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Paciencia en la frontera: el orden no es crueldad, por Rafael Egáñez Anderson

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Hagamos catarsis!

La palabra “inmigración” se ha cargado de emociones, ideologías y titulares, es fácil olvidar que detrás de cada movimiento migratorio hay una historia, un rostro, una necesidad profunda de vivir mejor.

Pero también es verdad que el caos no es compasivo. Y que el desorden, aunque se vista de apertura, puede ser más cruel que cualquier política firme y es lo que a la postre, esta ahorita en el tintero.

Estados Unidos ha sido, por generaciones, un faro de oportunidades.

Pero ningún faro puede sostener su luz si está envuelto por la niebla de un sistema roto.

El país ha vivido años de fronteras frágiles, de procesos legales saturados, y de promesas humanitarias sin la estructura que permita cumplirlas y esa verdad duele en muchos ámbitos, no solo en el migratorio.

Esa brecha entre intención y capacidad ha generado un malestar real, en ciudadanos e inmigrantes por igual.

En este contexto, muchas de las medidas tomadas durante el gobierno de Donald Trump fueron vistas por algunos como extremas. Pero también es cierto que marcar límites claros y reordenar el sistema fue un paso que alguien tenía que dar.

No se trata de glorificar ni de polemizar, sino de reconocer que en medio de tanto ruido, hay decisiones impopulares que, a la larga, buscan proteger a todos, al que llega, y al que ya está, al que pertenece y al que está en proceso de sentir la pertenencia.

Porque cuando las fronteras están abiertas sin control, no es solo el migrante honesto quien cruza.

También lo hacen redes de tráfico humano, criminalidad organizada y circuitos que terminan explotando a los más vulnerables.

La desorganización no ayuda a nadie. Genera miedo, desconfianza y termina dañando la imagen de quienes vienen con la intención sincera de trabajar, crecer y aportar.

Hoy más que nunca, necesitamos paciencia. La paciencia no como resignación, sino como comprensión activa.

Estamos en medio de un proceso de reestructuración. Poner orden toma tiempo. Requiere sistemas nuevos, leyes más claras, recursos suficientes y corazones más amplios.

Nadie quiere cerrar las puertas de este país. Pero sí urge cuidar la casa para que siga siendo hogar.

Es momento de mirar más allá del juicio inmediato, más allá de la reacción emocional, y entender que la firmeza también puede ser un acto de compasión.

Porque el verdadero enemigo no son las fronteras, sino el olvido de lo que significa pertenecer.

Rafael Egáñez Anderson

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