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A dos años de la detección del primer caso de Covid-19: ¿qué ha cambiado en el orden global?

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El 17 de noviembre del 2019 ocurre en China el primer caso de COVID-19 en el Mundo, según el estudio realizado por el equipo de David Roberts de la Universidad de Kent del Reino Unido.

Por: Morfema Press / Es Global

La crisis sanitaria global aún no ha terminado, pero ya es posible avistar algunas de las principales consecuencias y potenciales riesgos para el orden global que ha generado o potenciado la pandemia.

La pandemia de la Covid-19 ha contagiado y matado a millones de personas en todo el mundo.

Ha causado una gran crisis económica porque es la mayor conmoción que ha sacudido el orden mundial desde la Segunda Guerra Mundial y la economía desde la Gran Depresión.

El FMI calcula que la pandemia va a generar un coste de nueve billones de dólares durante los próximos años.

Habrá mucha gente más pobre y hambrienta y los Estados frágiles se debilitarán todavía más.

La situación del planeta hace pensar que habrá más guerras y desplazamientos masivos de población.

La crisis se ha extendido en dos secuencias bien diferenciadas. En los países ricos e industrializados y en China, las consecuencias inmediatas fueron enormes: no había habido una paralización y una modificación de las actividades y las normas sociales tan drásticas y repentinas desde 1945 en Europa y desde 1966-1976 (el periodo de la Revolución Cultural) en el gigante asiático.

En cambio, al principio no pareció que la pandemia constituyera una emergencia similar en gran parte del África subsahariana ni en Japón, donde la vida continuó con bastante normalidad aunque, por supuesto, con menos visitantes extranjeros.

La situación cambió por completo en 2021: India y Japón pasaron del exceso de confianza a la emergencia. Los Juegos Olímpicos de Tokio se disputaron sin público, mientras que Estados Unidos y Europa hablaban de reapertura y normalidad, especialmente en el aspecto económico, cuando la producción empezó a aproximarse, junto con las de China, Corea del Sur y Taiwán, a los niveles anteriores a la pandemia.

A la hora de la verdad, el exasesor de Downing Street Dominic Cummings no andaba tan desacertado cuando comparó al Primer Ministro británico, Boris Johnson, con un carro de supermercado que daba bandazos de un lado a otro del pasillo.

A medida que la naturaleza y la implantación de la Covid-19 cambiaban, los responsables políticos parecían condenados a tratar de no quedarse rezagados en lugar de poder controlar la situación.

Los análisis del Covid-19

De los numerosos libros dedicados a una crisis que todavía no ha terminado, destacan dos: Shutdown: How Covid Shook the World Economy, de Adam Tooze, y Aftershocks: Pandemic Politics and the End of the Old International Order, de Thomas Wright y Colin Kahl.

El primero parece una conferencia pronunciada por un historiador de renombre, que es lo que es Adam Tooze. Está lleno de datos y anécdotas, propone ideas sobre lo que significa todo esto y a veces parece una especie de terapia introspectiva.

Subraya las discrepancias que ha habido en los países ricos entre lo preparados que aseguraban estar y lo que verdaderamente lo estaban.

El término que empleó el sociólogo alemán Ulrich Beck para describir la situación de tener planes para todo pero poca o ninguna capacidad de llevarlos a la práctica cuando era necesario fue “irresponsabilidad organizada”.

Tooze aborda directamente la cuestión de qué medidas entraban dentro de la normalidad y cuáles podían ser revolucionarias, en particular en Estados Unidos, y llega a una conclusión poco optimista: “Lo que a primera vista parecía una sólida síntesis de política fiscal y monetaria en coordinación armoniosa para ayudar a financiar un nuevo y generoso contrato social, al examinarlo con detalle, era un monstruo confuso y deforme, un régimen a medio camino entre Frankenstein y Jekyll y Hyde”.

