Los venezolanos ya eligieron al dólar como su moneda, no tan solo para ahorrar sino también como medio de uso transaccional para casi todas sus operaciones, y como parámetro para remarcar precios. Esto se debe a que la moneda venezolana, el bolívar, aunque todavía existe, tiene una devaluación tan profunda que no sirve más para estructurar un sistema de precios.
La dictadura chavista reprimió continuamente la dolarización de carteras y la huida del bolívar, pero todos los intentos de estabilización fueron un fracaso rotundo. El último dato de inflación publicado por el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF) advirtió que los precios minoristas subieron un 439% interanual en julio, y hasta un 115% desde el mes de enero.
La tasa de inflación mensual llegó al 7,2% en julio, muy similar a la que tiene Argentina, y llegó a escalar a picos superiores al 39% durante el primer trimestre del año. Las telecomunicaciones se dispararon un 32,2% por la quita de subsidios del Gobierno, mientras que los alimentos tuvieron un alza mensual en torno al 4%.
Los intentos de estabilización que se asemejan a las recetas del kirchnerismo y Juntos por el Cambio
La dictadura chavista implementó numerosos intentos para tratar de estabilizar los precios, variando las herramientas y las estrategias a medida que se fueron agotando las posibilidades.
Desde un inicio se apostó por la represión financiera, el cepo cambiario, las restricciones cuantitativas para el comercio exterior, el racionamiento de divisas desde el Banco Central y los controles de precios y salarios como la estrategia principal para estabilizar. Esta lógica es similar a la que tiene el ministro Sergio Massa y el kirchnerismo.
El resultado fue el más abrupto de los fracasos. El Banco Central venezolano se vio obligado a devaluar un 46% en enero de 2013 y casi un 60% en febrero de 2016. La economía entró en un proceso de hiperinflación entre 2017 y 2018 con depresión del nivel de actividad, y esto condujo al colapso del cepo cambiario en febrero de ese último año, cuando la devaluación oficial alcanzó una cifra estrambótica del 352.700% en un solo mes.
Habiendo colapsado los controles de precios (las góndolas oficiales se vaciaron completamente) y el cepo cambiario como herramienta para disciplinar la inflación, la dictadura de Nicolás Maduro decidió cambiar el rumbo y decretó la liberalización y unificación del mercado cambiario entre mayo y julio de 2019, con una devaluación inicial del 417% en enero y 67% en julio.
A partir de la liberalización cambiaria se apostó por una estrategia similar a la que pretende llevar a cabo Juntos por el Cambio (JxC), tratando de rescatar al bolívar dentro de un sistema bimonetario en convivencia con el dólar. Para llevar a cabo el programa, la herramienta utilizada fue la intervención del tipo de cambio (ahora sin mayores restricciones).
La tasa de devaluación se desaceleró entre mediados de 2019 y el tercer trimestre de 2021, y más tarde se mantuvo relativamente fija entre septiembre de ese último año y abril de 2022. Este primer intento de estabilización precipitó una fuerte baja de la tasa de inflación del 445.000% al 172%, y luego volvió a caer hasta el 114% interanual en agosto del año pasado.
Pero el programa fracasó, la inflación regresó con virulencia entre agosto de 2022 y febrero de 2023, manteniendo tasas de aumento mensual en un promedio del 23%, con un récord del 39,2% de inflación en enero de este año. La inflación interanual se remontó al 439% en julio, y la idea de estabilización volvió a quedar lejos de la realidad.
El régimen chavista respondió mediante nuevas medidas, entre ellas la aplicación de un encaje bancario del 73% para limitar la creación secundaria de dinero, la contracción de los agregados monetarios en términos reales, el control de los salarios estatales y la vuelta de los controles de precios. Todo esto incrementó la presión recesiva en la actividad económica, que se desplomó un 7,6% interanual en el segundo trimestre de 2023, y aún sin arribar a la estabilidad.
El intento por salvar una moneda que la gente no quiere ni para ahorrar ni para transaccionar puede servir como un ejemplo aleccionador para Argentina, que debe lidiar con una situación similar.