La historia vuelve a repetirse. En medio del agotamiento nacional y de la presión internacional sobre el régimen de Nicolás Maduro, reaparecen los mismos actores que, bajo el disfraz del diálogo y la transición, han servido como piezas del retardo y la manipulación política. Son los herederos del Acuerdo de Barbados, los alacranes que juraron buscar la libertad y hoy vuelven a negociar en la oscuridad, esta vez con la bendición de embajadas extranjeras y la complicidad de quienes jamás han tenido la solvencia moral para representar al país.
Por: Alan Brito
Como decía Ayn Rand, hay dos lados para cada situación: el lado bueno y el lado malo, pero el medio siempre es malévolo. Aquellos que se quedan en el medio son el catéter entre el bien y el mal, dispuestos a beneficiarse de la sangre del inocente. Son aquellos que dispensan justicia condenando tanto al ladrón como a la víctima a encontrarse en el medio. En cualquier compromiso entre la comida y el veneno, es solo la muerte la que gana. En cualquier compromiso entre el bien y el mal, solo el mal se beneficia.
El documento filtrado que circula con sello del Ministerio de Relaciones Exteriores de Qatar revela lo que muchos sabíamos desde hace tiempo: un bloque de operadores diplomáticos y
políticos, algunos disfrazados de oposición y otros de “garantes”, que busca una transición pactada sin María Corina Machado, sin pueblo y sin legitimidad. Quieren reeditar el mismo guion de Barbados, un acuerdo útil al régimen, rentable para ellos y devastador para el país.
La vieja fórmula del engaño
Cada vez que el régimen se ve acorralado, aparece el coro de supuestos mediadores llamando a un “diálogo responsable” o una “transición ordenada”. En realidad, son los mismos que se benefician del status quo. Henrique Capriles, Manuel Rosales, Gerardo Blyde y sus entornos políticos ya no actúan como oposición, sino como amortiguadores del poder. Se presentan ante diplomáticos rusos, qataríes, turcos, británicos o colombianos con propuestas que no buscan liberar a Venezuela, sino rescatar sus propios privilegios: el levantamiento de sanciones personales, la ampliación de licencias petroleras, la recuperación de fondos bloqueados en el exterior.
Es el reciclaje de la vieja política que hundió al país. Y lo más grave es que pretenden imponerla nuevamente bajo el disfraz de una “transición” que excluye a la única figura que encarna la voluntad real de cambio: María Corina Machado. No se trata de diferencias estratégicas, sino de una operación política para anularla y para impedir que sea ella, o cualquier liderazgo limpio, quien conduzca el proceso de reconstrucción nacional.
El acuerdo de los sin moral
No hay transición posible con quienes han sido cómplices de la degradación institucional. No se puede hablar de moral política cuando los mismos que hoy piden amnistías y alivios de sanciones fueron parte de la simulación electoral que sostuvo al régimen durante años.
El documento filtrado de Qatar, correspondiente a negociaciones secretas realizadas en agosto, revela la identidad completa del alacranato que intentó salvar a Maduro y su narco-régimen a espaldas del país. Ahí aparecen Henrique Capriles, Manuel Rosales y Gerardo Blyde, los tres pilares de la oposición domesticada que ya no representa a nadie más que a sus propios intereses. Junto a ellos figuran Luis Guillermo Aveledo, Timoteo Zambrano, Gustavo Duque, Eduardo Fernández, Luis Eduardo Martínez, José Gregorio Correa, María Eugenia Mosquera y Félix Placencia, todos operadores políticos cuya única contribución ha sido prolongar la agonía nacional. Pero lo más grave es la presencia de figuras que deberían representar autoridad moral: Raúl Biord Castillo, Arzobispo de Caracas, y Arturo Peraza, Rector de la UCAB, quienes con su participación en estas negociaciones clandestinas han manchado las instituciones que representan y han validado con su presencia lo que debieron denunciar con su voz.
Hablan de «reconciliación», pero no de justicia.
Hablan de «unidad nacional», pero excluyen al pueblo que los superó moralmente el 28 de Julio.
Hablan de «nuevas elecciones», pero callan sobre el fraude, los presos políticos y el dolor acumulado de millones de venezolanos en el exilio.
Ninguno de ellos puede exigir hoy un rol protagónico en el futuro de Venezuela. No tienen votos, no tienen legitimidad y, lo que es peor, no tienen vergüenza. Se reúnen en embajadas extranjeras a espaldas del país, mientras miles de presos, perseguidos y exiliados siguen pagando el precio de su cobardía. Su discurso se ha vuelto una moneda de cambio: venden «estabilidad» a cambio de impunidad.
¿A qué juegan estos tibios? A ser el catéter entre el bien y el mal, a alimentarse de la sangre del inocente mientras pretenden dispensar justicia condenando por igual al ladrón y a la víctima. No tienen cabida en la Venezuela que viene. El país necesita una ruptura moral, no otro pacto entre mercaderes de la transición.
