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Historias del Copei que conocí (XII): ¡Todos guardados! por Vladimir Petit Medina

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4 episodios en años diferentes y una misma angustia.

-Diputado, soy Sonia Delgado y le llamo desde Barquisimeto. Se llevaron a mi primo ayer a pesar de sus problemas para caminar ¡Imagínese! Le llamo porque me dijo un amigo común que usted está fajado con el tema. ¡Tiene que hacer algo! Estremecedora llamada recibida en 1994.

-Hay que juntarse esta noche para una pega de propaganda aquí en Coro, decía al celular Ossman García, el fraterno Subsecretario regional de la JRC Falcón. -¿Estás loco? Ya hoy comienza el encierro por un mes completo. Hasta Coralia sabe que no me puede ver a menos que venga a la casa y avise antes. Yo de aquí no salgo ni a palos. Y te aseguro que no van a conseguir quién los ayude. Durante este mes… ¡todos guardados!, exclamó enfáticamente al otro lado del teléfono el buen amigo jotaerrecista Osiris Ruíz. Tuvo razón. Fuimos forzados a postergar el operativo aquel Julio de 1988.

-¿Es usted mismo?, preguntó el oficial con voz conminatoria. -Si soy yo, Alvaro, contestó mi amigo con mucho sigilo. -Soy el contralmirante Rangel y le llamo porque sabemos que el pasado 16 de julio cumplió los 18 años y aún no se ha presentado a registro. Le invito a hacerlo de inmediato si no quiere sufrir las consecuencias y además debe dar el ejemplo de que la ley es igual para todos, cosa que su propia familia agradecerá. Por otra parte, está por graduarse de Bachiller y no queremos que tenga impedimentos para presentarse en su acto. Al otro lado de la línea Alvaro Lusinchi casi se desmaya. Salió pálido y corriendo a la oficina de su padre, entonces jefe de la fracción de AD, a ver cómo arreglaba su situación. Mientras, el supuesto contralmirante, es decir, un vecino que hizo sus veces: Maykol Ciarpaglini, mi hermano de siempre Alfredo Acedo Machado y yo estallábamos de la risa. Habíamos fuñido al más jodedor de nuestra clase del San Ignacio en aquellos finales de julio de 1979. Sin embargo, no tenía idea de lo que me tenía preparado el destino poco después. 

Cumplí los 18 cuando ya cursaba el final del 2do año de la carrera de derecho en la UCAB  y me presenté a la jefatura de la Parroquia Leoncio Martínez la semana siguiente a aquel cumpleaños. Llevé todo lo requerido para la inscripción en el registro de conscripción y alistamiento militar. De repente… lo inaudito. Un soldado irrumpió en la salita donde estábamos a la espera de nuestro turno, golpeó la puerta para llamar nuestra atención y dijo: -¡Hoy comienza la recluta! Dos muchachos que estaban en la sala comenzaron a llorar. Yo, ya casi leguleyo me reafirmé en mis argumentos: -¡Pie plano, hijo único y buen estudiante! Nada detuvo el ímpetu de los uniformados que rápidamente nos montaron en un autobús militar. En 1981 no había celulares, asi que apresuradamente escribí en un papel el número de teléfono de la casa, lo envolví con un billete de 20Bs de la época y cuando nos llevaban le pedí a la secretaria que estaba allí que por favor informara a mi familia. Y así arrancó el autobús. El militar que nos cuidaba me veía fijamente y decía con sorna: -Epa gordo… tú con esa contextura te vas a ver pepiado uniformadito y cortando grama en la cota mil o custodiando el parque del este. Yo me hacía el desentendido mientras calladamente rezaba. Nos bajaron y pusieron en fila en Conejo Blanco. Mientras nos quitaban nuestra documentación avanzábamos hacia el corte de pelo. Un demonio con una máquina 0 disfrutaba pelando completamente a uno por uno. Solo había visto a alguien disfrutar con tal fruición mientras cortaba gente al rape: Tatico Palazzi, mi querido compañero de UCAB, hijo del gobernador copeyano del estado Bolívar, que se dedicó cada año de universidad a raparle el pelo a los nuevos cobrándose lo que nos habían hecho a nosotros el primer día.

