La vida de Viktor Frankl trasciende la anécdota biográfica para convertirse en un imperativo filosófico y una fuente perenne de esperanza. Su obra no es simplemente una técnica terapéutica; es una ontología de la esperanza cincelada en el sufrimiento más extremo. Frankl, fundador de la Logoterapia (del griego Logos, Sentido), nos legó un sistema que postula que la vida nunca deja de tener sentido, incluso y especialmente en las circunstancias más desoladoras. Esta es una tesis que él demostró con su propia existencia. Frankl rompió con las escuelas de su tiempo al afirmar que la pulsión fundamental del ser humano no es la búsqueda de placer o poder, sino la «voluntad de sentido». Si el ser humano es un ser en busca de significado, el vacío existencial que aflige a la modernidad (la neurosis noógena) es la patología de una psique hambrienta de un porqué. Para Frankl, el gran error moderno no es sufrir, sino creer que el sufrimiento carece de significado.
El holocausto no fue solo una tragedia personal para Frankl, quien perdió a casi toda su familia y a su esposa embarazada en los campos de concentración; fue el laboratorio brutal e involuntario donde su teoría se puso a prueba. Paradójicamente, fue allí donde encontró la confirmación inquebrantable de la dimensión noética (espiritual) del hombre.
Cuando Frankl, prisionero número 119.104, fue despojado de todo —sus pertenencias, su manuscrito científico, su identidad y, finalmente, su familia—, descubrió la joya más preciada de la existencia: la última de las libertades humanas. En medio del frío, el hambre y la inminencia de la muerte, observó que los prisioneros que tenían un «para qué» —una tarea que terminar, una obra por escribir, un ser amado esperando— mostraban una sorprendente capacidad para resistir. Los que perdían la esperanza y el sentido, los que creían que su vida ya no significaba nada, morían primero.
«A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa: la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino.»
Frankl nos enseña que, si bien no podemos elegir nuestro sufrimiento, sí podemos elegir la actitud con la que lo enfrentamos. Es en esa elección donde reside nuestra dignidad inalienable. Su vivencia se convirtió en el fundamento de los Valores Actitudinales: la forma en que tomamos posición frente a un destino ineludible. Este es un mensaje profundamente emotivo y reflexivo: nuestro mayor poder no reside en lo que hacemos (valores creativos) o en lo que experimentamos (valores vivenciales), sino en cómo nos posicionamos ante la adversidad. Frankl demostró que, incluso cuando el destino nos impone un «cómo» intolerable, conservamos la soberanía sobre nuestro «yo» interior.
El Sentido último, Dios como raíz de la esperanza. Aquí es donde la Logoterapia, una ciencia humana, se inclina humildemente ante la trascendencia. La filosofía de Frankl reconoce que la búsqueda de sentido no se detiene en las tareas humanas, sino que apunta a un Sentido Último que él denominó el Suprasentido. Este concepto, anclado en la propia fe de Frankl, establece que el destino individual se integra en un orden superior, un porqué que escapa a la lógica terrenal. Para Frankl, creyente judío, este Suprasentido es el encuentro con Dios.
Frankl concibió la religiosidad inconsciente como un deseo profundo y reprimido de lo absoluto, un anhelo de trascendencia inherente a la dimensión espiritual de todo ser humano. En su visión, Dios no es una mera proyección psicológica, sino la fuente de todo sentido. Es un dador de tareas al cual el ser humano responde con su conciencia. Esta es la combinación perfecta donde la ciencia (la Logoterapia) se ocupa de la salud mental del hombre, pero reconoce que la fe es el baluarte supremo para la salud del espíritu. La Logoterapia es la herramienta que prepara el alma para encontrar su sentido, pero la Fe en Dios es la respuesta más profunda a ese sentido, la certeza inexpugnable de que la vida tiene un valor que está por encima de todo, incluso de la muerte y el dolor. Así, la Logoterapia no reemplaza la religión; más bien, honra y valida la sed espiritual que solo lo divino puede saciar.
La profunda intuición de Frankl, destilada en la vivencia límite, encuentra hoy su eco en la psicología empírica y las investigaciones modernas cierran el círculo entre su práctica y la ciencia. Los estudios en psicología de la resiliencia y la psicología positiva demuestran consistentemente que una alta percepción de sentido de vida está fuertemente correlacionada con un menor riesgo de depresión, ansiedad y Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Esto confirma que el sentido no es solo terapéutico, sino un recurso profiláctico. La Logoterapia ha demostrado ser un enfoque eficaz para tratar el vacío existencial y la desesperanza, ayudando a los individuos a reconectar con sus valores y su propósito vital. Frankl nos obliga a reconocer la dimensión trágica de la vida (el sufrimiento, la culpa, la muerte) no como un error a ser evitado, sino como un potencial a ser enfrentado con dignidad, una lección que se aplica hoy en contextos que van desde el duelo crónico hasta el estrés académico.
El legado de Viktor Frankl es, ante todo, un mensaje de esperanza radical. Nos dice que nuestra vida nunca es un destino cerrado; es una tarea abierta. Cada instante, incluso el más doloroso, nos presenta una pregunta que solo nosotros podemos responder. Si la vida en el campo de concentración probó que el «porqué» puede vencer al «cómo» (como reza su cita de Nietzsche), entonces nuestra vida cotidiana, con sus propios desafíos, está desbordada de oportunidades para el sentido.
La esperanza no es un optimismo ciego, es un compromiso ontológico: la certeza de que, sin importar lo que el destino nos quite, nuestra capacidad para elegir la actitud, para amar a pesar de la ausencia, y para encontrar un significado en la contribución (o en la relación con lo trascendente), permanece inalterable. El vacío existencial se combate no buscando la felicidad, sino buscando un motivo para ser feliz, una razón para trascender y servir a algo más grande que uno mismo. La vida de Frankl es un faro que ilumina la tarea ineludible de encontrar la razón irremplazable que nos espera, porque en esa búsqueda, guiada o no por la fe, reside nuestra más profunda esperanza.
Es con esta profunda sabiduría existencial que los venezolanos debemos abrazar la paciencia y esperanza estratégica necesaria en estos momentos cruciales, a punto de conquistar la verdadera libertad. La lucha que libramos trasciende lo meramente político, psicológico o existencial; es una batalla espiritual que exige la máxima expresión de nuestros valores actitudinales. Al igual que Frankl halló un sentido trascendente en el abismo, nuestra nación debe afianzar su voluntad de sentido en la certeza inquebrantable de que el futuro irrenunciable está siendo tejido por una fuerza superior. Con paciencia estratégica y la mirada puesta en el suprasentido, avanzamos de la mano de Dios, sabiendo que la victoria definitiva no solo será un logro humano, sino un testimonio de la soberanía de la fe.
Vamos por más…
@jgerbasi


