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Confesión del Pollo: crimen hecho política de Estado, por Antonio de la Cruz

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La historia de Hugo “el Pollo” Carvajal no es solo la de un general del Cártel de los Soles, sino la de un Estado, bajo Chávez y Maduro, transformado en maquinaria criminal.

La historia de Hugo Armando Carvajal Barrios —“el Pollo”, como lo llamaban con familiaridad sus camaradas y con recelo sus enemigos— bien podría parecer una de esas novelas de dictadores latinoamericanos que tanto abundan en nuestra literatura, pero con un giro más perverso: no es solo la historia de un hombre corrompido por el poder, sino de un Estado entero convertido en instrumento del crimen. Su declaración de culpable ante una corte federal de Nueva York, la semana pasada, no es simplemente la admisión de una responsabilidad personal. Es la constatación judicial de un sistema criminal institucionalizado que durante más de dos décadas ha operado desde Miraflores.

El Pollo Carvajal no fue cualquier militar. Fue el jefe de inteligencia militar de Hugo Chávez, arquitecto del aparato de represión, custodio de los secretos de la revolución y el cerebro tras el desmantelamiento de la DEA en Venezuela en 2005. Un movimiento que despejó el camino para el auge del narcotráfico como fuente paralela de financiamiento estatal. Estuvo en el corazón del chavismo durante más de diez años, lo que le permitió no solo conocer los mecanismos del poder, sino construir redes de influencia, soborno y control que hoy tiemblan ante lo que pueda revelar.

Una maquinaria con rostro de Estado

Su revelación no dejará lugar a dudas: Carvajal ha sido pieza clave en una alianza triangular que unía a Caracas con las FARC colombianas y con actores del eje chiita como Irán y Hezbolá. Bajo su coordinación, el Estado venezolano fue transformado en una infraestructura logística del crimen transnacional. La cocaína atravesaba los llanos camuflada en distintos medios como el ganado, mientras submarinos artesanales cruzaban el Atlántico con cargamentos que en 2024, según Transparencia Venezuela, generaron más de 8.000 millones de dólares anuales, una cifra equivalente al presupuesto oficial del país.

El Pollo sabe de rutas, cargamentos, nombres. Conoce cómo se pagaban sobornos, cómo se financiaban campañas, cómo se lavaba el dinero desde las altas esferas del poder militar hasta las oficinas centrales del Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela. Está al corriente de las operaciones que unían a generales del régimen con los cárteles de México, Colombia y Perú, y la forma en que la droga se mezclaba con otras para ingresar a Europa por redes mafiosas. Sabe demasiado, y por eso hoy negocia no solo su condena —que podría ser de 30 a 50 años— sino también la protección de su familia, amenazada por las mismas estructuras que alguna vez comandó.

Una revolución que terminó en mafia

Los hechos que el Pollo Carvajal revele destruyen el mito fundacional del chavismo. Ya no es posible sostener que se trata de una dictadura ideológica que fracasó en su intento de justicia social. No. Lo que emerge, con brutal nitidez, es un régimen que desde sus cimientos operó como una organización criminal, escudada en la narrativa revolucionaria y protegida por una legalidad hecha a la medida. Y lo más revelador: su poder no radica solo en las armas o en el control territorial, sino en una red de complicidades regionales que lo han blindado frente a la acción internacional.

Por eso, su confesión tiene un alcance que trasciende el tribunal: amenaza con arrastrar a múltiples altos funcionarios del régimen —algunos aún activos, otros ya “descabezados”—, pero también compromete a redes criminales en Colombia, México, Perú y Europa, así como organizaciones terroristas. La información que posee puede cambiar el tablero de seguridad hemisférica, especialmente si, como se teme en Caracas, sirve de base para una eventual declaración de Venezuela como Estado patrocinador del terrorismo.

Una etiqueta así no es un simple gesto simbólico. La inclusión formal en la lista de países patrocinadores del terrorismo implica consecuencias devastadoras: aislamiento diplomático, bloqueo financiero total, restricciones severas al comercio exterior, suspensión de cualquier asistencia técnica o económica por parte de organismos multilaterales, y la imposición de sanciones legales contra cualquier entidad —nacional o extranjera— que mantenga relaciones con el país señalado. Supone, además, un estigma político de largo alcance: Venezuela pasaría a formar parte de un club infame del que también han sido miembros Irán, Corea del Norte, Sudán y Siria. Sería, en términos concretos, la certificación de su condición de Estado paria.

La traición que selló su destino

Cuando Carvajal rompió con Nicolás Maduro en 2017 y, más aún, cuando reconoció a Juan Guaidó en 2019 como presidente interino, cometió un acto de traición imperdonable. Para Diosdado Cabello, su antiguo camarada en el Cártel de los Soles, fue el comienzo de una cacería. El régimen, que alguna vez lo recibió en Maiquetía con honores de héroe —El Aissami, Cilia Flores y Elías Jaua incluidos— solicitó su extradición desde España, no para juzgarlo, sino para silenciarlo. Pero fue tarde. En julio de 2023 el Pollo fue extraditado a Estados Unidos y con él se fue la memoria del crimen.

¿Qué hacemos con esta verdad?

El drama venezolano no es el de una dictadura en busca de redención, sino el de una mafia estatal enquistada en el poder. La comunidad internacional —consciente o no— ha sido cómplice pasiva de esta ficción al tratar al chavismo como un interlocutor político. La verdad dicha por Carvajal obliga a repensar toda estrategia: no estamos ante un régimen autoritario clásico, sino ante una corporación criminal con estatus jurídico.

Las democracias —como advierten Levitsky y Ziblatt— no caen de golpe, caen por no saber identificar a tiempo el peligro. Y aquí está el riesgo: si la confesión de Carvajal se trivializa o se archiva como un episodio más, se desperdiciará una oportunidad histórica.

Tres acciones urgentes

Redefinir el relato: El chavismo no debe ser tratado como un actor político, sino como una organización narcoterrorista. El relato debe ser reconstruido desde la evidencia, no desde la diplomacia.

Activar la presión judicial y financiera: Su testimonio ofrece una hoja de ruta para investigar, congelar activos, procesar cómplices. Existen mecanismos multilaterales que no han sido usados a fondo.

Fortalecer a la oposición legítima: La lucha no es solo electoral. Es una batalla contra estructuras paralelas que controlan rutas, financian violencia y corrompen instituciones. En esta contienda desigual, donde la legalidad ha sido secuestrada por el crimen, las fuerzas democráticas necesitan algo más que convicción: necesitan recursos, aliados, y el reconocimiento claro del veredicto del 28 de julio, que es hoy el único fundamento legítimo del poder en Venezuela.

Epílogo para un traidor

El Pollo Carvajal se declara culpable. Y al hacerlo, sacude los cimientos de un régimen que ha logrado sobrevivir a la presión internacional, a las sanciones, a la indignación ciudadana. Su voz, por primera vez, convierte la narrativa del exilio en un caso de derecho internacional. No será fácil, ni rápido, desmontar este entramado. Pero el relato ha cambiado: ya no se trata de elecciones ni diálogos, sino de justicia y máxima presión. 

Como en las novelas de los dictadores, todo parece condenado a repetirse. Pero quizá esta vez —con un traidor como testigo y un mundo más atento—, la historia tenga otro final. Un final que no se escriba desde Caracas, sino desde los tribunales del mundo.

Antonio de la Cruz

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