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De la enfermedad del poder al estado de negación, por Víctor A. Bolívar

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“La enfermedad del poder es un trastorno de conducta, es una especie de ‘defecto’, una conducta que cambia por cierta distorsión cognitiva”. Luis Huete, escritor e investigador español.

Quienes han detentado el poder en los últimos 25 años en Venezuela dejan mucho que desear bajo todo escrutinio. Los resultados son demoledores: crisis en todos los ámbitos: social, económico, institucional, migratorio, castrense; secuestro de los poderes del Estado, la consecuente desaparición de contrapesos políticos; afectación de la soberanía nacional y de la soberanía popular; corrupción y opacidad de la actividad contralora en el manejo de fondos públicos; presos políticos y violación sistemática de los derechos humanos; así como las alianzas con el eje del mal y el aislamiento internacional, entre otros males. Todo este cuadro, en el que se muestra el caos terminal que ha generado el régimen y la porfía hegemónica, configura “ese enceguecimiento con el poder” que refirió el editorial de nuestro diario el lunes pasado. Han acelerado el paso a niveles de paroxismo, así lo muestran el 28J y la irresponsable exposición del país a peligros inconcebibles.

La máxima de que el poder enferma cobra cuerpo por una obstinada negativa de los gobernantes a cambiar de rumbo. Es aquí donde se tuercen las cosas, como señala David Owen en su libro En el poder y en la enfermedad: Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años, precisamente porque “el exceso de confianza ha llevado al líder a no tomarse la molestia de preocuparse por los aspectos prácticos de una directriz política”, todo lo cual es sintomático del síndrome del Hubris, un trastorno que “se manifiesta en cualquier líder pero solamente cuando está en el poder -y por lo general- sólo después de haberlo ejercido durante algún tiempo”.

Desde sus inicios, la llamada revolución bolivariana que al poco tiempo adoptó como disfraz ideológico al “socialismo del siglo XXI”, fue liderada por un Chávez desatado en verbo y acción, ganado al mesianismo y al complejo revanchista que constituyeron verdaderos trastornos de conducta, por los cuales se inició en aquel entonces un procedimiento ante el TSJ por insania mental, por cierto despachado con un tecnicismo a cambio de una embajada.

Su sucesor copió su estilo y proceder. Era y es una actitud de confrontación la de Maduro, quien sufre el mismo trastorno de conducta, en una elección automática “de un perfil de conductas disfuncionales que responden a una forma de ver la realidad parcial, distorsionada, desequilibrada”, tal como lo define el mencionado Luis Huete, en su trabajo Las enfermedades del poder: los trastornos de conducta que potencia estar en lo más alto.

En Chávez y Maduro aplica también que el trastorno del poder se categoriza en sus manifestaciones patológicas de las “carencias”; ellos llegaron al poder sin formación para gobernar y antes vivieron una situación de limitaciones, de allí que enloquecieron con el mando, dilapidando además ingentes recursos públicos. En la medida que este cuadro avanza, el deterioro es mayor, dando paso a situaciones de colapso. Algunos investigadores opinan que la enfermedad del poder va degradando moralmente a la persona, su egoísmo se hace cada vez más intenso y en condiciones desfavorables se vuelve más hostil, pasan de ser carismáticos y encantadores hacia una situación perversa, violenta e inhumana.

Sobreviene más represión y censura en nuestro caso, en un país inmerso en el peor momento de su historia republicana, sin que se enmiende la enfermiza adicción al poder. Maduro no reconoce su fracaso, antes por el contrario, pasa a un estado de negación que es un fenómeno clínico en el que los pacientes no reconocen, de manera parcial o completa, la gravedad de su caso. Es un proceso conforme al cual una persona se protege de situaciones que le generan altos niveles de angustia o ansiedad, evitando aceptar la realidad tal como es.

Dicen los especialistas que para resolver un cuadro como este se necesita un sólido equipaje moral y ético, del que carece Maduro. José “Pepe” Mujica señalaba de modo alegórico que el poder no cambia a las personas, solo revela lo que realmente son.

Víctor A. Bolívar
X:@vabolivar

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