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La izquierda exhibe con Cuba su cara reaccionaria, por Roberto Álvarez Quiñones

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La izquierda internacional, sobre todo la de América Latina y España, parece no advertir, o no le importa, que con su apoyo a la tiranía encabezada por Raúl Castro destiñe su fachada progresista, muestra su rostro reaccionario, hipocresía, y se erosiona a sí misma.

Y pongo esto sobre el tapete a propósito de haberse cumplido recientemente cuatro años del 11 de julio de 2021, la mayor rebelión popular política contra Gobierno alguno en la historia de Cuba, con multitudes de cubanos en las calles de 56 ciudades simultáneamente gritando «Libertad», «Abajo el comunismo», «Abajo la dictadura» y otras consignas contra el régimen y sus dirigentes.

Porque aquella valiente protesta política nacional no recibió respaldo alguno ni aliento de la izquierda. De haber sido contra una dictadura o un Gobierno derechista, el apoyo a los manifestantes habría sido apoteósico, en los medios, redes sociales, partidos políticos y gobiernos.

¿Tiene credibilidad una ideología política aplicada a capricho?

¿Qué credibilidad puede tener una filosofía política y social que se lleva a la práctica de manera selectiva, basándose en un oscurantismo ideológico dogmático de tufo medieval? ¿Qué quiere la izquierda, que los cubanos agachen la cabeza y aplaudan a sus verdugos? ¿Es eso progresista?

La alianza con la mafia que usurpa el poder en Cuba denigra a la izquierda, hace añicos la bonita fachada configurada con su discurso político-ideológico.

Se burla de los derechos humanos individuales y sociales; de la democracia liberal basada en la independencia de los poderes públicos y el sufragio universal; de la pluralidad de partidos políticos; de la libertad de expresión, de asociación, sindical, económica y política; del combate a los abusos gubernamentales de todo tipo, la defensa de los oprimidos y marginados.

Absolutamente todos esos principios democráticos liberales y humanísticos se pisotean diariamente en Cuba. Y desde hace 66 años. ¿Por qué en vez de defender y ayudar a las víctimas se alaba y se ayuda a sus victimarios? ¿Por qué ni siquiera se admite que en Cuba hay una dictadura?

Pregúntesele a Lula, a Petro, Boric, Claudia Sheinbaum, Luis Arce, Pedro Sánchez o Antonio Guterres (por solo citar seis jefes de Gobierno y un secretario general de la ONU) si en Cuba hay una dictadura. Verán el cantinfleo verbal para justificar la respuesta de que no hay dictadura en Cuba. ¿Es eso progresista?

Y hay más, cuando en febrero de 2010 murió en una huelga de hambre el valiente preso político Orlando Zapata, el entonces también presidente brasileño, Lula, encima de que justificó su muerte lo calificó de delincuente.

El Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, las dos «internacionales» de inspiración subversiva de la izquierda latinoamericana, no solo no han excluido a las dictaduras de Venezuela y Nicaragua, sino que el 28 de julio de 2024, tras el fraude en las elecciones en Venezuela, el Foro de Sao Paulo envió a Caracas este solidario mensaje textual: «Con alegría felicitamos la victoria del compañero Nicolás Maduro, reelegido presidente por el pueblo venezolano, dando continuidad a la revolución bolivariana».

La izquierda aplaude y magnifica hoy las protestas en Argentina contra el Gobierno de Javier Milei, y lo hizo a propósito de las protestas contra Bolsonaro en Brasil, Piñera en Chile e Iván Duque en Colombia. O sea, se rechaza a gobiernos elegidos democráticamente y se respalda a una autocracia criminal implacable que hambrea a su pueblo.

Es una vergüenza que a estas alturas la izquierda no se haya desprendido del mito-fetiche que inventó Fidel Castro a mediados del siglo XX sobre la «revolución cubana» redentora de un «país muy pobre» que, cual David bíblico se enfrentaba al Goliat gigante imperialista del Norte que lo explotaba. Aquella falacia la izquierda la sublimó y eternizó.

¡Pamplinas! A fines de 1958 lo que querían los cubanos era que el dictador Batista se fuera y se restaurara la Constitución de 1940. Jamás escuché a nadie entonces abogar por una revolución social en Cuba. ¿A santo de qué?