Lo curioso es que colocaba un pupitre al lado de un tomacorriente y allí le iban sentando a cada nuevo. Iniciaba con dos rápidos y generosos movimientos paralelos con la afeitadora que descaradamente mantenía enchufada -¿Te quieres quedar como indio Sioux o quieres el servicio completo?, preguntaba mientras les facilitaba un espejo. Todos pedían en medio del llanto que terminara el trabajo completo. El respondía: -¡5 Bolos entonces! Con ese aterrador recuerdo en mente, apenas faltando uno para mi turno, un soldado se acercó y llamò por mi nombre. Contesté y me pidió le siguiera. Al llegar a la garita estaba mi papá, conocido abogado y senador para la época. Gracias a él pude escapar de ese horror tipo inquisición que era la recluta venezolana. Sin embargo, el episodio me dejaría marcado para siempre.

Solo algo terrible podía extender este pánico a lo largo de décadas y sin diferenciar el hogar venezolano del cual se tratase, a lo largo y ancho de nuestra geografía. Para un efecto de esa magnitud… tenía que tratarse de una cosa monstruosa, abominable. Y vaya que si lo era. 

En un país donde la aspiración de oro de las familias era tener un hijo abogado o médico, uno cura y otro militar… no era precisamente porque anhelaban que ingresara a la carrera militar alguien por la vía del conscripto. No. Además… no le pagaban por eso, la carrera era de cortoplazo y sin mucha posibilidad de ascenso. Un castigo severo, pues. De los peores. Por eso quedaba básicamente para los vagos descarriados cuyas familias les metían a juro en el cuartel con la esperanza de que allí se hicieran hombres y aprendieran a hacer algo o simplemente quedaba para la gente muy humilde que era reclutada a la fuerza y fortuitamente.

A medida que la situación económica nacional fue empeorando, menos gente quería servir y menos familias consideraban que era una solución para los vagos ya que estos podían ser más útiles ayudando a la economía familiar que pagando penitencia. A su vez y ante la merma de vocaciones por el servicio, al sistema de defensa le costaba cada vez más completar el contingente, es decir, conseguir quien custodiara la frontera, cuidara la operatividad de cada regimiento y… brindara su concurso para ser exhibido como masa uniformada. Entonces comenzó una de las peores perversiones que conoció la república: pagar por reclutado. Así como lo leen. A finales de los 80´s comenzaron a reconocerle un pago a cada alcalde por reclutados en su correspondiente jurisdicción. Y visto ese incentivo… arrancaron las razzias: se llevaban a todo el mundo así no fuese reclutable ¡Incluso discapacitados! Los tipos cumplían con el número, recibían su pago y nada tenían que ver si después devolvían parte del grupo confinado. Total, ya habían hecho su parte. Un penoso caso de moral hazard recorría las calles venezolanas como la peste del s.XIX. Así cundía el terror entre los jóvenes venezolanos al menos dos veces al año.

En mi tiempo como representante estudiantil en la UCAB caí en cuenta de la magnitud del problema, lo cual hizo más profunda la herida causada por lo que viví en Conejo Blanco. Después, cuando regresé a mi estado a hacer política, comencé a apreciar a la recluta en su verdadera crueldad pero ya sabía qué hacer ante ella…. cómo y dónde.

En 1981, con motivo del vigésimo aniversario de la Constitución de la República del 61 y siendo orador de orden Gonzalo Barrios, nuestro profesor de Derecho Constitucional, Eduardo Fernández, nos invitó a esa sesión solemne. Fuimos alrededor de 10 compañeros, entre ellos casi todos los que veníamos juntos del San Ignacio. Culminada la sesión y trajeados, pedimos permiso para conocer el hemiciclo y… nos permitieron entrar. Juan José Bolinaga, otro de mis mejores amigos de siempre, es testigo que allí cerré los ojos, me concentré y finalmente escogí una curul. Me senté. Juan preguntó con sorna: -Epa, Diputado ¿se siente cómodo? -Muy cómodo. ¡Esta va a ser mi curul pronto! contesté. 8 años después y gracias a los oficios de un excompañero del primer año de carrera y entonces copeyano en funciones directivas en la cámara… esa misma fue mi curul. Y apenas fui asignado a la Comisión de Defensa… arranqué

la lucha por eliminar la recluta del diccionario de los jóvenes venezolanos. Por eso, en 1990, ya como diputado y a la vez secretario nacional juvenil de Copei propuse la reforma parcial de la Ley de Conscripción y Alistamiento Militar de la época. No me respaldó ni mi partido. Casi que me sacan de la fracción. La cámara tuvo una reacción hostil… me había topado con una vaca sagrada

