Por Antonio de la Cruz
Una decisión calculada: avanzar sin comprometer el retroceso, preservar el control del ritmo del mercado y mantener abiertas todas las rutas estratégicas en el tablero del crudo.
En el mundo del petróleo, las decisiones rara vez son lineales. Son movimientos calculados, anticipaciones prolongadas, respuestas que se afinan observando la respiración del mercado y las reacciones de los rivales. Lo que hizo la OPEP+ al anunciar un modesto aumento de 137.000 barriles diarios en diciembre —y simultáneamente advertir que detendrá nuevos incrementos durante el primer trimestre de 2026— no es una transición improvisada. Es una maniobra pensada para ganar tiempo, preservar poder y evitar quedar atrapada en un sendero sin retorno.
La señal fue clara: avanzar una casilla, observar, y mantener abierta la puerta para retroceder o acelerar según convenga. No es un salto al vacío; es un paso medido en un tablero donde cada movimiento lleva implícita la posibilidad de deshacerlo si el entorno cambia.
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Una tormenta en los mercados… y la necesidad de pausa
El anuncio ocurre tras un mes convulso. Los precios tocaron su nivel más bajo en cinco años, el Brent rondó los $65 por barril y el WTI los $61, retrocediendo cerca de 15% en lo que va de 2025. La sombra de la sobreoferta —estimada en 3,6 a 3,7 millones de barriles diarios por agencias internacionales— se proyectó sobre la industria. A ello se sumó el impacto inicial de las sanciones estadounidenses sobre las dos mayores petroleras rusas, que elevaron brevemente el Brent $5 antes de que el mercado asumiera que el crudo ruso, una vez más, encontraría nuevos flujos y nuevos puertos.
La OPEP+ miró ese panorama y decidió no cruzar el río en plena crecida. La organización camina sobre una cuerda tensa: por un lado, busca recuperar cuota tras años de ceder terreno a la producción de esquisto de Estados Unidos, Brasil y Guyana; por otro, no puede permitirse exacerbar una caída de precios que pondría en riesgo sus ingresos y la cohesión interna.
Arabia Saudita, Rusia y sus aliados se aferran a una verdad aprendida a lo largo de décadas: en el petróleo, la paciencia es tan valiosa como la producción.
El movimiento reversible
El incremento aprobado no es tanto un impulso como un tanteo. Un gesto hacia los países que desean recuperar espacio en el mercado, acompañado de un recordatorio de que la válvula puede ajustarse hacia atrás sin perder autoridad.
En el lenguaje del equilibrio energético mundial, esto es avanzar con una mano extendida y la otra sobre la palanca del freno. La OPEP+ no quiere perder visibilidad, pero tampoco quiere precipitar una espiral de precios que obligue a un retroceso traumático.
Los productores saben que el mayor riesgo no es actuar, sino actuar sin margen para corregir. Por eso, la señal va más allá del número: se trata de demostrar control, unidad y flexibilidad.
Sanciones, rutas alternativas y la incógnita rusa
La ausencia de referencias explícitas a las sanciones estadounidenses contra Moscú fue, en sí misma, una declaración. Nadie en Riad o Abu Dabi ignora que la presión sobre Rusia podría alterar los flujos globales. Pero admitirlo públicamente sería conceder que factores externos dictan el paso.
En cambio, la estrategia es otra: dejar que el mercado asimile el golpe, observar si Rusia logra redistribuir sus barriles y ajustar después. Si los volúmenes rusos efectivamente caen, la pausa anunciada permitirá reducir producción con legitimidad. Si no caen, habrá espacio para revisar el compás sin perder credibilidad.
El petróleo vuelve a ser geopolítica pura
Lo que observamos no es una simple decisión técnica; es una secuencia de cálculo, reacción e intención. La OPEP+ se mueve sin cerrarse caminos, asegurando que ningún paso dado la coloque contra la pared. Es una lección de conducción estratégica: primero tantear el terreno, luego consolidar posición, y siempre mantener abierta la ruta de escape.
En este mundo de hidrocarburos que nunca abandona la tensión entre cooperación y competencia, el mensaje saudí-ruso es contundente: mantener la iniciativa, pero sin quemar puentes. Las rutas marítimas cambian, las sanciones reordenan alianzas, la energía se reconfigura entre viejos productores y nuevos aspirantes. Pero la esencia permanece: quien controla el compás, controla el panorama.
Hoy la OPEP+ no acelera ni frena del todo. Respira, mide y espera. No cede su papel ni se expone a un desenlace que no pueda revertir. En la larga tradición petrolera, eso no es indecisión. Es experiencia.
Y como siempre, el resto del mundo —desde Wall Street hasta los pozos del Permian— escucha, calcula, y espera el siguiente movimiento.