El caso Edmundo y la necesidad del reseteo total
El gobierno, por más nefasto y ladrón que haya sido al robarse la elección del 28 de julio de 2024, ha jugado bien. Su jugada maestra fue restablecer formalmente el hilo constitucional, forzando a todos, salvo Enrique Márquez, a aceptar los resultados. Incluso a Edmundo González, presionado para firmar el reconocimiento desde la embajada española.
Edmundo fue una ficha, no un líder. No tiene trayectoria política ni luchas sociales que puedan avalarlo. En una situación normal, jamás habría ganado una elección. Representó, más que un proyecto, un vacío. En realidad, el triunfo no fue suyo, sino del cansancio de un país que votó por un anhelo de cambio.
Venezuela se merece más que eso. Se merece una líder con historia, con integridad y con principios; una mujer que ha resistido la persecución y que hoy representa la síntesis moral de la nación: María Corina Machado, quien se ganó un Premio Nobel de la Paz por su coherencia y por su lucha sin violencia ni claudicación.
Y es precisamente ahí donde la manipulación se hace más evidente. Ramón Guillermo Aveledo y Ramón José Medina se han convertido en los verdaderos operadores de ese control. Son quienes mantienen secuestrado política y moralmente a Edmundo, impidiéndole actuar con independencia y sometiéndolo a los intereses del sistema que dice combatir.
El deber histórico de Edmundo González es alejarse, distanciarse. No como un acto de derrota, sino como un gesto de conciencia venezolana. Su papel fue ser el vehículo del hartazgo nacional, el símbolo de un país que quería cerrar un ciclo. Ese papel ya lo cumplió. Ahora, su mayor contribución a Venezuela sería reconocer que el proceso del 28 de julio, con todas sus irregularidades, debe cerrarse como un capítulo perverso para que pueda abrirse otro verdadero. Un proceso donde María Corina Machado lidere unas elecciones legítimas, por la representante moral que el país eligió y que el sistema le arrebató.
Venezuela necesita un reseteo total. Un reinicio político y moral donde se reconozca que aceptar, aunque sea formalmente, el hilo constitucional restablecido por el régimen podría transformarse en una ventaja estratégica: un punto de partida para desmontar desde adentro la mentira institucional. Pero ese reseteo debe comenzar con una purga moral. Aveledo, Medina, Capriles, Rosales, Blyde y todos los que aparecen en ese documento de Qatar, aquellos que han actuado como transfusión entre el bien y el mal, deben quedar fuera.
Si Edmundo tiene alguna grandeza moral, será demostrada a consciencia y dejar el camino libre a quien verdaderamente encarna la voluntad de cambio del país. Ese es su deber histórico. Esa sería su mas grande contribución a la libertad de Venezuela.
La falacia del “Vietnam venezolano”
Algunos de estos actores, en su desesperación, intentan sembrar miedo repitiendo que si se produce un desenlace internacional, “Venezuela se convertirá en un Vietnam”. Es una comparación tan falsa como cínica.
Ni tienen el tamaño, ni el apoyo, ni la convicción de un pueblo dispuesto a librar una guerra
ideológica. Apenas representan una minoría: un puñado de cien mil personas que pretende chantajear a treinta millones con el fantasma de la violencia.
Venezuela no es ni será un Vietnam. No lo será porque el pueblo está exhausto del terror y del hambre, porque las Fuerzas Armadas están fracturadas moralmente y porque la sociedad civil ya no teme. Cuando llegue el momento decisivo, y todo indica que está cerca, será el propio
pueblo quien termine lo que la historia comenzó. Ninguna amenaza de “Vietnam latinoamericano” podrá sostenerse frente a la voluntad de una nación que ha decidido vivir en libertad.
El verdadero punto de quiebre
La verdadera transición no será el producto de una negociación entre alacranes, sino de una ruptura moral entre la mentira y la verdad. María Corina Machado no representa solo una candidatura, sino una frontera ética que el sistema político tradicional no tolera: la de no venderse, la de no pactar con el crimen, la de no pedir permiso para liberar a un país. Por eso
quieren neutralizarla. Por eso inventan “acuerdos confidenciales” y “diálogos humanitarios” donde la única prioridad es su supervivencia personal.
Pero ya es tarde para ellos. Venezuela ha despertado. La sociedad civil, los jóvenes, los empresarios honestos, la diáspora y los militares que aún conservan conciencia saben que lo que está en juego no es un reparto del poder, sino la salvación moral de la República.
Quien hoy negocia sin legitimidad, negocia en nombre de nadie. Quien pacta sin principios, pacta su propio final.
Conclusión
El documento filtrado, real o fabricado, refleja una verdad más profunda que cualquier archivo diplomático: la enfermedad política de Venezuela no está solo en el régimen, sino también en la oposición domesticada que le sirve de espejo. La nación no necesita otra mesa de diálogo, necesita un acto de dignidad.
Los alacranes pueden cambiar de piel, pero nunca dejan de serlo. Y el país no puede permitirse, una vez más, caer en su veneno.