En 1995, ahora en calidad de presidente de la comisión permanente de juventud y deportes de la cámara de diputados, volví sobre el tema. Hasta allí mi relevancia en el asunto. Lo demás se logró gracias a tres protagonistas principales: el General (D)(Ej) Rafael Angel Montero Revette, a la sazón Ministro de la Defensa, Ramón Guillermo Aveledo, el entonces Jefe de la Fracción Parlamentaria de Copei y Gustavo Tarre Briceño, Presidente de la Comisión de Finanzas de aquel momento.

Un día el buen amigo Aveledo me llamó a su oficina: -Vengo de desayunar con el Ministro de la Defensa ¡Pilas, aprovecha porque el hombre dice que la recluta no puede seguir como va! Que prefiere eliminar su obligatoriedad aunque debemos conseguir incentivos para que la gente acuda voluntariamente al llamado ¡Llámalo ya! En efecto lo hice, el ministro me dio cita de inmediato. Ni en la cuña aquella de Grafitti se vió tal velocidad en las escaleras de Pajaritos. Al llegar a Fuerte Tiuna me conseguí con un hombre agobiado por el abuso de los reclutadores y la mala calidad del contingente. Quedamos, el general y yo, en ponernos ambos manos a la obra. 

Lo primero fue conseguir el incentivo. El propio Aveledo sugirió pasearnos por la remuneración. Trabajé esa alternativa asumiendo pagar salario mínimo. Pero aún quedaba la cosa incompleta. Era menester asegurar que, además, al final de su tiempo de servicio pudiesen regresar a la vida civil con un oficio aprendido. Con esa preocupación adicional fui a hablar con el siempre brillante Tarre, quien después de pensarlo un poco sugirió que hiciéramos un paquete: fondos para pagar salario mínimo a los reclutados, fondos para inyectarle al INCE militar así como la diligencia ante el Ministerio de Educación Superior para que esos estudios fuesen asimilados a algún grado académico. Todo eso se hizo… y en tiempo récord votamos un acuerdo de la Cámara y a la par se acordó el crédito adicional correspondiente. El día que lo propuse en Diputados fue diametralmente diferente a la primera vez. Un gran ambiente. Apenas terminó mi derecho de palabra habló por AD y en respaldo a la propuesta, el gran cómplice de todas estas cosas: mi alto pana Johan Rodríguez Perozo. Para nuestra sorpresa se sumaron todas las fracciones y el asunto salió por unanimidad. Poco después ya nadie tuvo que ser cazado porque comenzaron a formarse colas de aspirantes al servicio militar. Problema resuelto gracias al ingenio de unos copeyanitos y la colaboración determinante de otros buenos venezolanos.

Así representaría un alivio nacional lo logrado que monopolizamos las noticias de la semana. Luego y para mi asombro, fui declarado hijo ilustre por 19 municipalidades venezolanas. Hasta un pequeño reconocimiento recibimos por parte del perseguidor más empecinado que había tenido en mi vida…hasta ese momento: Aldo Cermeño, gobernador de mi estado y quien nunca me pudo engañar ya que siempre advertí lo que terminaría siendo. Lo tedioso de esas giras para recibir los reconocimientos fue que tocaba aclarar que no había sido cosa mía sino obra de todo un círculo virtuoso: la decisiva iniciativa de Aveledo, copeyano, la guía y buenos oficios de Tarre, copeyano, la decidida cooperación del Gral. Montero Revette bajo la administración de Caldera II, el apoyo de todos los amigos de la Comisión de Juventud y Deportes, promotora del acuerdo así como el compromiso personal de este servidor socialcristiano en esa lucha.

En aquel momento pensamos que se había dado un paso fundamental para asegurar una Fuerza Armada mejor… nadie aún podía imaginar en lo que posteriormente la convertirían. Volveré sobre ese tema pronto…porque definitivamente esa es otra historia.

@vladimirpetit

@vladimirpetitmedina

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