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Es lo que es

Lenguaje inclusivo (más) siniestro, por Carlos Rodríguez Braun

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La corrección política descubre acaso su faz más siniestra cuando pretende cambiar el lenguaje. Producto liberal, fruto de la evolución e interacción espontánea de las mujeres y los hombres libres, el lenguaje es creación voluntaria del pueblo. Incluso las academias lo reconocen, al especificar, como la Española, que su labor es limpiar, fijar y dar esplendor al idioma. Pero no crearlo. Ahora la izquierda ataca directamente eso, la lengua, violando la libertad de las mujeres y los hombres, pretendiendo crear desde el poder una forma correcta de hablar. Parte de la falacia antiliberal de que no se puede dejar a las personas en paz, porque igual crean libremente todo, desde la prosperidad económica hasta la riqueza idiomática, reaccionario principio es que no deben dejarnos solos por nuestro bien, y que nos van a inculcar con la coacción legislativa la forma adecuada de hablar, para que seamos “inclusivos”, como si la política, coercitiva y excluyente, supliera con ventaja las relaciones humanas, voluntarias e incluyentes.

Pensaba que era imposible caer más bajo en el desprecio a la libertad de las personas. Pero el asunto era incluso peor, porque lo saben: los supuestos progresistas saben que lo suyo es puro cuento, y lo admiten, riéndose en nuestras narices.

Lo comprendí viendo un vídeo de un discurso con dos destacadas figuras de la política argentina: Axel Kiciloff y Alberto Fernández. Merece la pena verlo con atención porque, en un momento dado, tras la habitual demagogia peronista, Kiciloff dice “docentes y docentas”. Y se ríe. Se ríen tanto él como Fernández. Es decir, saben que es un camelo, saben que todo es mentira, que no pretenden predicar la inclusiva bondad en el pueblo, sino ordenarle cómo tiene que hablar. Y es tan descarado el intento que van y se ríen. Saben que es un error, saben que así no habla el pueblo, y por tanto así no lo recogen las academias de la lengua, pero lo hacen igual. Y se ríen.

No están hablando mal porque sean bobos o incultos. No lo son. Mucha gente en la Argentina criticó a Kiciloff como si fuera un analfabeto. No lo es. Como no lo era Bibiana Aído cuando habló de “miembros y miembras”. No exhiben incultura sino la pasión de organizar la sociedad desde arriba. Mírelos, señora, mire cómo se ríen.


Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 30 de noviembre de 2021.

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