:Por W. Schreiner Parker en Rystad Energy
En los últimos años, América Latina ha experimentado avances importantes en el sector energético, algunos positivos y otros no.
Venezuela, que en su día fue uno de los mayores productores de petróleo del mundo, ha sufrido una pronunciada caída de su producción debido a la inestabilidad política, la mala gestión económica y las sanciones estadounidenses. Esto ha tenido importantes consecuencias para los mercados petroleros mundiales.
Brasil ha hecho importantes descubrimientos en sus yacimientos petrolíferos presal marinos, que ahora están entrando en producción, posicionándose como un actor importante en los mercados petroleros internacionales. Estas reservas han atraído inversión extranjera y han llevado a Brasil a convertirse en un importante exportador de petróleo.
En 2013, México promulgó importantes reformas energéticas para atraer inversión extranjera a su sector de petróleo y gas, alejándose del monopolio estatal. Sin embargo, los recientes cambios políticos han suscitado inquietudes sobre la posible reversión de estas reformas.
La formación Vaca Muerta de Argentina es una de las mayores reservas de esquisto del mundo. El país ha estado trabajando para desarrollar este recurso, lo que podría transformar su panorama energético y reducir la dependencia de las importaciones.
Al mismo tiempo, muchos países latinoamericanos están invirtiendo fuertemente en fuentes de energía renovables, como la eólica y la solar, para diversificar sus carteras energéticas y combatir el cambio climático. Países como Chile y Costa Rica están liderando esta transición. También ha habido un mayor activismo en torno a la protección del medio ambiente, y los derechos indígenas han afectado la exploración y extracción de petróleo y gas en varias regiones. A menudo surgen conflictos por el uso de la tierra y la degradación ambiental en países como Perú, Ecuador y Colombia.
En términos más generales, las relaciones con las potencias mundiales, especialmente Estados Unidos y China, influyen en la dinámica energética. Por ejemplo, las inversiones de China en petróleo e infraestructura en países como Brasil y Venezuela tienen implicaciones para la geopolítica energética.
La fluctuación de los precios del petróleo y el cambio de las tendencias de inversión mundial han planteado desafíos para la financiación de nuevos proyectos. Los países se están centrando cada vez más en atraer inversión privada y, al mismo tiempo, equilibrar los intereses públicos. Estas tendencias reflejan una compleja interacción de factores económicos, políticos y ambientales que seguirán dando forma al panorama energético de América Latina.
La relación entre Estados Unidos y América Latina es multifacética y abarca dimensiones económicas, políticas, sociales y culturales. Estados Unidos tiene varios acuerdos comerciales con países latinoamericanos, incluido el T-MEC (anteriormente TLCAN) con México y Canadá. Estados Unidos es un socio comercial importante para muchas naciones latinoamericanas, ya que exporta bienes y servicios e importa materias primas. Las empresas estadounidenses invierten fuertemente en varios sectores en América Latina, incluidos la energía, la manufactura y la tecnología. Esta inversión apoya el desarrollo económico, pero también puede generar tensiones con respecto a las prácticas laborales y las normas ambientales. Estados Unidos se relaciona con América Latina a través de canales diplomáticos, centrándose en la promoción de la democracia, los derechos humanos y los esfuerzos anticorrupción. Sin embargo, las relaciones pueden verse tensas debido a las diferentes ideologías políticas y políticas gubernamentales de los distintos países.
Estados Unidos ha participado en la respuesta a las crisis políticas en países como Venezuela, Nicaragua y Bolivia, a menudo mediante sanciones, presión diplomática o apoyo a movimientos de oposición. También existe una fuerte colaboración con los países latinoamericanos en cuestiones como el tráfico de drogas y el crimen organizado, brindando asistencia y capacitación a las fuerzas policiales y militares locales.
