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Es lo que es

No votar es mi silencio activo, por José Ignacio Gerbasi (@jgerbasi)

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He fallado antes. Como muchos, he creído cuando no debía, he callado cuando debí hablar, he votado con la esperanza en la mano y la dignidad en el corazón. He dado oportunidades a quienes no las merecían, y he vuelto a intentarlo, una y otra vez, porque así somos los que amamos a este país: persistentes, nobles, tercos de fe. Pero llega un momento en el que la conciencia se impone. Un punto en la historia en el que seguir el mismo camino deja de ser valentía y empieza a ser complicidad.

Hoy, desde el fondo de mi ser, elijo el silencio. No un silencio pasivo, sino un silencio cargado de memoria, de razones, de coraje. Un silencio que no es resignación, sino advertencia. No votar no es rendirse: es trazar una línea. Es decir, con la frente en alto, “hasta aquí”.

Hannah Arendt, filósofa del siglo XX, nos advirtió que «la mayor maldad puede disfrazarse de banalidad, de rutina, de obediencia sin reflexión». No votar, esta vez, no es apatía ni indiferencia: es negarse a seguir normalizando lo inaceptable. Es rechazar con firmeza el decorado de una farsa que quiere hacer pasar un simulacro por democracia. Es romper con la costumbre de “hacer algo, aunque no sirva”, porque ya hemos entendido que hay acciones que, disfrazadas de esperanza, sólo alimentan al verdugo.

Nelson Mandela dijo una vez: “He aprendido que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él.” Hoy, el verdadero coraje no está en ir a una urna que ya tiene decidido su resultado. El coraje está en detenerse, en sostener la dignidad aunque tiemblen las piernas, en creer en el poder de una postura coherente, aunque el ruido alrededor la acuse de inútil. Porque hay veces en las que el silencio duele más que un grito. Y esta es una de ellas.

Muchos han querido hacernos sentir culpables por detenernos. Nos dicen que no votar es dejarle el camino libre al opresor. Pero no votar cuando el juego está amañado no es rendición, es estrategia. “La política es el arte de lo posible,” decía Otto von Bismarck. Pero también es el arte de saber cuándo no jugar. De saber cuándo el precio de participar es la dignidad.

Callamos porque sabemos. Sabemos quién ganó. Sabemos que nos robaron. Sabemos que la verdad está escrita en actas que nadie quiere leer, y en conciencias que muchos quieren dormir. No respondemos a los ataques porque no estamos aquí para complacer, sino para persistir. Como decía Gandhi: “Primero te ignoran, luego se ríen de ti, después te atacan… y entonces ganas.”

Nosotros elegimos seguir. No desde el ruido, sino desde la firmeza. No desde el odio, sino desde el amor profundo por esta tierra que merece más que una rutina electoral sin alma. Hoy, el liderazgo nos habla con su silencio. Y es precisamente ese silencio el que retumba más fuerte que cualquier discurso. Nos guía una mujer que, al callar, dice todo. Que con su templanza nos enseña que a veces el poder está en detenerse, no en avanzar a ciegas.

Mi silencio no es vacío. Está hecho de duelo y de esperanza. De respeto por los que no están y de promesa para los que vienen. De fe en que este país no está condenado a repetir sus errores, sino llamado a renacer distinto.

No votaré. Y no porque no me importe, sino porque me importa demasiado. Porque quiero, algún día, mirar a mis hijos y decirles: “Hice lo correcto cuando parecía más difícil.” Porque quiero, como diría Viktor Frankl, vivir con la libertad interior intacta, aún en medio de lo incierto.

No votar es mi manera de no rendirme. Es mi forma de esperar sin agachar la cabeza. Es, tal vez, el acto más poderoso que me queda en este momento. Y es suficiente.

Vamos por más…

@jgerbasi

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