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La rebelión de los nativos (blancos)

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Hasta hace poco, en cualquiera de nuestros países, uno oía la palabra «nativo» y pensaba automáticamente en alguna tribu aborigen africana o americana: todos sabemos que el campo semántico del término es mucho más amplio, pero el hecho es que su uso polémico solía remitir a la resistencia de un pueblo autóctono frente a un enemigo extranjero, normalmente europeo. Hoy, sin embargo, el término «nativo» ha empezado a cambiar de sustancia en Europa para designar a las poblaciones originarias (más o menos blancas, más o menos cristianas, más o menos… europeas) de nuestras sociedades. En Francia, por ejemplo, ha aparecido un grupo juvenil de carácter identitario que ha escogido ese nombre: los Nativos (Les Natifs), seguramente en referencia cinematográfica a la banda homónima de Gangs of New York, la película de Scorsese. Los Nativos han sido ahora noticia porque el Estado los ha llevado ante los tribunales. Los acusados: dos jóvenes, Alexis y Stanislas, recién salidos de la universidad. Su delito: coaccionar con violencia psicológica o simbólica la libertad de creación artística. La historia merece ser contada.

Todo ocurrió en Saint-Denis, al lado de París. Hoy es un lugar ampliamente tomado por una inmigración especialmente refractaria a cualquier integración, pero Saint-Denis es también la sede de una basílica muy significativa en la historia francesa: la primera iglesia gótica, elevada a su vez sobre los cimientos de un templo edificado en el siglo V por Santa Genoveva de París y, desde Hugo Capeto, necrópolis de los reyes de Francia. Fue ahí, en ese espacio sagrado, más concretamente en su cripta, donde alguien tuvo la ocurrencia de montar una exposición titulada «Nuevas reinas» que constaba de treinta retratos fotográficos de mujeres, tres de las cuales lucían el inconfundible velo musulmán. A los nativos les pareció reprobable la exhibición de las mujeres veladas a tan pocos pasos de los huesos de los reyes de Francia y optaron por una protesta simbólica: desplegar tres banderas sobre cada uno de esos retratos. Una de las banderas representaba a Santa Genoveva, patrona de París. La segunda, a Santa Juana de Arco, la Doncella de Orleans. La última, a la enfermera Genevieve de Galard (1925-2024), el «ángel de Dien Bien Phu», heroína de la guerra de Indochina. Los Nativos colocaron esas banderas en un momento en el que no había nadie en la exposición y sin dañar las fotografías expuestas. Pese a ello, el fiscal de la República pidió para los jóvenes 5.000 euros de multa más 15.000 de indemnización «para reparar este perjuicio causado a la sociedad» y compensar el «daño psicológico» infligido a la autora de la exposición.

El tribunal finalmente ha exonerado a los nativos. Su acción —viene a decir el juez— está dentro del campo de la libertad de expresión y no puede hablarse seriamente de violencia, ni siquiera psicológica, en un acto tan inocuo. La defensa no consiguió, sin embargo, que el tribunal condenara al Estado por el perjuicio causado a los Nativos: al fin y al cabo, el que manda, manda. Lo relevante es el paisaje que se va construyendo en esta Europa marcada por la sustitución poblacional: la sala 16 del Tribunal de Bobigny, donde se juzgaron los hechos, está colapsada por los cientos de casos de violencias conyugales, vandalismo urbano, secuestros, abusos sexuales y muchos otros delitos que caracterizan a este problemático suburbio de París, pero, para la República, la prioridad era esta acción de los Nativos, testimonio de una resistencia creciente a la «gran sustitución». Hoy ha sido en París. Mañana será en Madrid o Barcelona. Llega la rebelión de los nativos.

Por: José Javier Esparza – La Gaceta de la Iberosfera

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