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A propósito de Ucrania: Guerras y mercados

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Juan Ramón Rallo dice que ante la posibilidad de una guerra se genera importantes cambios en los precios de los activos, razón por la cual la deuda pública de los países solventes y el oro se están apreciando estos días.

Los tambores de guerra en Ucrania asustan a los inversores y provocan cambios importantes en el precio de los activos. Aquellos que ofrezcan una mayor seguridad en momentos de incertidumbre tienden a revalorizarse y, en cambio, aquellos otros cuyos flujos de caja estén más expuestos a los vaivenes del mercado tienden a depreciarse.

Una guerra, dependiendo de su escala, puede generar dos tipos de efectos: por un lado, cambios en las ofertas y en las demandas de algunos bienes (por ejemplo, restricción de la oferta de gas ruso, con el consiguiente encarecimiento de precios, y recomposición de la demanda agregada hacia industrias de tipo armamentístico); por otro, quebrantos que ni siquiera somos capaces de prever (“unknown unknowns”, en la jerga política).

En ambos casos, y ante la duda, mejor refugiarse en valores estables y seguros huyendo de todo lo potencialmente volátil. 

De ahí que la deuda pública de gobiernos solventes y el oro se estén apreciando estos días y, por otro lado, se estén depreciando las acciones y las criptomonedas (dentro de esta última categoría cabría salvar a Bitcoin, que ayer tuvo un comportamiento más que decente, demostrando que se trata de un activo monetario diferencial frente a otras criptomonedas). 

Entre medio, las materias primas, algunas de las cuales podrían verse positivamente afectadas (petróleo y gas) y otras que previsiblemente saldrán perjudicadas.

Sea como fuere, la jornada del 24 de enero en los mercados también demostró que, en ocasiones, “cuanto peor, mejor”. En algunos momentos del día, el pánico vendedor por la perspectiva de guerra fue tan grande que los inversores se dieron cuenta de que, con semejante sangría financiera, la Reserva Federal por necesidad tendrá que rebajar su tono de subidas de tipos en la reunión de esta semana.

Y esa mayor laxitud monetaria es algo que sin duda agrada a los inversores.

De ahí que, tras los mínimos iniciales, las bolsas estadounidenses rebotaran de manera apreciable confiando en la llegada del flotador de la Reserva Federal.

En realidad, esos inversores deberían plantearse que todo ello puede conjugar un riesgo mucho mayor a medio plazo: el de una inflación descontrolada que requiera de subidas de tipos mucho más agresivas en el futuro.


Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 25 de enero de 2022.

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