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Venezuela: Miedo, control y libertad

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El resentimiento, la esperanza y el miedo son las tres grandes emociones políticas. Hugo Chávez subió al poder espoleado por el resentimiento, el sudor frío de la exclusión y el ruido de fondo de la casta y la raza. Personificó las huestes feroces de José Tomás Boves —el león de los llanos— en la guerra de Independencia, en los años de 1814, y fue la reencarnación de las mismas almas que, en 1859, durante la Guerra Federal, entraban en los caseríos y pueblos de Venezuela al grito cortante de: “mueran todos los blancos y los que sepan leer y escribir”. La Revolución bolivariana retomó y reactivó los más profundos complejos históricos que habían permanecido latentes bajo la consciencia colectiva, abotagados por los delirios y contradicciones de la abundancia petrolera. Al mismo tiempo, Chávez fue también la esperanza, la fantasía de que todo podía cambiar, la aparición de la Némesis que, finalmente, nivelaría y haría posible la justicia. Pero ¡ay!, nadie contó con que la máscara del redentor era insostenible en el tiempo, y que al final del cuento de hadas solo quedaría el miedo como emoción para soportar el poder. 

Por: Axel Capriles – El Nacional

Para Thomas Hobbes, el miedo es la razón de ser del Estado. El temor a la muerte violenta en condición de naturaleza, el espanto de ser víctima del instinto salvaje del otro, lleva a los seres humanos a pactar y crear un ente abstracto sobre el que delegan su poder individual y al que encargan su seguridad: el Estado. Pero ¡ay!, tampoco contamos con que el poder coercitivo del Estado se convertiría indefectiblemente en una nueva fuente de represión y turbación. Nicolás Maduro entendió perfectamente que la única manera de destruir la red de solidaridad social que devuelve el poder a los pueblos es el estímulo del horror. Chávez y Maduro tuvieron al mejor mentor, la mejor escuela en métodos de intimidación y represión: Fidel Castro y la Dirección de Inteligencia cubana, el G2. La Tumba, Ramo Verde y el Helicoide, desolladeros de la Revolución bolivariana, son testigos de ello.

El poder de los gobernantes reside en el consentimiento, la cooperación y la obediencia de los gobernados. Cuando falla la autoridad, la legalidad, la identificación psicológica u otros elementos que otorgan legitimidad al poder, la amenaza, el ataque a la propiedad, la restricción de libertades, la coerción y la violencia se convierten en las alternativas para lograr la conformidad. Sus métodos trabajan sobre el miedo, una emoción básica, incrustada en el organismo, orientada hacia la supervivencia individual. El adjetivo es importante. Cada individuo puede transformarse en una isla, incomunicada por sus instintos primarios. El uso sistemático del miedo como instrumento de control social es un factor común en los regímenes totalitarios, porque el terror rompe los vasos comunicantes del cuerpo social. Y la voluntad de unos pocos solo puede dominar la voluntad de muchos mientras los muchos permanecen inconscientes de su fuerza superior. No obstante, así como el miedo a las sanciones es una de las principales razones por la que las personas obedecen, alarmantes señales de peligro que disparan el instinto de supervivencia particular, la superación del miedo es la única manera de reconformar la consciencia de grupo que puede retirar la alfombra de obediencia al poder. 

“No tenemos miedo” fue una de las principales consignas en las grandes marchas y concentraciones en contra del chavismo desde los inicios de la Revolución. Y, en efecto, los venezolanos hemos demostrado en muy distintas oportunidades un espíritu bravío capaz de confrontar la violencia del poder. Después de tantos años de sufrimiento, de tantas tormentas y sangre, es posible que hayamos llegado a un punto de inflexión. Tal vez es el momento de reconocer el miedo, de decir: “sí, tenemos miedo” —es imposible no tenerlo frente a la psicopatía en el poder—, pero también de saber que al reconocerlo podemos enfrentarlo. Como nos ha enseñado la doctrina aristotélica de la virtud —el justo medio—, la valentía no significa ausencia de miedo, sino la capacidad de actuar y tomar los hilos de nuestro destino a pesar de él. El coraje de superar el miedo.

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