Hagamos catarsis!
Emprender no comienza con una idea de negocio un plan estratégico o un modelo financiero.
Antes de cualquier acción concreta, existe una fase previa, una etapa silenciosa pero crucial que está ligada a la persona, al ser humano que se aventura en este camino. Esta fase no trata de mercados, productos o inversiones, ni tampoco de flujo de caja o proyecciones, no! sino de mentalidad, propósito y conocerse a sí mismo.
Muchos pasan por alto esta fase y se lanzan directamente a la ejecución, creyendo que el éxito depende exclusivamente de habilidades técnicas o decisiones estratégicas.
Otros también contratan amigos y consultores buenos, especializados en lo económico y quienes de manera desinteresada siempre darán la mejor versión por lo cual se les ha contratado.
Pero la realidad es que el emprendimiento es un reflejo directo del mundo interno de quien lo impulsa e inequívocamente se cumplirá el principio “como es adentro es afuera”.
Si la persona no ha enfrentado sus miedos, no ha cuestionado su ego o no ha trabajado su relación con el fracaso, su proyecto será frágil, sin importar cuán brillante sea su idea.
El emprendimiento, cuando se concibe como un verdadero camino de crecimiento, trasciende la mera búsqueda de validación externa o la necesidad de demostrar algo a los demás. No es un acto impulsado por el ego, sino un proceso de transformación personal y profesional que permite al individuo crecer, sentirse bien haciendo eso que le gusta y que nace desde el mejor de los espacios de su interioridad.
Muchos inician un negocio creyendo que el éxito les otorgará reconocimiento, poder o una identidad más fuerte, pero cuando el emprendimiento se convierte en una extensión del ego, el enfoque se centra en la comparación, en la necesidad de aprobación y en la obsesión por resultados inmediatos.
Todo su esfuerzo e ideal se basa en algo que no existe, formulado desde un espacio confuso que se crea dibujando una línea muy fina que delimita lo que le identifica más allá de lo que realmente le representa.
Se persigue el éxito no como una expresión de propósito, sino como una forma de llenar vacíos internos, siendo ahí donde el proceso se vuelve frágil: cualquier obstáculo o crítica puede desestabilizar a quien basa su identidad en el emprendimiento.
Por el contrario, cuando se asume desde la perspectiva del crecimiento real, del verdadero propósito con base al amor propio, el emprendimiento se convierte en un camino de aprendizaje continuo, no siendo un medio para inflar la autoimagen, sino una plataforma para desarrollar habilidades, fortalecer la resiliencia y aportar valor genuino a todo eso que el individuo creó.
Un emprendedor que crece de verdad no huye de sus miedos a través del trabajo, sino que los enfrenta. No construye para demostrar algo, sino para resolver problemas, innovar y contribuir a algo más grande que él mismo.
Para que una persona comprenda que debe enfrentar el reto del ego antes de emprender, es fundamental hacerle ver que el emprendimiento no es una vía de escape, sino una confrontación consigo mismo.
Muchas veces, el fracaso no ocurre por falta de talento o estrategia, sino porque el emprendedor nunca estuvo realmente preparado para enfrentar su propia sombra.
Para Carl Jung, la sombra se refiere a los aspectos de nuestra personalidad que reprimimos o ignoramos, usualmente porque no encajan con la imagen que deseamos proyectar. Es como esa parte nuestra oculta y desconocida de nuestra personalidad.
La clave está en la motivación.
Si alguien quiere emprender solo para demostrar algo a los demás, para validar su valía o para escapar de una realidad incómoda, es un signo de que el ego está dominando la decisión.
El camino del héroe no empieza con una idea de negocio, sino con una transformación interna. Antes de conquistar el mundo, hay que conquistar el miedo al rechazo, la soberbia del “yo lo sé todo” y la inseguridad disfrazada de arrogancia que muchos y en distintas oportunidades suelen sentir y observar cuando adquieren un producto o servicio que se fundamentó en eso que no era.
El emprendimiento es un espejo del mundo interno de quien lo impulsa. Si nace desde la carencia emocional, el miedo o la necesidad de reconocimiento, atraerá caos y desorden. Si, en cambio, se construye desde la claridad, la paciencia y la capacidad de aprender, tendrá bases sólidas.
Muchos emprendedores fracasan porque el ego les impide aceptar errores, adaptarse o pedir ayuda además de que no delegan porque creen que nadie hace las cosas mejor que ellos.
Se ofenden ante la crítica en lugar de usarla como aprendizaje, persisten en ideas fallidas solo por orgullo. Y al identificar su negocio con su identidad, cualquier tropiezo lo viven como un golpe a su autoestima.
El verdadero emprendedor no huye de su realidad; la enfrenta. Por eso, antes de lanzarse a un negocio, debe hacerse preguntas fundamentales: Emprende para ser visto o para crear algo con significado? Lo define su negocio o es él quien le da identidad a través de sus valores y principios? Si no enfrenta estas respuestas, tarde o temprano se encontrará con la derrota, porque el ego nunca ha construido nada duradero.
El emprendimiento es, en esencia, un camino de autoconocimiento. La verdadera evolución ocurre cuando el emprendedor deja de buscar validación y empieza a encontrar satisfacción en el proceso, cuando entiende que el éxito no es solo el resultado final, sino la transformación que experimenta en el camino.
No se trata solo de escalar la montaña, sino de hacerlo sin ser prisionero de su propio ego. De lo contrario, la montaña lo devorará antes de que pueda siquiera ver la cima. Tómalo en cuenta!
Rafael Egáñez Anderson