La migración de América Latina a Estados Unidos sigue siendo un problema importante, con debates en torno a la seguridad fronteriza y la asistencia humanitaria. Estados Unidos se ha centrado en abordar las causas profundas de la migración, como la violencia y la inestabilidad económica. Existen fuertes vínculos culturales, con millones de inmigrantes latinoamericanos viviendo en Estados Unidos. Esta diáspora contribuye al panorama social y cultural de Estados Unidos y fomenta las conexiones entre las regiones. El cambio climático es un área de creciente cooperación, con Estados Unidos y los países latinoamericanos trabajando juntos en iniciativas de conservación, energía renovable y desarrollo sostenible.
La creciente presencia de China en América Latina a través de inversiones y comercio plantea un desafío a la influencia estadounidense. Estados Unidos está trabajando para fortalecer las relaciones y contrarrestar esta creciente influencia. Las percepciones de Estados Unidos en América Latina varían ampliamente, influenciadas por intervenciones históricas, políticas actuales e intercambios culturales. Las iniciativas de poder blando son cruciales para mejorar las relaciones y fomentar la buena voluntad.
En general, la relación es dinámica, influenciada por los cambiantes paisajes políticos, las necesidades económicas y los factores sociales en ambas regiones. Estados Unidos sigue afrontando desafíos y oportunidades para mantener fuertes vínculos con América Latina. Considerando lo anterior, una presidencia de Trump o Harris probablemente conduciría a enfoques distintos para la política energética en América Latina, cada uno con sus propias implicaciones.
Un gobierno de Trump probablemente priorizaría el desarrollo de combustibles fósiles, promoviendo la independencia energética de Estados Unidos y potencialmente permitiendo mayores inversiones en proyectos de petróleo y gas en América Latina. Esto podría fortalecer los lazos con países ricos en reservas de petróleo, como Brasil. El gobierno podría abogar por menos regulaciones ambientales, fomentando la exploración y producción en regiones con importantes recursos energéticos. Revertir la pausa del gobierno de Biden en la nueva licuefacción de GNL podría estimular el crecimiento económico, pero generar inquietudes sobre los impactos ambientales. El enfoque de Trump en las políticas de «Estados Unidos primero» podría llevar a una reevaluación de los acuerdos comerciales que afectan las importaciones y exportaciones de energía, lo que podría afectar los precios y las inversiones en energía.
Una administración Harris probablemente enfatizaría las iniciativas de energía limpia y cambio climático, fomentando alianzas con países latinoamericanos para desarrollar proyectos de energía renovable. Esto podría incluir inversiones en energía solar y eólica, particularmente en regiones con abundantes recursos. Harris probablemente priorizaría los acuerdos climáticos internacionales, alentando a las naciones latinoamericanas a adoptar prácticas sustentables. Esto podría llevar a un aumento en la financiación para los proyectos y tecnologías de energía verde de la región. La administración Harris podría centrarse en la equidad social en el acceso a la energía, apoyando iniciativas que brinden soluciones de energía renovable a comunidades desatendidas en América Latina y fomentando la justicia económica y ambiental.
El panorama energético de América Latina se encuentra en un momento crucial, influenciado por una miríada de factores que van desde tensiones geopolíticas hasta imperativos ambientales.
Mientras países como Venezuela lidian con el declive y Brasil y Argentina emergen como potencias energéticas, el papel de la región en los mercados energéticos globales se torna cada vez más complejo.
Las visiones contrastantes del liderazgo estadounidense bajo Trump y Harris resaltan aún más el potencial de políticas energéticas divergentes que podrían impulsar el desarrollo de combustibles fósiles o acelerar la transición a recursos renovables.
A medida que América Latina continúa sorteando estos desafíos y oportunidades, sus futuras estrategias energéticas impactarán las economías regionales y resonarán en los mercados globales. La interacción entre inversión, voluntad política y responsabilidad social determinará en última instancia cómo la región configura su futuro energético, que es fundamental para el desarrollo sostenible y la colaboración internacional para abordar el cambio climático.