La oposición oficial está en la etapa terminal, definitoria de negación e ira, sin decisiones, en el limbo ambiguo y conveniente de la imprecisión oportuna. La crisis que los afecta, a raíz de la cuestionable administración de activos en el exterior, negándose a rendir cuenta, es grave. Para enamorados de la luna, denunciar irregularidades y errores es traicionar la lucha. Los abstraídos alegan que se debe enmudecer para no perjudicar. Intrépidos acusan de cómplice al silencio. Y la inmensa mayoría ciudadana considera que Venezuela debe conocer la verdad. ¿Callar? ¿Denunciar? ¿Hacerse el pendejo? Pero el último desengaño y fracaso fue suficiente. Pretender atribuir culpas del advertido descalabro electoral por ejercer el derecho constitucional de no participar es una estupidez que asombra. La responsabilidad es únicamente del liderazgo inútil, complaciente, cohabitador y corrupto.
El promotor de la comedia electoral fraudulenta no puede ejecutarla sin el amparo, protección, defensa y complicidad de las figuras que simulan ser contrarios, corrompidas, en el intento de debilitar la estrategia internacional, que ha logrado desestabilizar a la dictadura. El ciudadano desatendió el llamado de la falsa oposición, y ante el abrumador rechazo de la población, debe revisarse, hacer autocrítica con intención verdadera de penitencia, arrepentimiento y voluntad real de corregir. Ha costado sangre, sudor y lágrimas a la ciudadanía de principios, valores y buenas costumbres deshacerse del vil chantaje de la unidad y la afrenta dictatorial del G4, afortunadamente, en fase destructiva. Perdieron rubor y pudor.
Durante tiempo fuimos un país bipartidista. Independentista y pro-monárquico, luego bolivariano y antibolivariano, después liberales y conservadores, más tarde centralistas y federalistas, pro-tachirenses y pro-demócratas, socialdemócratas y socialcristianos, ahora chavistas y antichavistas.
La diferencia en esa tradición no la hizo la política -sin negar méritos a dirigentes valiosos e importantes-, sino la realidad económica, el petróleo. De la Venezuela rural, enferma de paludismo, peones y alpargatas, caudillos, civiles y militares, pasamos al país que recibiócon brazos abiertos el modernismo mundial y lo hicimos de la mano de audaces petroleros, aprendiendo había un mundo distinto, además, basados en la demostrada capacidad venezolana.La oposición que se encargará de cambiar nuevamente a Venezuela.
No la habilidosa de alacranes arácnidos de ajustarse a la imposición castrista. El compendio de fracasos y complicidades históricas; humillaciones y derrotas, confunden y decepcionan al ciudadano, sacrificado por ausencia de garantías; aunado a la estulticia de ocultarse en boberías: el régimen pide cacao; el presidente es el perdedor; el castro comunismo está por caer y como remate, las regionales fueron útiles para eso. Además de mentira, es una imbecilidad de bufones. No hay elecciones democráticas, cuando no persiguen fines democráticos. Los dictadores, tiranos no se miden y nunca pierden, al final, logran consolidar más su dictadura, a fin de cuenta, es su único objetivo.
Tampoco la de fantasía, egoísmos, fábulas y pequeñeces, traiciones, apariencias y falsedades; sino la que está viva en la mayoría de los jóvenes y no tanto. Que conoce de cumplir la palabra empeñada y asume responsabilidades como reto y objetivo. La mayoría, más de 70%, que ha visto a sus dirigentes desdecirse entre fracasos e ilusiones fatuas, ambiciones que priorizan la codicia partidista y personal, incompetentes de diluir el poder de la fuerza.
Esa maravillosa oposición que palpita, respira pero aún no asoma por completo. Que entiende la unión no es simple conveniencia electoral e individual, sino un objetivo de país, bandera de patria, convicción de conducta, valores y principios. Es la oposición que esperamos escale a posiciones en las cuales tengan que demostrar, más que aspirar a gobernar, sientan honesta y profundamente el arraigo venezolano, y como ellos sean y decidan actuar, así será la Venezuela que forjarán. La venezolanidad volverá a ser motivo de orgullo.
Esa oposición existe, está allí, latente, deseosa de emerger en el emprendimiento, universidades, oficios, partidos, es la extraordinaria sociedad civil. No la que obedece mandatos de menguados ignorantes, desalmados e incapaces de salir de sus caparazones, ver más allá del maruto; sino la que rompe cortezas para llenarse del aire de la libertad tanto de derechos como de deberes. Esa oposición existe, aunque no tenga un vocero ni se interese en líderes de corto plazo y miopes miradas. El mundo lo siente, lo sabe, la espera.