El interinato se desvanece por fuerza de la realidad. Traición y engaño al ciudadano, su mayor error. Irrelevante, se parece a una fábula que desaparecerá en cualquier momento. Que se critique y amoneste con severidad un sector opositor es comprensible, un derecho, igual que exigir rendición de cuentas. Han incumplido la palabra empeñada, lleva años fracasando en sus promesas y además haciéndolo mientras tenían sobrado respaldo a favor.
El G4 no es más que el resultado de estúpidos dimes y diretes, ofrecimientos por cumplir, juramentos quebrantados. Perjuros con afán de poder que llevó, por contraste de errores oficialistas, incluso a ganar elecciones presidenciales que dejaron atadas a los clavos vergonzosos de la cobardía y del hagan ustedes que yo no sé qué hacer.
El castro-madurismo, infractor a los derechos humanos, perseverante en el deterioro de los servicios públicos y calidad vida, responde con imprecaciones a las denuncias de un mundo que observa con horror cómo llevan al país por el despeñadero de la corrupción. Gerencia de Estado que, con la narrativa redentora de la izquierda, selecciona a los funcionarios por lealtad, no por capacidad para resolver problemas que, en vez de disminuir, aumentan.
En la otra acera la oposición sorda, embustera, encorvada, sin triunfos, que flotaba sobre la fe ciudadana en decrecimiento, la que aprovechó un acuerdo solo de ellos y sin consideraciones democráticas. Simple pacto para disfrutar del escaso poder que aún quedaba sin tomar en cuenta al resto de esa misma oposición, que dio advertencia de salida a los problemas que después vinieron. Basados en la esperanza ciudadana decepcionada por desengaño, frustración y fiasco evidente del chavismo, ofrecieron imposibles y dominaron la Asamblea Nacional.
En tres períodos sucesivos consiguieron quitar pendones, pinturas y fotos, despreciados e irrespetados por militares y despojados del Palacio Legislativo. Cuando tocó la oportunidad al partido de turno, su máximo líder y otros de importancia relativa estaban anulados políticamente, colocando a un joven ingeniero, diputado que pareció figura diferente a lo habitual, militante entusiasta y sin pretensiones personales que se dejaría llevar.
Organizaron la parafernalia de ayuda humanitaria a través de la frontera, actuando como excitados adolescentes por proscritos chavistas que participaron del festín por años, creyeron que la dictadura se asustaría y apelaron a gobiernos que ya tenían diferencias con el abusador castro-madurismo.
Sin embargo, el ingreso terminó de la manera que el régimen podía controlar, burdel y borrachos enratonados, puentes bloqueados y fanáticos incendiando el auxilio. Pero al mismo tiempo que perdían la batalla contra la tiranía, no se percataron que habían creado un nuevo caudillo. Presos, asilados, desgastados y sin brillo especial de otros, el muchacho de Vargas se montó en el techo de una camioneta y el público sintió que tenía un nuevo jefe.
La comunidad internacional, distraída con problemas en el mundo, enredos europeos, crecimiento chino; lectores de titulares para conocer desplantes del presidente en la Casa Blanca, creyó lo mismo. Políticos estadounidenses pensaron que el novato designado en lo que parecía un alarde constitucional frente a la retorcida ilegitimidad de un presidente cuestionado y sin reconocimiento, prefirió lo que parecía el mejor y cómodo camino, aunque la jerarquía republicana daba a entender sin decirlo que estaba dispuesta a todo, opciones encima y debajo de la mesa, hasta una invasión al estilo Día D, se llevó al párvulo a Estados Unidos para coronarlo mundialmente.
No obstante, en libertad condicional, el agazapado en morada doméstica organizó la primera trampa, un golpe de Estado en el cual se vieron calles vacías, ningún entusiasmo, pocos militares sin poder, y un presidente interino que parecía dirigente universitario mediocre, oscuro, sin experiencia. Los comprometidos en aquella aventura jamás aparecieron, el cabecilla corrió a esconderse en una embajada dando así al régimen oportunidad de quitárselo, mandarlo a lejanías, dándose el lujo de no tocar al interino e ignorarlo. Y sin acoso ni persecución, no hay heroísmo.
De entonces para acá, solo ha podido girar contra el prestigio inicialmente acumulado, seguir cayendo en la fe popular como simple muñeco en manos de dirigentes opositores politiqueros, conjuros e intrigantes a su propio estatuto que rige la transición y en los cuales ya es imposible confiar ni creer. El caso Monómeros es solo una muestra de que son más de lo mismo, iguales, similares, con honrosas excepciones.
El encargado, con bolas o sin ellas, tendrá que tomar una decisión, seguir siendo marioneta bloqueada por intereses e incertidumbres de quienes ahora son obstáculos, o emprender camino por su cuenta. Hacia allá o su casa, la decisión no es fácil, pero es únicamente suya.