En otras palabras, una transformación real y sostenida se logra con políticas a largo plazo, no con medidas de emergencia. Cualquier cambio que pueda producirse se deberá a las fuerzas políticas y la evolución de la opinión pública. En un país tan dividido como EE UU, quién sabe qué puede ocurrir. Tooze inscribe la crisis en el contexto general de la gran crisis que se vivió en la era neoliberal iniciada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los 80. Comprender los fundamentos medioambientales, sociales y políticos que ese neoliberalismo proporcionó al orden internacional es esencial para encontrar nuestros puntos de referencia históricos. “Desde ese punto de vista, la crisis del coronavirus señala el fin de un arco cuyo origen se encuentra en los 70. También podría considerarse la primera crisis global de la era del antropoceno que está comenzando, una era caracterizada por las consecuencias negativas de nuestra relación descompensada con la naturaleza”.

“Wuhan, no Chernóbil”

Hay un capítulo especialmente instructivo, titulado “Wuhan, no Chernóbil”. Con la capacidad infecciosa del SARS-CoV-2, la epidemia era para China una amenaza absolutamente acuciante que no admitía demora. Pekín lo comprendió, pero Occidente no.

En China, un fracaso en materia de salud pública como los que se produjeron en Italia, Reino Unido o Estados Unidos habría costado millones de vidas. Tooze cree que “si la gestión política de la crisis hubiera sido tan torpe en Pekín como en Washington o Londres, el férreo poder de Xi Jinping podría haberse tambaleado”. Pero no fue así.

No solo el gigante asiático no sufrió un desmoronamiento al estilo soviético, sino que devolvió la pelota a sus detractores extranjeros. En China, el primer país que sufrió la enfermedad, el virus se contuvo rápidamente, lo que dio a Xi fuerza y libertad para tomar otras medidas. Fue en Europa, EE UU, Latinoamérica e India donde el virus se descontroló. Esa diferencia crucial creó las condiciones para todas las demás cosas que ocurrieron en 2020 y desde entonces”. Creer que Wuhan iba a ser otro Chernóbil le costó caro a Occidente. Su fracaso puso en manos del Partido Comunista Chino un “triunfo histórico”.

Kahl y Wright opinan que la pandemia ha dado fuerza e impulso a una situación que ya existía. La hostilidad entre Estados Unidos y China estaba fraguándose desde hacía años, y ambos países estaban construyendo sus respectivas redes, defendiendo sus propios intereses y estableciendo sus propias normas.

Una amenaza mundial como la Covid-19 no discrimina entre razas, ideologías ni países. Podría haber empujado a las grandes potencias a trabajar unidas, pero sucedió todo lo contrario, y se convirtió en un instrumento de rivalidad estructural.

A medida que Washington y Pekín separan sus intereses económicos y se intensifica la rivalidad tecnológica, cada vez se asienta más la “multipolaridad centrífuga”. Muchas personas han oscilado entre creer que la pandemia iba a cambiarlo todo y creer que no iba a cambiar nada. Kahl y Wright han escrito un libro magníficamente documentado y que consigue que toda esa información no se haga pesada.

El libro incluye un capítulo muy interesante sobre las consecuencias de otra pandemia, la de la llamada gripe española tras la Primera Guerra Mundial. Su análisis de los años 20 y 30 del siglo pasado desde la perspectiva de la pandemia es una maravillosa galopada a través de la historia.

De vuelta a la actualidad, el libro describe las tensas relaciones entre la OMC y Estados Unidos, la falta del liderazgo estadounidense, el papel de la desinformación y una realidad que “hizo que China recorriera el escenario mundial, cada vez más, con sensación de triunfo”. Será difícil encontrar una descripción paso a paso de lo que los autores llaman el “nuevo desorden mundial”.

Su conclusión no es precisamente optimista.

El periodo de entreguerras a partir de 1918 fue una época de enorme agitación económica, social y política. “El ascenso de los nacionalismos y las ambiciones revisionistas de los poderes autoritarios chocaron con unas instituciones internacionales frágiles, incapaces de mediar en la rivalidad entre grandes potencias. EE UU se encerró en sí mismo, la comunidad de democracias se vino abajo y el mundo volvió a sumirse en la oscuridad. Los inquietantes paralelismos entre aquella época caótica y conflictiva y la nuestra empezaban a verse ya antes de la Covid-19, y la pandemia ha añadido un escalofriante y perturbador elemento más. No podemos permitir que la historia se repita”.

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