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El totalitarismo comienza con la negación de la economía

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Por Michael Njoku en Mises

En la historia de las ciencias sociales, ningún otro campo de estudio ha suscitado tanta hostilidad como la ciencia económica. Desde su creación, los ataques contra esta ciencia han ido en aumento y se han extendido a individuos y grupos. Y las perspectivas de una acogida favorable de la ciencia son sombrías, dado que un número significativo de personas son incapaces de seguir las extensas cadenas de razonamiento necesarias para comprender los argumentos económicos.

La economía da por sentados los fines y objetivos de la acción y —en materia de juicios de valor— asume la neutralidad (es decir, la no normatividad) propia de una ciencia. Sin embargo, las cuestiones relativas a la idoneidad de los medios y las distintas políticas adoptadas para alcanzar los fines elegidos no escapan al ámbito del análisis económico.

La «funesta» tarea del economista

El economista competente, —cuando se le presenta un plan de acción propuesto— siempre pregunta: ¿Son los medios adoptados adecuados para la consecución del fin en cuestión? Analiza críticamente los medios en cuestión y declara su idoneidad o inadecuación basándose en demostraciones lógicas que son irrebatibles y apodícticamente verdaderas. Esta peculiar tarea del economista a menudo se malinterpreta como una expresión de sus juicios de valor y un intento de frustrar la consecución de los fines elegidos. Por eso, el economista a menudo se enfrenta a la desaprobación.

Más significativos en la historia de la ciencia son los diversos intentos de desacreditar a los economistas mediante la negación de la economía como ciencia de validez universal, aplicable a todos los pueblos, épocas y lugares. Se trata de un intento pernicioso porque las consecuencias sociales, políticas y económicas tienden a ser desastrosas y de largo alcance. Este artículo intenta establecer una conexión entre la negación de la economía y el surgimiento del totalitarismo.

El historicismo como precursor del totalitarismo 

El historicismo fue uno de esos intentos concertados de negar la validez universal del conjunto de teoremas económicos. Los historicistas plantearon la idea de que las teorías económicas no son válidas para todos los pueblos, lugares y épocas y, por lo tanto, sólo son relevantes para las condiciones históricas específicas de sus autores. El rechazo de la Escuela Histórica Alemana a las teorías del libre comercio, propuestas por los economistas clásicos, no se basó en deficiencias inherentes a estas teorías —dado que nunca desenmascararon ningún error lógico en cuanto a la insostenibilidad de estas teorías—, sino que estuvo motivado por prejuicios ideológicos. Mises lo expresa muy sucintamente en Problemas epistemológicos de la economía

El historiador no debe olvidar nunca que el acontecimiento más trascendental de la historia de los últimos cien años, el ataque lanzado contra la ciencia universalmente válida de la acción humana y su rama hasta entonces mejor desarrollada, la economía, estuvo motivado desde el principio no por ideas científicas sino por consideraciones políticas.

El historicismo conduce inevitablemente a alguna forma de relativismo lógico, y no es sorprendente que la doctrina del polilogismo racial haya ganado una aceptación general entre muchos alemanes a principios del siglo XX. Para invalidar la pertinencia de una teoría basándose en los orígenes históricos o raciales del autor, hay que partir de la premisa indefendible de que existen diferencias en el carácter lógico de la mente humana entre diferentes pueblos y dentro del mismo pueblo en diferentes épocas históricas. Pero, de hecho, no hay ninguna prueba científica de la existencia de esas diferencias en la estructura lógica de la mente humana. Por lo tanto, los argumentos de los historicistas contra la validez universal de la teoría económica carecen de fundamento.

La importancia social, económica y política de negar la economía implicaría también negar las ideas que ésta aporta sobre la preservación de la sociedad, es decir, la acción concertada en la cooperación voluntaria. La teoría económica afirma que se puede obtener una mayor productividad de la organización social en el marco de la división del trabajo que la que se obtendría en el marco de la autosuficiencia individual. La ley ricardiana de asociación explica la tendencia de los seres humanos a intensificar la cooperación, dado el interés correctamente entendido de satisfacer mejor sus necesidades en el marco del orden social de la división del trabajo. Si bien existen muchas maneras de que las personas coexistan en el mundo, hay menos maneras de que lo hagan de manera pacífica y próspera. Ésta es la lección central de la economía clásica sobre la sociedad humana.