Era innecesaria en un país que junto a Uruguay y Argentina registraba el más alto nivel de vida en América Latina, y cuyo ingreso per cápita duplicaba al de España, igualaba al de Italia y superaba al de varios países de Europa

La izquierda fanática es reaccionaria, retrógrada, antiprogresista

En fin, al apoyar al castrismo la izquierda muestra su rostro reaccionario, retrógrado, contrarrevolucionario, antiprogresista. Búsquese en un diccionario la palabra reaccionario y se leerá: «de reacción, que describe un movimiento en la dirección opuesta (…) se aplica a la persona o a la ideología que defiende y se aferra a lo viejo, a lo ya establecido, y se opone a los cambios, las reformas y al progreso».

No hay que ir muy lejos, la propia consigna actual de la dictadura castrista de «Somos continuidad» es reaccionaria al 100%. Significa que la «revolución» es eterna, que en Cuba no se cambia nada, y que si algo hay que cambiar se utiliza la técnica del «gatopardismo», aparentemente cambiarlo todo para que todo quede exactamente igual que antes.

Siendo «amiga de Cuba» (de la tiranía cubana), la izquierda rechaza los valores de la cultura occidental y de la democracia liberal moderna que dice defender, y que ella misma necesita y utiliza para llegar al poder por la vía de las urnas.

Esos «amigos» se escandalizaron con los 3.065 asesinatos cometidos por la dictadura de Pinochet, pero no dicen una palabra de los 7.902 cubanos fusilados (3.116), o ejecutados sin juicio, principalmente en el Escambray (1.166) y los que han muerto por causas atribuibles a la dictadura castrista (3.620), según documenta Archivo Cuba.

«Eso es para los cubanos, para mí no, ¡solavaya!»

Pero lo más indignante de todo es que quienes alaban al castrismo lo hacen «de boca para fuera». Ninguno de ellos quiere para su país un partido único; violación masiva de los derechos humanos; asfixia de las libertades individuales; todos los medios de comunicación propiedad del Gobierno; racionamiento de los alimentos; apagones interminables; presos políticos; hambre; pobreza extrema; carencia asombrosa de medicamentos, de viviendas; basureros nauseabundos en las calles; y un visible atraso social, educacional y cultural.

¡Qué va, solavaya! Esas desgracias socialistas que se las zumben los cubanos. Eso no es para ellos… ¿Y no es inmoral apoyar al depredador socialismo para Cuba y rechazarlo para sí mismo y su país?

Fui testigo de que cuando Pinochet derrocó al procastrista Salvador Allende muchos chilenos de izquierda emigraron a Cuba, y de que apenas un año después casi no quedaba ninguno en suelo cubano. Todos los marxistas «comecandela» que han ido a vivir a Cuba han durado en la Isla lo que un merengue en la puerta de un colegio. Todos dicen: «Pa’ su abuela, aquí no se puede vivir».

Por otra parte, muchos izquierdistas son espías y colaboradores extranjeros que «orientados» desde La Habana se infiltran en partidos políticos, gobiernos, instituciones no gubernamentales, sindicatos. Se incluyen agitadores «de masas», terroristas y guerrillas urbanas para desestabilizar gobiernos democráticos, como hicieron en Chile, Colombia, Ecuador, Perú y hoy en Argentina.

Encima, también son aliados de las autocracias imperialistas de Rusia y China. Y generalmente son antisemitas, se llevan bien con los terroristas de Hamas, Hezbolá y con cuanta organización terrorista antioccidental hay en el mundo. Cuba a todos los acoge y protege.

Y para terminar hago una aclaración. Estas reflexiones no constituyen un ataque a toda la izquierda. Figuras políticas emblemáticas como el socialista Felipe González, expresidente español, célebres artistas, escritores y otras personalidades hoy rechazan al castrismo. Y tengo amigos izquierdistas latinoamericanos y de otras latitudes que lo condenan.

Pero lamentablemente la mayoría de la izquierda a nivel global sigue bailando con la misma musiquita que les empezó a tocar Fidel Castro en 1959.

Conclusión: filosófica, doctrinaria y políticamente hoy la izquierda en general no es tan progresista y revolucionaria como ella se percibe a sí misma. Tiene dos caras y practica la hipocresía. Y no solo no es progresista por su apoyo al castrismo, sino por una paradoja poco admitida por los académicos, y de la cual me ocuparé en otro artículo.

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