Inquieta la similitud con la política de hoy, donde a veces resulta imposible distinguir entre cordura y manipulación calculada. Así como Alice Gould entra en el psiquiátrico afirmando estar cuerda mientras a su alrededor dudan de su verdad, en la política pululan actores que, con discursos “racionales” y “éticos”, esconden artimañas turbias y destructivas. El sistema que debe garantizar justicia termina siendo un laberinto en que la verdad se distorsiona, los roles se invierten y los «cuerdos» están más traspapelados que los «locos». En ambos casos, la ambigüedad y maniobra por imponer una narrativa son las armas más poderosas.
Inspirado en la obra de Torcuato Luca de Tena -escritor y periodista español-, se convierte más que una referencia literaria, en un lente a través del cual exploramos el alma de la sociedad. Abordar esta metáfora con la urgencia que demanda nuestro tiempo, en un momento de caos, desilusión y fractura que amenazan con borrar las líneas que dan sentido a la convivencia. Es necesario reflexionar sobre la capacidad colectiva para recuperar el rumbo, reconstruir la confianza y reescribir, con valentía y empatía. Una invitación a soñar con un orden justo y humano, incluso cuando los trazos de ese diseño se desvanecen en la niebla.
Cuando la incertidumbre es constante, resuena, evocando la idea de un orden celestial que se escapa, de líneas trazadas con el propósito que, sin embargo, se han extraviado en la anarquía de la existencia humana. Es reflejo de los desafíos que enfrenta la sociedad, por encontrar sentido en medio de la fragmentación, polarización y pérdida de rumbo.
El título sugiere una paradoja. Si los renglones son de Dios, deberían ser perfectos, inmutables, pero al estar «perdidos», nos enfrentamos a la imperfección de la interpretación humana. En el ámbito político, la idea confronta incomodidad; el sistema construido -gobierno, instituciones, pacto social- son intentos de transcribir un precepto, que a menudo se desdibuja en la ambigüedad de intereses, ideologías y errores.
También reflejan con inquietante precisión la Venezuela actual, donde la realidad parece escrita por una mano tortuosa que juega con la lógica y la verdad. Como Alice Gould, batalla por demostrar su cordura y es presentada como loca, igual, los ciudadanos demócratas cuando defienden la razón en medio de un aparataje institucional que desacredita, encierra o invisibiliza. El país se ha convertido en un manicomio político donde los que denuncian arbitrariedades e injusticias son tratados como enemigos, mientras los responsables del caos se visten de legalidad y sensatez. En esa distorsión, la verdad es sospechosa, la mentira norma y el poder opera como un psiquiatra autoritario que decide quién está “cuerdo” según le convenga.
Venezuela, alguna vez, faro de prosperidad, luce atrapada en un torbellino de ruina política, económica y social. Los «renglones perdidos» se manifiestan en la descomposición de sus instituciones, erosión de la democracia, desaparición de la libertad y sufrimiento de millones que enfrentan escasez, represión y exilio. Este desorden no es solo el resultado de errores, sino de una deliberada distorsión de los ideales de justicia y libertad que alguna vez inspiraron. La tragedia recuerda que, cuando los líderes abandonan el propósito colectivo, la esperanza se desvanece, dejando tras de sí un lienzo roto que solo la voluntad de todos puede restaurar.
La novela explora la delgada línea entre juicio y demencia, realidad y percepción. En política, esta dualidad es relevante. ¿Cuántas decisiones que, bajo el pretexto de la razón, han llevado a la calamidad? ¿Cuántas políticas, bien intencionadas, han extraviado su rumbo? Los «renglones perdidos» son también promesas incumplidas, ideales traicionados y esperanzas de quienes se sienten olvidados por los que juraron protegerlos.
La obligación ciudadana es restaurar la narrativa de la sociedad, acompañada de un liderazgo valiente, coherente, digno, dispuesto a trascender y priorizar el bien común. Significa escuchar a quienes han perdido la fe, reconstruir la confianza a través de la transparencia y rendición de cuentas, trabajar incansables para que la justicia y equidad no sean palabras, sino realidades tangibles.
El sentido no se halla en la perfección, sino en el esfuerzo continuo por alcanzarlo. El caos es parte de la condición humana, también la capacidad para instaurar orden, entretejer conexiones y escribir juntos un nuevo capítulo, con pluma de la empatía, tinta de la justicia y papel de la unidad.
Hoy, más que nunca, se demandan líderes que no teman enfrentar la complejidad. Se necesitan ciudadanos que, en lugar de rendirse al cinismo, se comprometan a buscar la verdad. Solo así recuperaremos el sentido, la razón de ser y, quizás, escribir una historia que honre tanto nuestra humanidad como aspiración a lo divino.
@ArmandoMartini