Morfema Press

Es lo que es

El error trascendental de la cifra, por José Ignacio Gerbasi (@jgerbasi)

Comparte en

Hemos cometido el error fundacional, el pecado filosófico de nuestro tiempo: convencernos de que la riqueza es una función del inventario y no un estado del ser. Hemos perdido la carrera por el tener, porque ignoramos la magnificencia del ser. La sociedad nos vendió un mito: que la afluencia material nos concedería un paso libre de la angustia existencial.

Es seductor, lo sé. El deseo de «llorar en un palacio» es la manifestación de una esperanza ingenua, la creencia de que el confort físico puede mitigar el dolor metafísico. Pero el sufrimiento, ese maestro inevitable, no conoce códigos postales. La desdicha existe con o sin mármol bajo los pies. La verdadera elección no está entre ser rico y desdichado o pobre y desdichado; el dilema radical es: ¿reemplazaremos nuestra desdicha por la gratitud?

La gratitud no es un simple sentimiento; es la comprensión más elevada de la riqueza, la única moneda que multiplica su valor al ser compartida.

He sido testigo de una paradoja social que desgarra: existen más pobres en los vastos corredores de ciertas mansiones que en el bullicio de nuestras casas más humildes. Hay casas gigantes donde los seres humanos comen solos, encarcelados por sus logros, y existen cuartos minúsculos donde la risa y el afecto se apilan tan densamente que el espacio físico se vuelve irrelevante. 

En el fondo, el dinero solo es un agente logístico. Hace la vida más eficiente, sí, pero su poder se desvanece frente a la tríada ineludible de la condición humana: el miedo a la enfermedad, la punzada de la soledad y el golpe final de la muerte. Cuando ese momento arriba, las cuentas bancarias son un mero adorno, una cifra abstracta que nada puede hacer por nosotros.

Detengámonos y miremos la abundancia que ya poseemos. En un planeta de desigualdad hiriente, tener un techo que nos cobije, el don de comer tres veces al día, o la dicha de celebrar un cumpleaños rodeado de almas que cantan nuestro nombre, es un acto de milagrosa opulencia.

¿Acaso cambiarías el recuerdo imborrable del rostro de quien más amas, la punzada de la risa incontrolable que te unió a tus amigos en una noche perfecta, o la simple capacidad de conmoverte ante un atardecer, por un saldo bancario astronómico? La memoria, el amor y la alegría no cotizan en bolsa, y sin embargo, son el único patrimonio que la muerte no puede embargar. Nos perdemos en esta transacción ilusoria, sacrificando la salud como una nefasta moneda de cambio, esperando que un futuro incierto nos devuelva lo que le robamos al presente.

La verdadera miseria, la pobreza más cruel que podemos experimentar, es la de creer que nada es suficiente. Nos convertimos en un pozo sin fondo de insatisfacción, y no importa qué tesoro se arroje en él, siempre estaremos vacíos. Es la eterna búsqueda del siguiente objeto, la próxima meta, que posterga indefinidamente la dicha del aquí y ahora.

Somos ricos, somos afortunados, no por derecho, sino porque Dios nos ha concedido el milagro de experimentar la vida con su ineludible tejido de alegrías y dolores. Hoy despertamos, y esa es la más grande de las fortunas, otra oportunidad para aprender a luchar por lo que realmente vale la pena.

El trabajo profundo, el camino hacia la grandeza individual y, por ende, nacional, es este: entender que la fortuna no está en la ilusión de tenerlo todo, sino en la sabiduría y la inmensa gratitud de saber mirar lo que ya tenemos como si fuese, efectivamente, todo.

En ese momento de comprensión, en ese despertar del alma venezolana a su propia abundancia intrínseca, es cuando realmente nos convertiremos en el faro de esperanza y el gran país que estamos destinados a ser. Es una revolución del espíritu, no de la economía.

Vamos por más…

@jgerbasi

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com
Scroll to Top
Scroll to Top