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Primero de mayo: Lo político y lo reivindicativo, por Julio Castillo Sagarzazu

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A todos los interesados en un cambio político y social ha importado siempre la correlación entre estos dos elementos claves a los que hace referencia el título de esta nota.

En efecto, está pacíficamente aceptado que los cambios sociales, suelen estar diseñados y liderizados por vanguardias con mayor acceso a la información; que tienen el nivel de abstracción necesario para diferenciar entre táctica y estrategia y que tiene el carisma suficiente para ser seguidos por densos sectores de la población.

Sin embargo, raramente los movimientos que estas vanguardias emprenden, logran su culminación en un cambio político y social, si no están seguidos por capas mayoritarias de la población que hagan masa crítica en un momento determinado y logren el punto de quiebre que logre sustituir a las viejas elites políticas.

De manera que todos los agentes de cambio deben plantearse con seriedad el tema de cómo llegar a ambos sectores, para que se pueda lograr esta sinergia que, al final del día, es la que produce los cambios.

Decían los socialdemócratas originales que “si las masas (expresión sin duda fea) son dejadas a su libre albedrio, solo produce tradeunionismo”, es decir, que se agotan en sus reivindicaciones materiales. Cuando estos sectores entran en lucha, suelen regresar a sus casas después de cada movilización bien derrotados, bien ganadores, pero sin plantearse el tema del poder en la sociedad.

Si, por el contrario, las vanguardias se dedican a plantear sus luchas con argumentos “meramente políticos”, despreciando las reivindicaciones sociales, pues lo mas probable es que se enquisten en la sociedad y se condenen a una prédica infinita, teniendo como únicos interlocutores, a las minorías que piensan como ellos.

De allí que la gracia de las vanguardias que pretendan un cambio, sea encontrar ese punto virtuoso, esa “proporción aurea”, que les permita hacer entender a las grandes mayorías sociales, sus razones del cambio.

Dicho esto, quizás convendría pasearse por las “especificidades” venezolanas al respecto. En nuestro país ha tenido lugar un fenómeno sui generis de este proceso de la formación de la conciencia de cambio.

¿Por qué? Pues porque ya aquí, más del 80% de nuestros compatriotas identifican a Maduro como el responsable de su situación económica y social, así como del fracaso del estado en la prestación de los servicios básicos.

La pregunta clave es: ¿Entonces por qué no se movilizan para lograr ese cambio político? La respuesta parecería estar en la historia reciente de nuestras movilizaciones: En Venezuela desde el año 2.000 hemos presenciado “picos” impresionantes de grandes manifestaciones y protestas. Una de ellas, llego a sacar momentáneamente a Chávez de Miraflores.

Sin embargo, la principal característica de la mayoría de todas estas movilizaciones la constituyó su composición social: se trató básicamente de eventos en los que, preponderantemente, participaba la poderosa clase media de nuestro país.

Obviamente que no se trata de descalificar aquellas enormes manifestaciones que produjeron también saltos cualitativos en la conciencia nacional y que incorporaron a sectores indiferentes a la política a la lucha democrática, sino de poner de relieve la poca eficacia de estas movilizaciones en el cambio político que se proponían.

Quizás valga la pena, en este sentido, traer a colación el ejemplo de las llamadas “guarimbas” en las que decenas de miles de nuestros compatriotas resolvieron trancar las entradas y salidas de sus urbanizaciones, mientras la vida en los sectores populares y neurálgicos del país continuaba su rumbo normal. Nuestros muchachos pensaban que con ellos construían “zonas liberadas” en las que el gobierno no pasaría más.

Una iniciativa con tanta eficacia, como la que tuvo la línea Maginot en la segunda guerra mundial y tan trágica como la consigna de los republicanos en la guerra civil española cuando pensaron que con la solo consigna NO PASARAN, Franco se quedaría en las puertas de la ciudad.

Sin embargo, regresemos a nuestra realidad actual y partamos del hecho de que Maduro tiene un 80% de rechazo entre nuestros compatriotas.
Tomemos nota igualmente de que, desde hace alrededor de un año, los gremios sobrevivientes, básicamente los docentes, se han dado a la tarea paciente y perseverante de volver a convocar a los venezolanos a las calles a protestar CONTRA EL GOBIERNO (mayúsculas ex profeso) en defensa de sus condiciones de vida. Se trata de un hecho que no puede pasar desapercibido. Después de tantas decepciones; de tanta impotencia; de tanta desilusión acerca de nuestro liderazgo político, de nuevo hay venezolanos en la calle protestando de manera consecuente sin que hayan podido derrotarlos o hacerlos regresar a sus casas, por ahora.

El asunto no puede despacharse con la misma argumentación con la que la izquierda insurreccional venezolana despachaba a estas luchas “reinvidicacionistas” y “reformistas”, mientras Acción Democrática crecía en la influencia popular.

Quizás, por primera vez, en estos últimos 20 años, estemos en presencia de una oportunidad de que la vanguardia política entienda su rol y pueda entroncar con esta movilización de trabajadores que no es solamente por sus reivindicaciones, sino que apunta a la responsabilidad del gobierno en su no satisfacción.

A este hecho se une uno de suprema importancia. La opinión nacional vuelva a interesarse en la política y las fuerzas democráticas se han planteado unas primarias para definir su liderazgo. “Pegar” el descontento con esta lucecita al final del túnel, puede ser nuestra postrera oportunidad de salir de esta pesadilla.

El primero de mayo, es una buena fecha para pensar en ello.

Julio Castillo Sagarzazu

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