Venezuela, una vez considerada la joya de América Latina por su riqueza y su vibrante cultura, ha visto cómo sus esperanzas se desvanecen en la oscuridad bajo la tiranía criminal de Nicolás Maduro.
Desde que asumió el poder en 2013, continuando el legado destructivo de su antecesor Hugo Chávez, los ciudadanos hemos sido testigos del desplome de nuestra patria, sumida en la bancarrota y el desasosiego, un producto del saqueo y la incapacidad en la administración del país.
Las decisiones económicas de Chávez y Maduro han llevado a la economía venezolana a un colapso sin precedentes.
La corrupción rampante dentro del régimen y la mala gestión de la industria petrolera, que era el corazón del ingreso nacional, han provocado una disminución drástica en la producción de crudo.
A esto se suma la hiperinflación, un monstruo voraz que ha devorado los salarios y ha dejado a millones de venezolanos atrapados en la pobreza extrema.
La escasez de alimentos y medicamentos, así como el colapso de los servicios públicos, se ha convertido en una realidad cruel y desgarradora.
Las interminables colas en los mercados, los cortes de electricidad y agua, la falta de gas y gasolina, el deterioro de los sistemas educativo y salud; donde los ciudadanos luchan por obtener lo más básico, se han transformado en un símbolo desgastante de la desesperación.
La migración masiva de venezolanos en búsqueda de mejores oportunidades ha desbordado la capacidad de los países vecinos, sembrando el caos en comunidades enteras, mientras el régimen ignora con desdén el sufrimiento de nuestro pueblo.
El descontento generalizado ha alimentado protestas y un clamor creciente por el cambio, un grito colectivo que resuena en cada rincón de la nación.
Sin embargo, la represión brutal de la dictadura se ha manifestado a través de detenciones arbitrarias, torturas, asesinatos y una violación sistemática de los derechos humanos, sembrando el terror en el corazón de aquellos que se atreven a alzar la voz.
A pesar de esta opresión, la llama de la resistencia sigue ardiendo, y cada día más corazones valientes se alzan contra la tiranía.
La comunidad internacional observa atentamente, atrapada en la duda sobre cómo abordar esta crisis humanitaria.
Aunque las sanciones impuestas a Maduro han ofrecido alguna respuesta, la solución definitiva exige un cambio profundo en la estructura del poder que ha ahogado a Venezuela.
La visión de una Venezuela libre y próspera late con fuerza en los corazones de nuestros ciudadanos.
A medida que el régimen de Maduro parece tambalearse, el futuro de nuestra nación depende de la valentía del pueblo y de la determinación de recuperar lo que una vez fue nuestro.
La historia de nuestro país, marcada por la tragedia, aún no ha concluido.
El grito de libertad sigue resonando en cada rincón de nuestro territorio y en el mundo, donde la cuarta parte de la población venezolana se encuentra esparcida, llevando consigo la esperanza de un mañana mejor.