Apartando toda adscripción partidista, con motivo del centenario de su nacimiento, el venidero 4 de mayo el país recordará con respeto y admiración a quien rindió un ejemplar testimonio de vida personal, familiar y política, cuya sola modestia se ofrece como un rápido y marcado contraste respecto a no pocos protagonistas de la presente centuria. Despuntó una temprana vocación de servicio e ideario que bien explica una larga y limpia trayectoria pública ahora ilustrada por un afortunado libro editado a finales de 2024.
De un prominente parlamentario, Luis Herrera Campíns (LHC), compila y escribe otro prominente parlamentario, Ramón Guillermo Aveledo (RGA), ocupantes en épocas distintas de la curul larense en el Congreso de la República. Ambos, aportaron a una historia republicana necesaria de reivindicar en los cauces de una dura, difícil y también riesgosa actividad, muchas veces, incomprendida, que logró hacerse tradición, actuando en una cámara altamente competitiva, como la de diputados, a lo cual hay que agregar las disciplinadas columnas semanales de opinión. Por ello, el acierto del primer tomo de “Luis Herrera Campíns, vida parlamentaria” (Abediciones/KAS, Caracas).
Surgida la Venezuela independiente a través de sendos y apasionados actos de deliberación, una feliz circunstancia en la que escasamente reparamos, el parlamento no siempre contó con el prestigio esperado, recobrándolo después de 1958, mediante el ejercicio serio, sensato y riguroso de un cuerpo irreductiblemente plural y libérrimo que despidió el siglo víctima de una ladina y sostenida campaña de deslegitimación. Además de la distinción de los órganos del Poder Público, cuyo relacionamiento fue susceptible de fuertes tensiones, la exitosa experiencia deliberativa del puntofijismo, expresándolo sin esguinces, se debió a la calidad y capacidad de la representación popular, sabiendo “marcar diferencias tanto como acercar posiciones, siempre desde una postura principista”, expresa RGA respecto a LHC, convencido éste de que “los pueblos que tienen esperanza son los capaces del heroísmo de las grandes acciones y del heroísmo de las grandes reconstrucciones”, como lo señaló en la sesión conjunta de las cámaras a propósito del atentado contra el presidente Betancourt, el 29/06/60 (págs. 47, 161).
Aficionados a la lectura de los viejos diarios de debate, cautivan piezas que no conocíamos guiados muy bien por el compilador, por cierto, un sagaz intérprete de las vivencias del hemiciclo que igualmente conoció bien, cuando los taquígrafos dejaban constancia hasta del vuelo impertinente de una mosca. Desde los palcos, LHC hizo la crónica de la polémica constituyente de 1947 y de otras encendidas sesiones, preparándose pacientemente el líder universitario que también hizo un breve tránsito como legislador regional, atravesando la dictadura perezjimenista de la cárcel al exilio, hasta convertirse en el eximio vocero por varios períodos de un insigne parlamento que autoriza un término, condición y categoría: parlamentariedad.
Cubrirá una etapa repleta de dificultades de diversa índole, sumada la violencia inaudita de una década, como la de los sesenta del veinte, que, no por casualidad, reaparecerá versionada en los noventa para probar a fondo la consistencia del liderazgo. Una variedad de problemas y planteamientos concitan al orador en la cámara de control político, la de diputados que tan adecuadamente contextualiza RGA: tratamos de discursos de una trascendencia innegable, convertidos en escuela para los sucesores de la curul republicana que tan inadvertidamente forma, moldea, actualiza.
Múltiple e intenso, ha de ser el trabajo del parlamentario que, al mismo tiempo, representa, legisla, autoriza, investiga, controla, designa, presupuesta, delega, informa, habla; requiere de conocimiento, sobriedad, habilidad, templanza, buen humor, profundidad, destreza, coraje, don de negociación, compromiso, aunque la faceta más visible es la del verbo empleado, efectivo, espontáneo que, en LHC, es “oratoria parlamentaria flexible que con cuidado lenguaje podía ser, según la ocasión, densa, grave, simpática, punzante, cordial, agresiva”, mostrando “profundidad en la reflexión y en la visión, cultura sólida y siempre inconforme, curiosa por ensancharse” (47); y, ya como senador vitalicio, prudente, debido a la alta investidura que lo hace “asiduo, silencioso y leal” (42 s.).
LHC desempeñó la jefatura de la fracción parlamentaria de su partido en los complejos años sesenta, echando las bases de una apropiada institucionalización política y administrativa, luego perfeccionada en los no menos complejos noventa, dirigida también la bancada por RGA. Tiempos en los que la alternancia en el poder se hizo toda una conquista histórica, estimulando igualmente la renovación de los elencos legislativos, pues, bien lo expresó el líder portugueseño: “… La democracia debe ser una alternabilidad en el ganarse con empeño constante y continuo la voluntad mayoritaria del pueblo para que el traspaso del poder se realice, no con actos de violencia, no con actos de fuerzas reaccionarias insurreccionales, sino por los caminos civilizados de la alternabilidad democrática” (05/04/61: 219).
Luis Barragán