Un cuento poético sobre el fin del miedo y el principio de la libertad.
En una tierra donde el cielo parecía llorar todos los días,
la gente aprendió a mirar hacia abajo.
Ya nadie hablaba alto.
Ya nadie cantaba.
Solo se escuchaba el zumbido lejano del miedo,
como si un enjambre invisible lo rodeara todo.
Pero había una niña que no sabía callar:
se llamaba María, y tenía ojos de luciérnaga y alma de volcán.
Decían que estaba loca. Que soñaba demasiado.
Que en vez de temer, preguntaba.
Una noche encontró un candado viejo,
oxidado como las promesas rotas de su país.
Lo sostuvo en la mano y pensó:
“Esto no encierra puertas. Encierra conciencias.”
Entonces fue casa por casa,
y en vez de miedo, empezó a repartir papeles con cuatro palabras:
“Se acabó el miedo.”
La gente no reaccionó al principio.
Pero algo se sembró.
Y cuando una señora llamada Rosa lo pegó en su venta de empanadas,
cuando un niño lo rayó con tiza en la entrada de su escuela,
cuando un abuelo lo susurró en la cola del gas…
las abejas despertaron.
Sí, las abejas.
Porque en Venezuela, el pueblo es como una colmena:
herida, dispersa, pero con una fuerza que nadie entiende hasta que pican todos a la vez.
Comenzaron a zumbar, a construir, a tocarse las alas.
La colmena no quería guerra: quería justicia, pan y verdad.
Y en el cielo, algo también se movía.
Las guacamayas, que solo cantan cuando hay esperanza,
empezaron a volar más bajo.
María las miró y supo que algo estaba por cambiar.
Las vio planear sobre los barrios,
hacer nidos entre ruinas,
dibujar con sus alas un mensaje que solo los valientes podían leer:
“La libertad no se mendiga. Se enciende.”
Y así, poco a poco, los candados se fueron abriendo.
Los ojos también.
Un país comenzó a reconocerse en los espejos.
A decir “basta” sin odio.
A decir “ya” con dignidad.
A hablar de Dios no como una excusa para aguantar,
sino como un padre que dice:
“Yo les di alas. Úsenlas.”
Porque la fe no es agachar la cabeza.
La fe es creer que Dios camina con nosotros, incluso cuando tiemblan las piernas.
Y que el cielo está más cerca cuando uno se atreve a mirar.
Epílogo para quien aún duda:
Cuando las abejas zumban juntas, ni el más fuerte aguanta.
Cuando las guacamayas vuelan libres, ningún silencio las puede alcanzar. Y cuando el pueblo se despierta sin miedo… no hay tirano que pueda dormir
Vamos por más…
Jose I Gerbasi P.
@jgerbasi