Como es de público conocimiento, entre otras características de los últimos largos tiempos, nuestros gobiernos sobresalen por su apego al default y por la monotonía en sus políticas estatistas una y otra vez fracasadas pero ensayadas con renovado entusiasmo.
En la primera ronda mendigan préstamos para financiar un aparato estatal elefantiásico que carcome todo vestigio de productividad en el contexto de cargas tributarias insoportables, déficits crónicos, inflaciones astronómicas, regulaciones asfixiantes, economía cerrada y mercado laboral antitrabajo, y henos aquí que en una segunda ronda alardean con que no hay que “pagar con el hambre del pueblo” (que los mismos gobernantes provocan) sin percatarse de que los acreedores no pretenden cobrase con hambrunas sino con dólares.
Antes he escrito sobre el FMI, pero dadas las circunstancias actuales es del caso reiterar parte de lo dicho. Henry Hazlitt, el economista estrella de Newsweek durante décadas y el célebre autor de La economía en una lección y del detallado y voluminoso análisis de la teoría keynesiana titulada Los errores de la nueva economía, escribió una columna el 11 de noviembre de 1963 que parece preparada para las instancias que corren. Se titulaba “Deshagan el FMI”; allí explica que esa institución se estableció en reemplazo de la disciplina monetaria que establecía el patrón oro clásico, al efecto, en su lugar, de dar rienda suelta a los procesos inflacionarios. Una vez establecidos los Acuerdos de Génova y Bruselas de los años 20 que permitieron abrir los grifos de la inflación a través de las bancas centrales, se instaló este “banco central de bancos centrales”, que luego se transformó en prestamista de gobiernos fallidos. Hazlitt recuerda: “Los padres de la entidad fueron Harry Dexter White por los Estados Unidos y lord Keynes por Inglaterra. White sirvió como director ejecutivo del FMI, quien en 1945 fue denunciado por el FBI como espía ruso, lo cual fue ratificado por la Justicia en Estados Unidos […] Y Keynes –el mayor apóstol de la inflación de todos los tiempos– en el Parlamento británico el 23 de mayo de 1944 aseguró: ‘Si tengo alguna autoridad para decir qué es y qué no es la esencia del patrón oro, diría que este plan es su exacto opuesto’, es decir, el derrumbe de la moneda independiente del poder político”.
En esta línea argumental es pertinente recordar que en su prólogo a la edición alemana de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, en 1936, en plena época nazi, Keynes escribió: “La teoría de la producción global, que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que a la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia”.
En este contexto Hazlitt concluye: “La solución real consiste en desmantelar el Fondo Monetario Internacional […] ya que es una gigantesca máquina de inflación mundial” y más adelante subraya: “Es realmente asombroso que este sistema fabricado en Bretton Woods en 1944 es no solo tolerado sino considerado sacrosanto”.
Por su parte, el cuatro veces candidato a la presidencia en Estados Unidos y congresista Ron Paul en el Ron Paul Institute, el 24 de marzo de 2015, en una columna titulada “Eliminen, no reformen al FMI”, reitera que esa institución es coactivamente financiada por los contribuyentes de distintos países para dar sustento a gobiernos corruptos y quebrados como consecuencia de aplicar medidas estatistas, y cuando están por renunciar o reconocer sus fracasos reciben carradas de dólares a tasas de interés menores a las de mercado y con repetidos períodos de refinanciación y perdones de diversa envergadura. A título de ejemplo muestra la financiación que recibía del FMI Saddam Hussein y el último apoyo escandaloso a Grecia.
Al decir de economistas de la talla de Peter Bauer, Doug Bandow, Robert Barro, Karl Brunner, Ronald Vauvel y Raymond Mickesell, esta institución sirve para financiar a gobernantes ineptos empujados por la realidad de sus desaciertos; en lugar de permitir que se reviertan sus fracasadas políticas estatistas reciben cuantiosos recursos del Fondo. Sostienen estos profesionales que ese ha sido el caso repetidamente en la Argentina, México, Bolivia, República Dominicana, Haití, Indonesia, Irak, Pakistán, Tanzania, la ex-Camboya, Filipinas, Ghana, Nigeria, Sri Lanka, Zambia, Uganda, Turquía, El Salvador, Egipto y Etiopía.
En su visita a Buenos Aires, Yuri Yarim Agaev, enviado por Vladimir Bukovsky –uno de los más destacados disidentes de la ex Unión Soviética junto con Aleksandr Solzhenitsyn– informó que luego del derrumbe del Muro de la Vergüenza liberales rusos estuvieron a punto de acceder al gobierno “si no fuera por la apresurada irrupción del FMI, que dotó de millones de dólares a miembros de la nomenclatura de donde finalmente surgió el actual gobierno”.
Fue muy difundido el caso del general Mobutu Sese Seko, que usurpó el poder en Zaire, que fue el mayor receptor de ayuda por parte del FMI en relación con su población. El poder de Mobutu fue absoluto condenando a la gente a los suplicios más horripilantes en un contexto de saqueo permanente que permitió que ese sátrapa acumulara una fortuna de ocho mil millones de dólares de esa época.
A lo consignado debe agregarse el jugoso ensayo de Anna Schwartz (la coautora con el premio Nobel en Economía Milton Friedman de la muy difundida historia monetaria estadounidense) titulado “Es tiempo de terminar con el FMI y el Departamento de Estabilización del Tesoro” y el libro de la doctora en economía por la Universidad de Oxford Dambisa Moyo, titulado Cuando la ayuda es el problema, en donde se detallan innumerables casos patéticos de países que reciben cuantiosos recursos en medio de corrupciones alarmantes y dislates económicos fomentados por la ayuda que proviene coercitivamente de bolsillos ajenos.
En el contexto de la deuda pública externa, es de interés recordar que cuando Thomas Jefferson, siendo embajador en París recibió la flamante Constitución norteamericana escribió: “Si hubiera podido agregar una cláusula adicional la concretaría en la prohibición al gobierno de contraer deuda”, que como lo expresó otro premio Nobel de Economía, James M. Buchanan, “significa comprometer coactivamente patrimonios de futuras generaciones que ni siquiera han participado en el proceso electoral para elegir al gobierno que contrajo la deuda”.
En resumen, el Fondo Monetario Internacional alimenta a burócratas que son remunerados con honorarios colosales a costa de los contribuyentes para en definitiva incentivar el despilfarro y, por ende, el empobrecimiento de todos pero muy especialmente de los más vulnerables, cuyos salarios se ven reducidos por el creciente estatismo.
En este escenario, los gobiernos que se encuentren en serias dificultades por sus mayúsculos desaciertos tendrán dos opciones: rectificar sus errores abriendo el mercado y fortaleciendo marcos institucionales civilizados o, de lo contrario, continuar con los desatinos pero financiados por Corea del Norte, Cuba o similares… si es que allí encontraran dólares, pero no de parte de Washington y sus aliados. Entonces, el fondo del Fondo estriba en terminar cuanto antes con esta entidad que tanto daño ha causado y lo sigue haciendo.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Argentina) el 15 de diciembre de 2021.