La negación por parte del historicismo de la validez universal de estas teorías sobre la base de argumentos no lógicos revela un prejuicio hacia las políticas encaminadas a alcanzar la alternativa de la autosuficiencia autárquica y la sustitución del aparato social por la coerción y la compulsión. De hecho, el régimen totalitario nazi, cuyo precursor intelectual fue el historicismo alemán, nunca cedió en su intento de aplicar la fuerza para inducir la cooperación, al tiempo que perseguía simultáneamente la autosuficiencia autárquica mediante políticas desastrosas. Así, pues, el historicismo alemán, al negar la validez universal de la teoría económica y de las leyes generales de la acción humana tal como las propone la praxeología, desempeñó un papel causal al crear un clima intelectual favorable a la arbitrariedad y al posterior surgimiento del totalitarismo nazi.

El marxismo como pseudo-economía

El socialismo marxista, por otra parte, niega la validez de las teorías económicas aduciendo el «origen de clase» de los economistas. Al igual que el historicismo, suscribe una variante del polilogismo en la que afirma la existencia de una diferencia en la estructura lógica de la mente de las respectivas clases sociales, —aunque Marx nunca definió lo que entendía por «clase». En consecuencia, para los marxistas, la ciencia económica se convierte en una mera expresión ideológica del interés de clase de la clase explotadora —la burguesía.

El marxismo rechaza las enseñanzas esenciales de la economía en favor de ideas utópicas que no logran los fines que se perseguían dondequiera que se las haya intentado. Los objetivos últimos de los marxistas —la mejora de las condiciones materiales y sociales de sus partidarios— no son diferentes de los de sus homólogos liberales de finales del siglo XVIII y principios del XIX, que disfrutaron de mejoras considerables en el nivel de vida; difieren en la elección de los medios. Pero es la inadecuación de los medios adoptados por los marxistas lo que siempre y en todas partes frustró la consecución de los fines que perseguía el marxismo.

Además, al igual que en el sistema capitalista, basado en la propiedad privada de los medios de producción, la comunidad socialista pura debe enfrentarse al problema de la asignación de recursos con vistas a satisfacer las necesidades más urgentes de sus ciudadanos. Y a este respecto, Mises, en su irrebatible crítica a la comunidad socialista, expone la imposibilidad del socialismo. Sostiene que, dada la ausencia de una estructura de precios para los factores de producción, el problema de la impracticabilidad del cálculo económico debe surgir en una comunidad socialista. El planificador, sin recurrir a las herramientas del cálculo económico, se perdería en medio del mar de posibilidades económicas.

El hecho de que el capitalismo haya logrado mejorar la vida de los hombres allí donde sus instituciones no se ven obstaculizadas se debe a que esas sociedades reconocen la validez de la teoría económica sobre los beneficios potenciales del libre mercado. No han adoptado políticas arbitrarias que los economistas han declarado inadecuadas para los fines que se proponían alcanzar. Por lo tanto, los horrores provocados por la serie de intentos fallidos de implementar las ideas utópicas de los pensadores socialistas son las consecuencias lógicas de una negación de la economía.

La política intermedia conduce al totalitarismo

La doctrina del intervencionismo concibe erróneamente una compatibilidad entre el mercado y las intervenciones violentas del Estado, entre la cooperación social y el aparato de coerción y compulsión. Pretende ser un tercer sistema económico, un compromiso entre el capitalismo y el socialismo. Pero, como nos muestran una y otra vez las demostraciones lógicas de los economistas, el intervencionismo, la llamada política intermedia, conduce inevitablemente al socialismo. El intervencionismo es, de hecho, una negación de la economía en el sentido de que ésta reconoce que las intervenciones de cualquier tipo en el mercado tienden a producir resultados que —a juzgar desde el punto de vista de sus iniciadores— son incluso más insatisfactorios que los problemas previos que pretenden solucionar.

Mises señala claramente en su breve libro The Historical Setting of the Austrian School of Economics que «la peor ilusión de nuestra época es la confianza supersticiosa depositada en las panaceas, que —como han demostrado irrefutablemente los economistas— son contrarias a los fines». El intervencionismo, llevado a su conclusión lógica, está destinado a conducir al totalitarismo, dado que cuanto más fracasan sus políticas en producir los resultados deseados, más necesario es que los estadistas que creen equivocadamente en la idoneidad de las medidas intervencionistas recurran al aparato coercitivo del Estado para compensar sus fracasos.

La economía y el sistema de libre mercado

La economía es una ciencia racional que reconoce la primacía de las leyes de la sociedad humana. La economía enseña que el mercado es un sistema de relaciones lógicamente necesarias provocadas por las acciones de los individuos que buscan satisfacer sus deseos más urgentes. Enseña que cualquier instancia de coerción dirigida a influir en las acciones de los individuos perturba el proceso del mercado. La negación de estas enseñanzas conduciría inevitablemente a una situación en la que la fuerza se convertiría en el único medio de obtener la cooperación de los individuos en la sociedad.

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