llegada. Aunque algunos se quedan en esa ciudad, otros van hasta Bucaramanga y algunos siguen hacia Bogotá y Medellín. Incluso muchos terminan sus recorridos en Ecuador, Perú o Chile. Pero Colombia sigue siendo el principal destino de los venezolanos.
Sin embargo, la cifra de migrantes que viajan hacia el sur es baja desde hace al menos dos años. Esto coincide con el auge de la ruta del Darién hacia Estados Unidos.
“Al principio, la gran mayoría de los migrantes que cruzaron iban hacia el sur u otro lugar de Colombia. Pero en 2022 la gente no se quedaba mucho en Cúcuta porque su ambición era pasar por el Darién para tratar de ir a Estados Unidos”, explicó Adam Isacson, miembro de la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (Wola, en inglés).
El propio Ronald Vergara recordó que los cooperantes internacionales le pedían que tratara de persuadir a los migrantes para que no se movilizaran hacia el norte del continente. “Nos pedían que recordáramos lo peligroso de la ruta y que no había necesidad de tomar tanto riesgo para ir hasta Estados Unidos. Que tomaran otras vías y fueran más pacientes”.
Entre 2022 y 2024 cerca de 700.000 migrantes venezolanos caminaron por la selva del Darién con la esperanza de llegar a Estados Unidos; esto hizo que las rutas de paso cambiaran. Ya no era una prioridad andar por la carretera que conecta a Cúcuta con Pamplona a pie. Ya había accesos hacia la costa colombiana, especialmente a los pueblos de Capurganá, Turbo y Necoclí, las tres puertas principales para entrar al Darién. Ahora, las que alguna vez fueron salidas son puertas de retorno para las personas que están volviendo al sur del continente.
Aunque los cooperantes se mantuvieron en los alrededores de Cúcuta hasta 2024, notaron que la ayuda era más necesaria en los accesos al Darién. Ronald Vergara recuerda que el primer gran recorte de ayuda internacional en la zona ocurrió el 31 de agosto de ese año cuando se dio la retirada de World Vision, una de las organizaciones que más apoyaba a los migrantes y a los voluntarios.
“Llegó un momento en el que todos se fueron y esto quedó pelado. Después del 31 de agosto de 2024 todo empezó a tambalear. Ya no se ofrecían tantos servicios, pudimos seguir dando alimentación gracias a dos cooperantes, uno de ellos Hope, que ha sido el más fiel de todos”, relató Vergara.
Esa partida no se dio únicamente en los puntos más cercanos a Cúcuta, también se replicó en otras zonas, como contó Vergara. Antes de ese 31 de agosto hasta había autobuses y camiones dispuestos a movilizar a migrantes hacia varias ciudades colombianas. Este beneficio fue uno de los que terminó casi de inmediato al empezar el mes de septiembre. Sin embargo, todavía existían recursos para otro tipo de asistencia, al menos por varios meses. Pero esta resistencia terminó en enero de 2025, con la llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos.
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