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El consenso necesario, por Ricardo Ciliberto Bustillos

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Si de algo sabemos los venezolanos es de acuerdos y -si se quiere- de consensos para gobernar. Nuestro siglo XIX estuvo marcado por esa tendencia de suscribir arreglos para establecer la paz o el entendimiento entre grupos antagónicos. Por lo general, a cada administración o caudillo le sucedía otro cuya característica era la suscripción de un convenio con el consabido apretón de manos o el abrazo casi fraternal antes de iniciar sus labores formarles. Que estos fracasaran o se violaran al poco tiempo, era un asunto ordinario por no decir habitual. No obstante, entrado el siglo XX, sobre todo en la segunda mitad, la historia reconoce el éxito del llamado Pacto de Puntofijo cuyo texto y espíritu permitieron poner en práctica un sistema democrático para un país que venía regido -generalmente- por dictaduras y/o gobiernos militares.

No vamos a referirnos al cuerpo del documento y a sus consecuencias. Al respecto, mucho se ha estudiado y comentado. Tan solo diremos que su aplicación nos permitió convivir bajo gobiernos electos democráticamente y de alcanzar niveles económicos y sociales harto interesantes. Que tuvo fallas, omisiones, defectos y desviaciones, nadie lo discute. Pero la habida recomposición política y social determinaron – sin discusión alguna – casi cuatro décadas y, sobre todo, un período de avances en todos los órdenes.

El intento por construir una sólida democracia tuvo su raíz y soporte en este Pacto de Puntofijo. No fue, como dicen algunos con aviesos propósitos, una burda repartición gubernamental entre AD, Copei y URD. Por cierto, exacerbados personalismos y una pésima conducción en la organización de sus cuadros, propiciaron que a las primeras de cambio este último partido se viniera a menos.

La verdad es que bajo un gran consenso pudo establecerse un régimen democrático que para más comprensión sobrevivió a las agresiones de una izquierda radical y a las insepultas aspiraciones de los más reacios estamentos militares y conservadores, pero que, lamentablemente, no pudo sostenerse ante la avalancha de infidelidades y pérfidas conductas de algunos de los principales dirigentes políticos y destacados directivos sociales y económicos.

Fue un gran consenso. Así habría que conceptuarlo. Sus resultados no solo lograron una “difícil” estabilidad democrática sino también la reconstrucción- como ya dijimos – de un tejido social que incluyó importantes gremios profesionales, sindicatos, asociaciones empresariales y grupos de toda índole que actuaron con total libertad en función de sus metas u objetivos.

Es cierto – igualmente – que a finales de los 80 y principios de los 90 este robusto consenso se fue resquebrajando hasta que no pudo hacer frente a lo que muchos habían anunciado y que ahora conocemos su lamentable desenlace.

Puntofijo no fue un arreglo burocrático ni una simple distribución de poderes. Fue un gran acuerdo para reinstalar la democracia. Perdido a estas alturas, no nos queda otra opción que restablecerlo, aún con mayor fuerza o vigor, que el de octubre de 1958.

Hay una urgente necesidad de rehacer la república y de construir ciudadanía. Solo una gran “alianza nacional” se presenta como la vía más expedita para lograrlo. La deslealtad o la indiferencia hacia este propósito no tienen cabida y mucho menos aceptación.

Ricardo Ciliberto Bustillos

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